A Top Gun 2 no hay que intelectualizarla mayormente, hay que sentirla. Por eso Tom Cruise la quería estrenar en cines y no en plataformas. Por eso se pospuso casi un año su estreno. Por eso las escenas en los F-18 fueron filmadas mayormente arriba de aviones F-18 reales. Por eso Tom Cruise le pagó de su bolsillo casi once mil dólares la hora a la Marina de Estados Unidos para que les preste sus cazas, pilotos y asistencia aérea. Por eso luchó contra toda la producción para que apareciera sí o sí Val Kilmer en escena volviendo a ser el inolvidable Iceman Kazansky. Por eso en los créditos finales, se lo recuerda al gran Tony Scott.

A Top Gun 2 hay que haberle visto Top Gun 1 para entender la reconversión que hizo Cruise de su propio personaje, Pete Mitchell, aquel Capitán piloto de cazabombarderos de la Marina estadounidense que, treinta años después, sigue siendo Capitán. Ese muchacho intrépido, egoísta, fanfarrón, desafiante, pedante, vulnerable, valiente, adicto a la adrenalina, homosexual reprimido (según la antológica teoría de Quentin Tarantino) que treinta años después es un adulto maduro, responsable, paternal, asentado, que se sabe reír de sí mismo pero que conserva intacto el gusto por la adrenalina, la rebeldía y la valentía donde se pueda (deba) demostrar.

A Top Gun 2 hay que verle sus extraordinarios F-18 y F-35 reales y sus temerarios Su-57 digitales en las secuencias finales de una de las batallas aéreas más memorables de la historia del cine con el viejo F-14 retirado poniéndose en forma a la fuerza.

A Top Gun 2 hay que verle una y otra vez la conmovedora reunión entre Maverick e Iceman en la casa de Iceman.

A Top Gun 2 hay que recordarle la banda sonora de Top Gun 1 como Danger Zone de Kenny Loggins y sumarle la música épica siempre tan sutil como extraordinaria de Hans Zimmer.

A Top Gun 2  hay que agradecerle que la famosa Penny Benjamin mencionada en Top Gun 1 no sea otra que la bellísima Jennifer Connelly.

A Top Gun 2 hay que amarle ese juego benjamínbuttoniano que hace con los estereotipos macho-machistas de los 90 y cómo repitiéndolos en la actualidad, los pilotos que tiene que entrenar Maverick son casi niños infantiles más cerca del cachetazo correctivo que de la virilidad propia de un piloto de guerra infalible.

A Top Gun 2 hay que asumirle la ironía “anónima” que su enemigo, es decir, el enemigo de los Estados Unidos en la película, use los dos cazabombarderos más avanzados de la Fuerza Aérea yanqui y rusa al mismo tiempo: respectivamente, los dos aviones antes mencionados: el F-35 y el Su-57 teniendo de reserva, además, un viejo F-14.

A Top Gun 2 hay que contextualizarla en esta nueva forma de alineación juvenil que planta meridianos en “la baja tolerancia a la frustración” -como suelen justificar todo fracaso las maestras integradoras y psicopedagogas de los secundarios- y la cultura del “cancel” y entender que Maverick hace treinta años que es un cancelado: por eso sigue siendo Capitán y por eso, quizás, por superviviente (por saber cómo sobrevivir…), como bien le dijo Iceman, sigue siendo el único necesario.

A Top Gun 2 hay que quererla por el solo hecho de animarse a querer meter ese mismo sentimiento que allá en los 80 metió a pesar de toda ideología que la castre y hacerlo con aviones de combates, motos pisteras, autos deportivos, tipos y una sola mina semidesnudos en la playa, canción de Lady Gaga que no le llega ni a los tobillos a la entrañable Take My Breath Away de Berlin y el “Háblame Goose” que pasará a ser millones de remeras como corresponde: ícono cultural -inclusive- para los que detestan este tipo de manifestación cultural; esta película, que hay que volver a amarla como hace treinta años atrás por más odiable que sea, o que haya sido.

Top Gun: Maverick (Estados Unidos, 2022). Dirección: Joseph Kosinski. Guion: Ehren Kruger, Eric Singer y Christopher McQuarrie. Fotografía: Claudio Miranda. Música: Harold Faltermeyer, Hans Zimmer y Lorne Balfe. Reparto: Tom Cruise, Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm, Glen Powell, Ed Harris, Val Kilmer, Lewis Pullman, Charles Parnell, Bashir Salahuddin, Monica Barbaro, Jay Ellis, Danny Ramirez. Duración: 131 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: