Incomprendida empieza con la escritura de un diario. Incomprendida es el diario de una nena de nueve años. Incomprendida es el imaginario de una nena italiana de esa edad en 1984. Recuerda lo que Sofia Coppola hizo con el imaginario de unas adolescentes estadounidenses en Las vírgenes suicidas, su primera y mejor película. Lo policial es parte de ambas. La de Coppola se basó en un caso que terminó pasando por la policía aunque más no fuera para constatar la ausencia de un asesino. Incomprendida, en cambio, se acerca a la muerte durante el final pero su contacto con ella no deja de ser aquello que la película-diario de una nena registra o crea, una fantasía defensiva. Hay algo peor que la muerte y hasta el amor es más frío que ella, sentenció Fassbinder para siempre, pero esto es una película italiana. La muerte, en todo caso, es caótica y colorida, puede ser invocada para mejor conjurarla. Lo policial de Incomprendida también se extiende a un episodio en el que “por culpa” de la nena se ven involucrados la madre pianista y el padre actor, ambos más narcisistas que su propia hija. Y lo policial de Incomprendida tiene mucho que ver con los colores, que son los de los giallos paternos, pero usados en una película que no se inscribe dentro del mismo género. Los rojos, verdes y azules intensos, suntuosos, oscuramente lisérgicos y operísticos de Tenebre o Suspiria son parte del mobiliario cromático de la casa paterna original desgarrada por la separación que da comienzo a la película y al fragmento de diario de una nena que irá y vendrá de la casa de la madre a la del padre. El color paradigmático del giallo fue el rojo en vez del amarillo del término italiano que le dio nombre, e Incomprendida puede ser vista como un aporte oblicuo a la historia del color en ese género para el que las películas del padre de Asia Argento fueron fundamentales. No por nada la primera dirigida por ella se llama Scarlet Diva. Hay una fuerte tendencia a la abstracción en Incomprendida que tiene que ver con la naturaleza episódica del diario. Eso permite que rearmemos las partes y privilegiemos lo que al principio puede parecer secundario. Por ejemplo el color, ese rojo cuya aparición acá no sólo contribuye a una genealogía estética que parte, al menos, de Mario Bava y llega, como mínimo, a John Carpenter. Para Asia Argento ese color también está inscrito en la historia política de su país y se mezcla con la cultura de consumo de masas de esta nena. El de Incomprendida es un profondo rosso hecho de animal print, punk, brujería, tele, tintura, extensiones y merca. Habría que comparar las banderas rojas cercanas al final, desenfocadas pero ausentes, con el tratamiento de la revolución en la María Antonieta de Sofía Coppola que cuenta con Asia en el reparto.
Así como la nena de Incomprendida no tiene lugar en las casas de sus padres separados porque sus hermanas mayores son las preferidas, Asia Argento no deja lugar a la explotación de la pena en su película (los personajes de sus tres películas son sujetos-objetos del consumismo imperante). El desamparo de la protagonista es tremendo y, aunque objetivo, Asia nos recuerda que la película responde al expresado por el diario de la nena que en un momento -y no en cualquier momento- dice que no cuenta lo que vemos para «hacerse la víctima» sino para que seamos un poco más agradables cuando nos crucemos con ella. En esa denegación está la clave ética de la película. A través de la subjetividad del diario de esa nena, a través de esa ficción primaria de su escritura y de su mirada, a través de esa invención del mundo y de sí misma accedemos a las condiciones objetivas de su condición de víctima. Pero no deja de ser una verdad de segunda mano que no se arroga el derecho de ser única o total, que no facilita juicios lapidarios como no sean los de una nena que tiene nueve años en 1984, hija de padres artistas separados que no le dan la más mínima bola y la exponen a más de una situación peligrosa y potencialmente traumática, es decir una infancia de mierda como la de tantos que no excluye, sin embargo, la amistad, la alegría, el placer. Del amor mejor no hablar, pero quién puede afirmar que existe para hacernos felices, que si algo ligado al amor puede hacernos felices sea reconocido a esa edad o, si lo es, que pueda durar. La única aparición de la directora delante de cámaras, fugaz tras gafas negras, funciona para refutar toda chance de idealización amorosa. La declaración de la nena sobre el sentido del diario puesto en escena por la película es fundamental, se extiende a toda la carrera de Asia Argento como directora y tiene puntos de contacto con una de sus primeras apariciones como actriz en Palombella rossa. Como Nanni Moretti, hace un cine en el que su identidad pública y su vida privada se (des)pliegan en las ficciones que dirige y protagoniza. En vez del “no, pero sí” de la nena, que al negar “hacerse la víctima” lo afirma pues necesita hacerlo para que alguien le preste atención debido a que siempre tuvo que ser fuerte, Asia Argento juega en su cine al “sí, pero no”: pongo el cuerpo en las primeras dos películas que dirijo, el personaje de mi opera prima tiene evidentes puntos de contacto con lo que se conoce de mi vida y carrera, filmo otras dos ficciones en las que los nenes lo pasan pésimo y eso contribuye a relacionarlo con mi propia infancia o con lo que de ella se conoce o supone, la protagonista de la última se llama Aria como yo, pero no soy exactamente yo sino un doble que me permite lidiar con lo que hicieron de mí en la infancia y lo que hago conmigo misma después.
La fascinación ejercida por Asia Argento en hombres y mujeres del planeta mucho tiene que ver con el hecho de que juega a ser una nena traviesa que está siempre en bolas, vale decir dispuesta o, más bien, expuesta. El plano Asia Argento por excelencia es el de ella sentada a la que te criaste con las piernas abiertas. Parece festivo -y no pocas veces lo es- pero también suele ser terrible, mucho más cuando en el contra plano están el nene de El corazón es engañoso por sobre todas las cosas violado por Jeremy Renner (allí el actor empezó cinematográficamente a Vivir al límite) y Marilyn Manson o la nena de Incomprendida. La fantasía que provoca es la de una máquina de coger, una mina que se voltea o se deja voltear por lo que ande cerca, sea hombre, mujer o animal (ver Go Go Tales) sin que ello suture el deseo ni mancille su inocencia promiscua, manchada de nacimiento, tatuada en el cuerpo, más precisamente justo encima de la concha peluda como las axilas que se depila en Scarlet Diva. Como toda inocencia, inclusive la original, la suya es una fantasía, por ello mismo siempre perseguida por los protagonistas de sus películas, ángeles del pecado a quienes sólo les queda asumir el cumplimiento de un destino que consiste en saciar un apetito inextinguible con el mejor de los talantes. Pero el problema es que se resisten a ello, no se entregan del todo a la tentación sadeana sedante y sueñan sueños de nenas de tercer grado mientras una pareja de fotógrafos, un pendejo despechado por una puta o el sureño propietario de una casa rodante como la de Killer Joe se los culean aprovechando que son nenes, están en pedo o pasados de rosca, o las tres cosas juntas. Y nosotros, los espectadores, “inválidos que soñamos con la acción” según José Giovanni en La scoumoune (1972), alimentamos el morbo de una paja brava parecida a la que Mario Bava (inventor de los colores que el papito de Asia terminó heredando) propuso en La fusta y el cuerpo a latigazo limpio.
La protagonista de Scarlet Diva es una actriz y modelo a punto de dirigir su primera película que todavía sueña con el príncipe azul al que busca en todos los tipos con los que decide coger en tanto y en cuanto siempre está dispuesta a someterse al deseo de ellos porque sólo así cumple la fantasía propia de casarse y tener hijos con el indicado (vocalista de look blandito y sensible, como en la niñez tuvo la cara de Eros Ramazzotti y otros cantantes pop –antes llamados melódicos- por el estilo). Scarlet Diva es una Mamma Roma del siglo XXI que no llega a parir en la película y no tiene fiolo que la explote físicamente pero sí un hambre y una sed voraces, patrones inherentes acaso peores que los ajenos, ante quienes era posible rebelarse, porque no hay orden externo alguno que cercene la compulsión y el abuso (quizás por eso la marcha comunista del final de Incomprendida huela a sueño húmedo, a dimensión política impracticable, abstracta, aunque imaginable). Más de una vez, en el transcurso veloz de la película-diario-biografía de esa diva en rojo protagonizada por ella misma, al personaje la cogen o se deja coger por hombres y mujeres y, aunque el caos sexual desdibuja los límites, en al menos un caso se puede hablar de violación, que la actriz-directora no usufructúa dramática con el fin de “hacerse la víctima”, como declarará la nena de Incomprendida quince años más tarde, porque le basta con serlo, porque su ética no es la de la ley, los derechos o la jurisprudencia, porque sus personajes suelen creer que están por encima o estar efectivamente aplastados u olvidados por ellos, porque se hace cargo del goce ligado al dolor que ha incorporado en su existencia y que purga a través de estas películas en las que abortos y vómitos son el pan pop de cada día.
Aquí puede leerse un texto de Paula Vazquez Prieto sobre Incomprendida y otro de Nuria Silva sobre Asia Argento.
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