El parlante de la camioneta invade el espacio sonoro. La voz ofrece comprar aquello que la gente ya no quiere. Las imágenes van registrando esos espacios de pueblo con planos fijos. El último muestra una antigua estación de servicio que parece abandonada, a juzgar por los restos de autos que la enmarcan. Pero en la estación de servicio, alguien canta “El cosechero” y “La canción del jangadero”. Uno, en silla de ruedas, escucha. Otro ceba mates. Ese comienzo define un espacio por el que se moverá prioritariamente el relato: el margen del margen, ese lugar donde parece que un pueblo se termina, ese espacio de pasaje entre lo urbano y lo rural. Esa percepción se refuerza con los momentos en que los personajes se mueven de ese lugar: la sensación no es solo de distancia –que puede ser relativa- sino de esfuerzo, de algo que siempre parece estar en el otro extremo, se trate del edificio de la Municipalidad, el corte de ruta o la casa de la novia de uno de ellos. Si el espacio y los personajes centrales se definen como un conjunto indisoluble de ese margen –y que al salir de él encuentran formas de destrato y desprecio-, lo que también define a la película allí es su tono, esa forma que adquirirá durante todo el relato y que no abandonará en ningún momento.

El arranque (Jacobi, 2024) es, en ese sentido, una pequeña historia de pueblo. Centrado en personajes que arrastran sus fracasos como una suerte de hecho maldito, pero que no les quita la esperanza y el humor. El presente de los tres está hecho de un pasado sin resolución. Joselo, condenado a la silla de ruedas tras un accidente con su camión y viviendo de una modesta pensión. Hugo, que recibió de herencia un Renault 12 que no logra hacer arrancar, y sin dinero ni trabajo como para poder arreglarlo. Sandro fluctúa entre sus sueños de cantante folklórico –convertido en fantasía concreta para su madre enferma- y poner en funcionamiento la estación de servicio que le legó su padre. Todo legado parece en ellos, un problema, una detención que los obliga a permanecer en ese estado cercano a la quietud que comparten en los fondos de la estación.

Unos y otros sueñan con golpes de suerte que los saquen de la inercia –acertar un número en la lotería, una desviación de la ruta que lleve los clientes a la estación perdida- pero sobre todo, de ese espacio marginal en el que viven. Por debajo de eso, lo que late es ese país pauperizado, con dificultades para conseguir trabajo y que aparece en una continua tensión por la lucha –ese corte de ruta que amenaza con concretarse. Lo interesante es que El arranque mantiene esos elementos en segundo plano, sirviéndoles de base a los personajes que intentan sobrevivir desde las limitaciones que el entorno les impone. La diferencia quizás aparece en Joselo, quien, a diferencia de sus amigos, parece presentir su propio final antes que la posibilidad de un reinicio. En todo caso, se convertirá él mismo, a partir de un sacrificio personal, en el motor real del arranque de los personajes, facilitando el dinero para aquello que a cada uno le falta (el burro de arranque del auto, la cuerda que le falta a la guitarra).

Más que en la modestia de sus pretensiones y en lo minúsculo del relato que se propone, el valor de la película habrá que encontrarlo en la demostración del singular oído para captar las formas dialógicas de lo popular y para encontrar, a partir de allí, el tono y el ritmo justo para que esos cruces no suenen forzados ni artificiales. A diferencia de tanto cine abúlico –que disfraza con ello una imposibilidad de conectarse con las formas del habla- o estandarizado –que solo parece hacer avanzar la acción y la significación desde los diálogos- El arranque suena más creíble y viva que la mayor parte de las ficciones argentinas. Tal vez porque entiende que esos diálogos no tienen que exponer un tema, sino revelar la forma en que entran en relación los personajes desde la palabra cotidiana. Tal vez porque justamente su interés está en que la idea de arranque se entronque con la de la amistad, como forma de resolver y destrabar los problemas de una pequeña comunidad de personas.

El arranque (Argentina, 2024). Dirección: Federico Jacobi. Guion: Pablo Viollaz. Fotografía y edición: Federico Jacobi. Elenco: Gabriel Lenn, Miguel Ferreria, Fabio Herrera. Duración: 73 minutos.

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