FILE - In this Oct. 20, 2007 file photo, Chilean director Raoul Ruiz gestures before the screening of his film "La Recta Provincia" at the Rome Film Festival. Raoul Ruiz, a French-Chilean filmmaker who directed John Malkovich in a role as Austrian artist Gustav Klimt and worked to put cinema on an artistic par with literature, has died, one of his producers said Friday, Aug. 19. 2011. (AP Photo/Sandro Pace, File)

Ruiz murió. Estrenan una película de Ruiz. No se puede hacer más que alabarlo. Ruiz murió. Estrenan una película de Ruiz. Nadie hace más que alabarlo; habría que salir a hablar mal, a desestimar, a pinchar a Ruiz. ¿De qué sirve construir un podio para Ruiz? ¿Cómo negarle un podio a Ruiz? Nada como las películas de Ruiz. Para negarlo no se puede recurrir a los argumentos de doña Rosa: que es cine aburrido, que no se entiende nada, que solo le gusta a los críticos. Para negar el cine de Ruiz habría que recurrir a argumentos infinitos, citar teólogos del siglo XVI, leyendas chinas del 5 a.C. ¿Cómo negar a Ruiz si la evidencia de su cine es apabullante? Basta con ver una película. ¿Cómo negar a Ruiz? Su nombre todavía no entró en el panteón del Gran Cine, los críticos (en masa) deben alabarlo, ensalzar sus caprichos, analizar sus singularidades. ¿De qué sirve ensalzar a Ruiz? ¿Cuál es el objetivo? ¿Lograr que llegue finalmente a formar parte del Gran Cine? Un verdadero admirador de Ruiz no debería nunca alabarlo, sino trabajar de forma conspirativa para que su nombre siga siendo una cifra en clave, un misterio, un código ilegible. Ruiz murió y todos deberían conocer su nombre, citarlo como lugar común tal como se cita a Godard o cualquier otro. El cine no es el mismo desde que existe Ruiz. Todo parece indicar que la conjura para volver a Ruiz un nombre reconocido en el mundo del cine internacional es un complot de quienes desprecian sus películas para volverlas finalmente invisibles. No hay nada menos interesante y menos perturbador que un nombre consagrado. La Sociedad Psicoanalítica Franco-Belga, obsesionada desde su fundación por la literalidad de la interpretación y la linealidad de los relatos, ha encontrado el medio perfecto para anularlo: convencer a todos de que están descubriendo el secreto escondido del cine, que debe ser proclamado a los cuatro vientos, que debe ser adorado como el último genio del cinematógrafo. Solo un genio puede producir una ira tan furiosa por lograr desmentir el genio a través de la insidiosa estrategia de la consagración.

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