historias-breves-12Analogable a esas antologías de “jóvenes escritores” o “futuras promesas” –no olviden anteponer adjetivo a sustantivo– que cada tanto lanzan las editoriales para marcar tendencias, testear productos o quizás concretar ventas minoristas entre amigos y familiares de los antologados, Historias breves es el nombre de la selección anual de cortometrajes que realiza el INCAA. Se trata de una saludable apuesta por el semillero local, que arrancó hace 20 años, ya va por su doceava edición y exhibe los méritos y deméritos usuales en este tipo de iniciativas. Irregular y ecléctica, Historias breves 12 compila cortometrajes de calidad dispar y carece, por supuesto, de unidad temática o estilística, efectos inevitables y voluntarios de sus bases de convocatoria. Lo único que estos cortos ficcionales tienen en común es su originalidad y extensión (aparte de su calidad de inéditos, claro está). Ni adaptaciones, ni refritos, ni “historias reales”. Con premisas así de elásticas, el espectador sabe, al momento de ocupar su butaca, que conviene relajar las expectativas y asumir la actitud del coleccionista que recorre los pasillos de un bazar esperando encontrarse algo maravilloso que la de quién escucha un disco de “greatest hits”. Los cortos son marcadamente disímiles y los juicios y subrayados que, a continuación, propongo por cada uno de ellos, necesariamente arbitrarios y opinables.

La canoa de Ulises, de Diego Fió. El primer corto fue el mejor, el más logrado. Ulises es un adolescente guaraní que, en algún lugar de la selva, cerquita de lo que pareciera ser el río Paraná, construye una canoa junto a su padre. El padre se comunica con su hijo en guaraní, mientras  Ulises le contesta en español y, en los momentos libres, se dedica a escuchar hip-hop con el celular e improvisar rimas hasta que, por un descuido, la canoa se incendia, precipitando un final trágico. La fotografía es excelente y la historia está contada de manera simple y efectiva, sin pretensiones ni ampulosidades.

timthumbEl tema central de El plan de Víctor Postiglione es la “violencia de género”. En lo que parece ser un entorno rural, dos hermanitos observan como un padre brutal golpea y maltrata a su mamá y deciden vengarse. Al estilo de la “carta robada” de Poe, el final –la venganza– se insinúa solapadamente en la primera escena del corto. Mal hecho. Por lo menos a mí, este tipo de cachadas al espectador, que son bastante frecuentes en cierta literatura, me desagradan. Es como si el director nos apuntara con el dedo diciendo “te lo avisé, soy más vivo que vos”, sin darse cuenta de que reduce la historia a un mecanismo. Los personajes son puestos al servicio de una estructura, en lugar de que la estructura decante naturalmente de la naturaleza de los personajes. Así, el padre es un violento sin más, de la madre conocemos únicamente su rostro de víctima devota y los chicos se convierten en calculadores agentes punitivos. El desenlace (que involucra una escopeta) resulta poco verosímil.

Cimarrón, de Chiara Ghio. Hay algo circular y alucinatorio, casi borgeano, en la trama. Es la historia de un tipo que vive sólo aislado en mitad del monte y tiene que dar muerte a unos perros cimarrones que atacan a las ovejas. En el medio, hay un asesinato. Sigue en la línea trágica de los cortos que lo preceden y mientras lo vi, sentí un frío patagónico.

Historias-Breves-12-600x300Una mujer en el bosque, de Cesar Sodero. Con mucho, el cortometraje más atípico y original: una historia de ciencia ficción y, de alguna manera, también de amor. Por momentos, me recordó la estética, extremadamente singular, de la serie británica Black Mirror, que hace una especie de costumbrismo, distorsionado y alucinatorio, de un futuro cercano. Una mujer en el bosque nos cuenta la historia de un tipo cuya mujer es un robot que empieza a sufrir ataques de melancolía. Quizás la mujer intuya su condición de sustituto sintético de  una persona real, eso no se sabe, pero el tipo la ama en serio. El acuciante problema del “fantasma en la máquina” y la conciencia de lo inanimado, que se ha tematizado un millón de veces en el cine mundial (desde Metropolis a Her, pasando por Solaris), pero muy poco en el argentino, está realmente muy bien.

Las nadadoras de Villa Rosa, de Josefina Recio. Plagada de simbolismos y elipsis freudianas, Las nadadoras cuenta la historia de un grupo niñas, de más o menos doce años, que se entrenan para competir en un torneo de natación. La pileta cerrada del club de pueblo donde transcurre la historia escenifica un posible gineceo. El clima de encierro, las mallas rosas de las niñas, semejantes a pequeñas vestales, la presencia de la entrenadora como una especie de bruja de cuento de hadas y de un guardavidas con malla roja –¿metáfora de los riesgos de la menstruación y la madurez reproductiva?– que despierta los primeros suspiros de una de las nadadoras, son algunas de las imágenes que el corto pone en juego. Gran trabajo con la tensión dramática y lo no dicho.

El inconveniente, de Adriana Yurcovich, narra las angustia de una mujer mayor que vive sola en el piso 12 de un edificio de departamentos y un día, en lo más pesado del verano, le cortan la luz. La mujer usa bastón y no puede bajar las escaleras para pedir ayuda. Aislada del mundo, a merced del calor, el hambre y la sed, se empieza a desesperar. En líneas generales la historia está bien contada.

el-plan-1Las liebres, de Martín Rodríguez Redondo. Como un inesperado reverso de Las nadadoras, el corto de Rodríguez Redondo nos presenta a un niño cuyo padre está decidido a llevarlo a una cacería nocturna para enseñarle los valores de la hombría. Subidos en la parte de atrás de una chata, padre, hijo y otro chico más les disparan a las liebres que cruzan el campo. En la concepción paleolítica del padre, hombría se asocia a coraje físico y violencia: la capacidad de usar una escopeta o matar a una liebre de un palazo. Uno de los mejores cortos de “Historias breves”. La actuación del chiquito –que debe tener entre 5 y 8 años– es para destacar.

Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, de Dolores Montaño. Coqueteando con el grotesco, el corto refleja la espera, entre aburrida y ansiosa, de un grupo de tres oficiales de policía que aguardan el momento de entrar en acción, encerrados en un camión hidrante. De los tres policías, dos son veteranos y uno, con el cual el espectador es llevado a identificarse, bisoño. Hay algo en la trama que falla, aunque me cuesta precisar qué exactamente. Quizás no termine de establecerse esa tensión tan característica del grotesco entre risa y catástrofe.

Historias breves 12, AA. VV., 107′.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: