vlcsnap-2016-01-02-08h45m24s236Sábado 2 de enero: Ah, pero Munich era Bastardos sin gloria con mala conciencia. Tarantino ha tomado el lugar de Carpenter en la dialéctica con Spielberg (¿y J. J. Abrams el de este último?). Pará que enjuago las lágrimas, Steven, y sigo viendo Munich con el alma limpia. Dejate de joder…

Viernes 1° de enero: La política cultural según Eugène Green. Qué gran comediante es este hombre. Su origen estadounidense le permite reírse de las afectaciones europeas con una libertad y un desprejuicio fascinantes, incluso groseros. En Le pont des arts el sentido del humor parece venir del cine mudo, con los burócratas franceses moviéndose como si tuvieran un palo en el orto y las risas exageradas en primer plano. No me extrañaría que las presencias de Gourmet y Renier representen a los Dardenne, que produjeron alguna película de Green. El maridaje de grotesco, doble sentido, crítica política y barroco proporciona uno de los placeres más originales que haya visto. 

Lunes 28 de diciembre: Mientras miro En el corazón del mar confirmo que en los últimos años del cine industrial todo proceso físico tiene que ser mostrado minuciosamente, como si eso fuera importante per se. Entonces, no hay discriminación dramática sobre lo que importa y lo que no narrativa, emocional y simbólicamente. El tiempo se modifica para que más cosas quepan en más o menos la misma duración, culpa de la tecnología virtual que puede simularlo todo, pero ya sin convicción, sin emoción profunda. La dramaturgia de la película de Ron Howard es barata, como en todas las suyas. La idea de privilegiar la “realidad” por sobre el mito, tan habitual en estos días, es banal, y todo es inmaterial. El contraste con la de John Huston debe de ser tremendo: tenía guion de Bradbury, se filmaba en exteriores, había grandes actores y los efectos tenían relieve físico. Había poesía antes, había fe, la cámara siempre tenía algo delante de ella (a pesar de esto, en la nueva de Iñárritu, El renacido, hay un gran momento entre un oso digital y Di Caprio).

Termino de ver la de Howard: es mala, pero amable y bien intencionada, y no sé bien por qué estoy tan emocionado, quizás porque no dormí y por la ballena. Siempre he sentido que es un bicho grandioso no sólo por el tamaño. Me hace pensar en Dios. Es medio triste que sólo un bicho grande me haga pensar en Dios. Soy hombre de poca fe; siempre quise tenerla, pero no me dio el cuero. La Biblia dice, en una de las cartas paulinas, que «la fe no es posesión de todos». Supongo que eso es lo que algunas religiones llaman «gracia». A falta de ella calculo que conviene cultivar humildad.

vlcsnap-2015-12-14-10h14m42s253Lunes 14 de diciembre: En una de las primeras películas de Arnaud Desplechin un muchacho le cuenta a otro el encuentro que tuvo con una chica. Siempre la había deseado pero hasta entonces apenas se habían cruzado un par de veces. Un plano general del racconto me impidió confirmar la identidad de la actriz, que por entonces no era famosa, pero sus rasgos me resultaron igualmente familiares a la distancia. En la escena siguiente, que constaba de variaciones ágiles, luminosas y actualizadas de la bañista de Degas, no pude apartar la vista de ella. El narrador, que no atinó a hacer nada mientras veía cómo se desnudaba en el baño, se valió de esa belleza para explicar una supuesta conversión religiosa tan lúdica como plausible, refiriéndose a ella como una manifestación del Espíritu Santo. La tercera persona de la santísima trinidad según el catolicismo, la energía divina según el protestantismo era nomás Marion Cotillard, a quien recientemente los Dardenne eligieron como abanderada de un socialismo cristiano menos erótico que el narcisismo liberal de Desplechin. Hay otro desnudo fabuloso, menos epifánico que tenso, en Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle); lo protagoniza Marianne Denicourt, misteriosa, sugestiva y encantadora presencia en el cine inicial de Desplechin, contra quien unos años más tarde, ya rota la relación de pareja que los unía, inició acciones legales a instancias de Juliette Binoche por valerse de la intimidad compartida por ambos como inspiración para otra película.

Domingo 13 de diciembre: Anoche vi La cumbre escarlata, de Guillermo Del Toro, un tipo que viene en picada. Es imposible no pensar en películas de la Hammer como Las novias de Drácula, en parte porque Crimson Peak transcurre en una mansión británica. La escenografía no consigue jamás la carga ominosa que Terence Fisher le daba a las de sus películas sin necesidad de apariciones digitales. La sexualidad, latencia incómoda y voluptuosa en las películas de aquel, aquí es puramente ingenua y conservadora. La música subraya cada una de las acciones y parlamentos, ya de por sí explícitos, y lo simbólico es puesto en primer plano de un modo tal que entorpece y achata el relato.

Sábado 12 de diciembre: La fortaleza oculta, de Akira Kurosawa, tiene una de las mejores líneas de diálogo de la historia del cine. Después de que la pareja protagónica escapa de una muerte segura gracias a que uno de sus guardianes -rival derrotado y deshonrado por Toshiro Mifune cuando este lo dejó con vida tras vencerlo- se decide a cambiar de bando, como Tadeo Isidoro Cruz en el cuento de Borges, y ayudarlos a huir, subiéndose a un caballo y mirando a quienes hasta entonces eran compañeros suyos de la policía imperial les dice: “Perdónenme por desobedecer”, y se va al galope.

Jueves 10 de diciembre: Hablando de virtuosos dialoguistas, dos películas de Mankiewicz: No Way Out y People Will Talk. La primera es un drama racial pesadísimo que tiene a un imberbe Sidney Poitier más tiempo en pantalla que ninguno de sus compañeros de elenco pero aparece cuarto –ya en la segunda placa- en los títulos iniciales. Widmarck hace otro de esos villanos suyos que provocan un miedo terrible, y sin moverse de una cama hasta los últimos diez minutos. La segunda se incorpora a mi podio personal de películas de Mankiewicz, que no excluye La condesa descalza (jamás podría excluir una película con Ava Gardner), pero por puras razones de vanidad se arma con películas menos célebres. Hasta el momento: El fantasma y la señora Muir, Somewhere in the Night y esta.

12347616_985544668161704_7293229768590724490_nDomingo 5 de diciembre: Momento político ideal para ver El gran salto (The Hudsucker Proxy). En plano, el idiota (de Dostoievsky con la cara de Tim Robbins, que en los 90 cuajó bien con la de neo-liberal, ya fuere garca o boludo), una mina haciéndose la víctima (oportunidad de ver a Jennifer Jason Leigh antes de la nueva de Tarantino, un director que comparte mucho con los de esta película) y las espaldas de dos narradores circunstanciales cuya voz, gracias a un travelling, se ha transformado en extradiegética y omnisciente -como la de Dios, que en esta película siempre es obrero y nunca empresario- bajo la mirada «comunista» de los Coen. Y, para paliar el síndrome de abstinencia de los consumidores pop mientras esperan el último capítulo de Ash vs Evil Dead– también está Bruce Campbell.

Viernes 3 de diciembre: “Este libro (…) le encantará a mi madre. Inmigrante, sufrida, indigente, bondadosa, analfabeta, desafiante, una leona, un coloso. Así y todo, mantuvo a cinco hijos en Nueva York, en Manhattan, en esa isla que estruja el corazón, donde las aceras brotan enmarañadas, en el lugar donde el beso de los ricos es indiferencia, y el suelo de los pobres es heridas congeladas que nunca cicatrizan y llamarada de escalera de incendios en la noche de agosto sin fin; donde duermen su sueño sin dormir. (…)

Era una dinamita.

Y lo sigue siendo. Sin embargo, la veo como era en aquellos días. Como era en la foto pardusca y resquebrajada que tengo delante, y que en 1936 le sacara un viejito achacoso en Central Park. Le había costado diez centavos, pero luego de regatear el precio. Tiene un marco de cartón amarillento hecho pedazos. En la parte superior se lee: “En algún lugar de los EE.UU.” Mi madre mira fijo a la cámara. Rígidamente, encorsetada, el mentón hacia arriba, entornando los ojos por la luz del sol. Sus zapatos están rotos. Parece vulnerable e invicta a la vez. Lleva puesta una falda barata a media pierna, blusa, y un sombrero sport californiano, de fieltro. El ala delantera se ve levantada hacia arriba y hacia atrás, como en airoso desafío a las adversidades. Sus adversidades no son pocas: el marido la ha abandonado, casi no habla inglés, no cuenta siquiera con educación primaria. Tiene 43 años. Está sin trabajo. Ninguna habilidad especial. Pero mire cuánto orgullo hay en la curvatura de su espalda. De su rostro de nogal tallado, sus ojos grandes y oscuros emergen con audacia, provocadores, aunque dentro de ellos, muy tenue, bien adentro y dolorosamente en lo profundo, brilla la lucecita humilde que implora “¡Paz! ¡Queremos paz!”. La luz está muy cansada hoy. No importa. Una expresión de astucia satisfecha arruga sus ojos. Fue un día bueno que pasó vendiendo jalea por las calles, y en la mano sostiene el piolín de la caja de una torta comprada en Cushman. “¡Adivina qué tengo aquí, Willie!”, me grita, resplandeciente de felicidad. Terca y truculenta, cualquier anomalía o fuerza irresistible, en el corazón de su corazón sin par, se convierte en una rosa. Eso no se puede adivinar por la foto. Por la foto uno sólo puede darse cuenta de que es hermana de rasgos y porte patricios, una Ethel Barrymore de tez oscura, pero con el fuego de Anna Magnani. ¿Se da una idea de cómo es? ¿Se la puede imaginar? (…)

vlcsnap-2012-01-06-18h55m47s110Una noche soñé con mi madre. Fue conmovedor. En sueños, estaba parado en un departamento de un segundo piso. Yo vivía allí. Miraba la calle desde una ventana. Mamá salía de un subterráneo y se quedaba parada con su bolsita de papel marrón. Me buscaba. Le hice señas con la mano. No me vio. Se puso a caminar en medio de una muchedumbre extraña. Ómnibus y camiones hacían estruendo al pasar. Empezó a asustarse. Gritó mi nombre. Luego, volvió hacia el subterráneo y comenzó a descender. Bajé disparando las escaleras hasta la calle. Pero ella ya se había ido. La busqué, pero no pude encontrarla. Me la imaginaba vagando, aturdida y desamparada, en el laberinto de túneles debajo de la tierra. Y luego me desperté”. (Les diré que te recuerdo, William Peter Blatty).

Lunes 10 de agosto: Frontier Marshall, primera película de Alan Dwan que veo, me sorprende. Primero, porque hace rato que buscaba sin éxito alguna de su director. Conseguí bajarme Sands of Iwo Jima pero no le encuentro los subtítulos. Segundo, porque me pongo a ver Western Union, de Fritz Lang, y resulta que lo que tenía grabado erróneamente bajo ese nombre era la versión del legendario encuentro en el Ok Corral filmada por Dwan  A su lado, Pasión de los fuertes, de Ford, parece más amanerada que un melo de Sirk. Randolph Scott es un pibe, ya hace lo mismo que hará durante el ciclo Boetticher, pero sin arrugas, y no tiene partenaire femenina en toda la película. A las dos minas (ninguna se acerca a Linda Darnell, que con la de Ford y la versión de La marca de El Zorro de Mamoulian le alcanza para demostrarme que el contraste de su piel con la oscuridad del blanco y negro es tan radiante como una noche de luna llena) se las lleva Cesar Romero, que hace del mejor Doc Hollyday que he visto hasta la fecha, y eso que en My darling Clementine Víctor Mature está bárbaro. Hay un golpe bajísimo que sin embargo se disimula por la austeridad veloz de la puesta en escena de Dwan, que lo filma sin darle mucha importancia, porque estaba en el guion y nada más. Pero no lo explota sentimental ni técnicamente más allá de lo aceptable dentro del contexto melodramático general del cine americano.

Martes 4 de agosto: El tema del doble salta a la vista de inmediato en Mr. Klein y eso anula un poco el goce de tener que descubrirlo (Mario Bava se vale de ese recurso como pocos en Operazione Paura, sobre todo en la alucinada secuencia en la que el protagonista persigue a un hombre a través de cinco habitaciones idénticas hasta alcanzarlo y descubrir que es él mismo; sin alarde, Joseph H. Lewis en el final de So Dark the Night le otorga resonancias míticas a una ventana que no deja por ello de ser una ventana). Por momentos me molestó el despliegue de extras, la exhibición del capital con que contaron para hacer la película. El final emociona. La cámara en mano contrasta con el frío estilo de Losey. Está bien que el personaje se condene sin redimirse, que persiga indefinidamente su reflejo. Está bien que sea Delon quien interprete esa versión del mito de Narciso sobreimpresa al nazismo. También es un detalle que la primera subjetiva de la película –quizás la única- sea la del protagonista ocupando el lugar del otro, desdoblándose. Me parece que hay un agujero narrativo molesto: el personaje de Moreau le da la dirección del otro Robert Klein y esa línea argumental queda en la nada, no se continúa de inmediato (que hubiera sido lo pertinente habida cuenta de lo explícito de la información) ni nunca.

vlcsnap-2015-12-14-10h21m31s251Domingo 26 de julio: El plano de Tres hermanos, de Francesco Rosi, me hizo pensar en este párrafo de Poética del espacio, de Gaston Bachelard: “Todos los espacios de nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos sufrido de la soledad o gozado de ella, donde la hemos deseado o la hemos comprometido, son en nosotros imborrables. Y, además, el ser no quiere borrarlos. Sabe por instinto que esos espacios de su soledad son constitutivos. Incluso cuando dichos espacios están borrados del presente sin remedio, extraños ya a todas las promesas del porvenir, incluso cuando ya no se tiene granero ni desván, quedará siempre el cariño que le tuvimos al granero, la vida que vivimos en la guardilla. Se vuelve allí en los sueños nocturnos. Esos reductos tienen el valor de una concha. Y cuando se llega a lo último de los laberintos del sueño, cuando se tocan las regiones del sueño profundo, se conocen tal vez reposos antehumanos. Lo antehumano toca aquí lo inmemorial.”

Aquí pueden leer la entrada anterior del diario y aquí la próxima.

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