Por Nuria Silva.

“Con la muerte no se negocia.”

El denominado Cine Independiente Fantástico Argentino está creciendo cada vez más. Todavía falta trabajar sobre irregularidades que responden, por lo general, al contraste entre un buen nivel de filmación (dirección de fotografía, uso de los planos, montaje) y un nivel más bajo en cuestiones de efectos especiales y dirección de actores. Nada que no pueda ser solucionado a futuro ni que impida disfrutar de estas realizaciones. Luego de un 2012 productivo, fértil, en el que contamos con varios estrenos del género en cine, como Penumbra de Adrián García Bogliano, Topos de Emiliano Romero, La araña vampiro de Gabriel Medina, Diablo de Nicanor Loreti, y estrenos en la web, como la segunda entrega de la saga Daemoniumde Pablo Parés, y La máquina que escupe monstruos y la chica de mis sueños de Diego Labat y Ross Beraldi, el 2013 arranca con el estreno de Malditos sean!, tríptico de terror fantástico dirigido por Fabián Forte y Demián Rugna. El montaje alterna entre una historia central ubicada en 1979 que atraviesa toda la película y otras dos que la cortan, cuyos espacios temporales no están claramente definidos pero son posteriores, según rezan los títulos (“unos años después”) que las anteceden.
Las tres historias tienen un personaje en común, Ulises, curandero que representa a la muerte misma o a un ser de orígenes maléficos, antes que a un hombre con poderes sobrenaturales, y conduce a los demás hacia los destinos malditos que les corresponden. Sin embargo, estos otros personajes ya están maldecidos por la configuración propia de su ser: torturadores, sicarios, narcos y videntes, todos ellos pagarán las consecuencias de llevar adelante la vida que eligieron. En Malditos sean! no hay buenos ni malos, todos esconden algo oscuro y moralmente dejan mucho que desear. “Con la muerte no se negocia”, explica Ulises, que en realidad es quien los libera de los fantasmas y males internos que se personifican y los acechan, aunque esta libertad signifique morir. A lo siniestro se contrapone el elemento infantil, inocente, corrompido por sus protagonistas, y que funciona como un elemento de justicia o venganza divina llegada desde el “más allá”. Lo fantástico se introduce mediante leyendas y mitos urbanos varios: enanos de jardín que toman vida en busca de oro, brujería, demonios y almas en pena, que se imbrican con las realidades terroríficas de la dictadura militar y la violencia social. Sin embargo, aunque exista la presencia de un suceso histórico nefasto como el del golpe de estado, no hay un discurso político fuerte como en Diablo. El guión no se aparta del aspecto sobrenatural de las historias, sobre todo en la titulada “Cafeomancia” que es, a mi parecer, la más irregular de las tres y la única que esboza un final feliz, razón por la que se desconecta aún más de las otras. 

La puesta en escena es lúgubre y densa. Tiene por momentos aires oníricos o hasta de pesadilla. Se recrea en los espacios abandonados, oscuros, repletos de paredes húmedas. La fotografía se destaca por la uniformidad del tono grisáceo. Es notable la influencia de Clive Barker en la misteriosa caja del segundo capítulo y en el personaje infernal del tercero, que remiten a Hellraiser. Forte y Rugna apostaron a un producto de mayor nivel dentro del género: una duración más extensa de lo habitual para este tipo de cine, un montaje por momentos disruptivo y el uso de efectos especiales, pero la inclusión de la comedia (con la aparición de los enanos vengadores sobre el final, por ejemplo) es algo torpe y corta innecesariamente el clima construido sin conseguir risa o distensión.

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