Una pelota de goma que rebota sola se manifiesta como la presencia-ausencia de un chico muerto. Es tortura del Más Allá. Es el futuro truncado, un porvenir que ya no vendrá, arrebatado. Y un pasado vengador, una búsqueda de rectificación, de justicia, o más bien, de ajusticiamiento. Y niños que funcionan como ofrendas, niños olvidados, niños perdidos. “Se acabó el futuro”, le dicen a uno de los productores que investiga una trama política que oculta algo más oscuro, o quizá la cosa sea al revés, y lo oscuro es lo que oculta lo político, y la alegoría sea más literal de lo que parece, y lo oculto no esté velado, no realmente, no del todo. Que los hijos desaparecidos, ausentes, incluso las identidades negadas de los apropiados, no sean metáfora y sean, tristemente, la idea misma del horror. Ninguna de las dos películas es sutil al respecto, ni intentan serlo. ¿Por qué lo serían?
Saben, ambas, que “horror” y “nacional”, generacionalmente, conceptualmente, se traduce en esos términos. En ojos vendados, en detenciones clandestinas, en un grupo de operaciones entrando a casas, armados, chupando gente, en chicos muertos, en chicos robados, arrebatados, desaparecidos. Y aún así, no es sólo temática la conexión de Malditos sean! (Fabián Forte y Demián Rugna, 2013) con Historia de lo oculto (Cristian Ponce, 2020 ), es formal, es estética y es conceptual. La relación entre un primer paso firme y el camino forjado, porque sin la primera no existiría la segunda, pero la segunda es la que justifica realmente a la primera. Porque Malditos sean! sería solo una curiosidad, algo notable, aislado, una nota al pie sin la confirmación que Historia de lo oculto propone, es decir, cimentar una forma, una posibilidad de hacer, de entender un género, uno con identidad propia. Es cierto, Rugna luego haría Aterrados (2017), la obra consagratoria – hasta ahora, incluso después de Cuando acecha la maldad (2023)- del terror local, pero estaríamos, en ese caso, solo hablando de un autor en particular y de su filmografía personal; pero con Historia de lo oculto hay un trazado, un camino, un “por acá”, que no tiene que ver, solamente, con el tema, o con uno de los temas posibles. Ese “por acá”, discutiblemente, es formal, es estilístico, es tonal, es una forma de ver, de mirar, de hacer, de realizar género, sin perder la voz propia, que no es individual, pero también lo es.
Es un saber. Casi místico, como lo es el de los magos, que no por nada han sido siempre los guardianes de la tradición.
Los brujos, los curanderos, saben cosas que los demás no. Y no solo conocen esa realidad velada, oculta, sino que también la manipulan. Las videntes del segmento de Rugna (Cafeomancia) dejan clara esa distinción, y por eso ellas temen, y por eso se las busca eliminar. Porque ven, pero no comprenden. Es el conocimiento, no solo la visión, lo importante para atravesar el terror. Incluso el conocimiento, en el sentido bíblico, que se asocia con lo sexual, si hablamos específicamente de ese relato. Solo se salva de la Desgracia la que deja de ser virgen (cualidad de vidente) para conocer (cualidad de la brujería), como Eva, o Lilith, con Adán. La del pecado original.
Y ojo que aún entre hechiceros la cosa no es igual. Ulises (Carlos Larrañaga) es un curandero. Adrián Marcato (Germán Baudino), un brujo. La diferencia terminológica es sutil, pero no menor. Y esta diferencia no opera solo en la categorización de ambos, sino también en la concepción misma de los personajes. Ya desde el nombre, Marcato se llama así como guiño a un personaje oscuro, muy de fondo en El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), antiguo líder del aquelarre que hostiga al personaje de Mia Farrow para quedarse con su bebé; Ulises, por otro lado, parecería hacer alusión al protagonista de la Odisea, es decir, Odiseo, con el doble significado en griego de “camino” y el literal-etimológico que se traduciría como “hijo del odio”. Si se quiere, uno es causa, el otro, consecuencia.
Marcato, el de Baudino, es influyente, ligado a los poderes económicos y políticos. Ulises parece despreciar todo eso. Vive en una casa destruida, hace trabajos y macumbas. Según esta distinción, el brujo parecería estar arraigado al establishment, el curandero, a la marginalidad, incluso a ser una resistencia, un antisistema. Y, pese a esa diferencia fundante, la materia principal de influencia de los dos, sin embargo, es el tiempo. Un tiempo fragmentado, como el de los relatos. Un tiempo a base de paciencia, de microcosmos. Como ramificaciones. En la encarcelación de Ulises, que maldice a todos los que se han cruzado con él. Inmediatamente, a los policías, pero también a los delincuentes que compartieron celda con él, como una suerte de Jesús invertido. También a las videntes, incluso a una de ellas haciéndola vieja antes de tiempo. Esa vieja que no es, porque no tiene ni cuarenta años, que es medio Lechiguana y odia a los niños, por malcriados, por revoltosos. Es la mujer de Ulises, y Ulises es mañoso, según ella. Tramposo. Como un chico. Ella puede ver, pero no comprender. Ulises hace lío, hace trampas, pero parecería ser más que capricho. Es demasiada paciencia, demasiado tiempo, para ser solo capricho, solo maldad. La de Ulises es, como indica el nombre, una Odisea. Es, en todo caso, bronca. Hijo del odio.
El presente de la narración, por otro lado, es el pasado, lo que entendemos por presente se siente como futuro, como condena, como final, como lo que vendrá. Lo que está sucediendo ahora ya sucedió, estamos en el antes. Lo antológico, aunque alude a producciones de los setenta y ochenta, también antologías, incluso programas de televisión, de bajo presupuesto, que los realizadores disfrutaban, está claro, cuando eran chicos. Algo que quieren dejar de ver – como las videntes- para realizarlo – como los magos-. Dejar de ser vírgenes, pasar a conocer. Este paso de la potencia al acto, este germen de Malditos sean! que se termina de desarrollar del todo en Historia de lo oculto, termina por cristalizar una realidad local, un pasado, un imaginario que mezcla lo de afuera con lo propio, lo colectivo con lo personal, el folklore local con los recursos de afuera. No es la temática, no es la historia, siquiera es la narrativa. Es el cómo. Es el acto en sí, la forma madurando, desarrollándose. Pero esto no es lineal, es un ir y volver. Es un tiempo que aún se fragmenta, y necesariamente mira para atrás, para actuar en el ahora.
En Historia de lo oculto podrá notarse menos la naturaleza fragmentada del relato, pero formalmente el espacio en el estudio de televisión, su tratamiento de los tiempos, la estética sonora y no solo la visual, lo separan del relato en ese estudio clandestino, donde los productores parecen más bien guerrilleros, y del otro, el exterior -donde Natalia va y viene con el teléfono que parece de ENTEL, pero que no lo es del todo- y la paranoia. Tres relatos unificados tan bien que la ilusión de unidad se logra, prácticamente, sin cuestionamiento. Un efecto similar al generado por la ya mencionada Aterrados.
Los tiempos de Marcato también son un pasado en el presente, una burbuja donde todo fue absorbido por nosotros mismos, o mejor dicho, donde nos hemos aislado. Donde el bebé ya no es de Rosemary, sino de Rosita, donde Andrea del Boca se masturba con un crucifijo en lugar de Linda Blair. Las cosas veladamente distintas, como un acto de censura, pero también de apropiación. Como el auge del Rock Nacional a causa de la prohibición de la música en inglés, el mismo doble efecto de sentido. Un tiempo nuevo, que de nuevo tiene poco, pero que de Bernardo Neustadt tiene mucho. Y cuando llega el presente no solo llega el color, llega la alusión directa al terror contemporáneo en la literatura, mencionan Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez. La adaptación, la influencia, lo actual, que mira el pasado y se aterra, la influencia de Stephen King, de los X-Files, de los thrillers, pero también de los noticieros, de las entrevistas, de nuestra fauna local de famosos, o sea, de la televisión, el gran medio formador, el que entra en las casas, el que es una ventana, el que forma el relato, la realidad, la identidad, la mirada propia, que es colectiva, que es una agenda, una conspiración, un grupo de poder que puede manipular, como un brujo. Es la ilusión, el acto de magia máximo. Un sueño de todos a la vez.
Consumir la raíz de lombriguera le permite a los productores-periodistas-guerrilleros ver lo que no conocen, algunos logran comprender, otros perecen ante el terror. La realidad se modifica, se expande, los desaparecidos se ven, pero no vuelven, los niños no regresan, pero existen otra vez, se visibilizan, se pueden contar. Los niños sacrificados, las identidades negadas, el futuro, todos están ahí aunque no estén más, en una presencia-ausencia. Hay porvenir, porque el género puede ser local, propio, personal, colectivo, puede tener personalidad, porque puede tener qué y cómo decir. El acto de ver y el de conocer se juntan, se corresponden. Por eso Malditos sean! no podía existir aislada, necesitaba que Historia de lo oculto la confirmara, le diera razón de ser, le diera (se dieran) entidad, identidad.
Ahora, queda el futuro. Los próximos temas, las próximas películas, los próximos miedos. Ya hay – por fin- una forma, un estilo, una manera de ver, de contar, de hacer. Abrimos la caja de Pandora, podemos ver nuestros propios males y desgracias, en HD y a todo color; y también la Esperanza –todavía más nuestra- que conllevan.
Malditos sean! (Argentina, 2011). Guion y dirección: Fabián Forte, Demian Rugna. Fotografía: Christian Barroso, Alejandro Millán Pastori, Leonardo Val. Música: Pablo Isola, José Komesu. Elenco: Victoria Almeida, Paula Bouquet, Víctor Cura, Pedro Di Salvia, Cucho Fernández. Duración: 120 minutos.
Historia de lo oculto (Argentina, 2020). Guion y dirección: Cristian Ponce. Fotografía: Franco Cerana, Camilo Giordano. Montaje: Cristian Ponce, Hernán Biasotti. Elenco: Germán Baudino, Héctor Ostrofsky, Nadia Lozano, Agustín Recondo, Lucía Arreche, Iván Ezquerré. Duración: 82 minutos.
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