Otra celebración de la extensión. Otra invitación a la dispersión. Eso, entre otras cosas, es Trenque Lauquen. Otra película río que evoca al río mismo desde ese “Adiós, adiós, me voy, me voy” que funciona como despedida incierta e inevitable pero que también hace pensar en Rosario Bléfari y su diáfana y bella Río Paraná, aunque después descubramos que la frase tiene que ver con otra canción.

Hay algo en el cine de Laura Citarella que va más allá de las formas de producción que tanto ella como sus compañeros de ruta defienden a la hora de hacer una película. Hay algo que trasciende la escuela moderna y rupturista a la que la directora parece suscribir y que tiene que ver, paradójica y felizmente, con el tratamiento de los géneros que hay en las cuatro películas (dos de ellas codirigidas) que lleva hechas hasta el momento. Basta con revisar Ostende para comprobar que detrás de la aparente cadencia veraniega y el carácter reservado pero al mismo tiempo relajado de Laura Paredes, están el misterio y el policial; basta con atender a la mirada perdida y el caminar solitario de Verónica Llinás en La mujer de los perros para ver en ese territorio extrañado un espacio apto para la ciencia ficción; basta con pensar en Juana Bignozzi como síntesis misteriosa de esas dos mujeres y como antecedente singular de la Laura protagonista de esta road movie circular que es Trenque Lauquen.

Hay un gesto notable en esa configuración de los personajes femeninos, que es el de sustraerlos de la agenda pública, de los temas urgentes, para construir una puesta en escena paralela en la que solo operen a partir de la ficción: a diferencia de los hombres que aparecen en sus películas, mostrados casi siempre de un modo ridículo, caricaturesco, las mujeres de Citarella no se ven nunca condicionadas por el entorno, no necesitan liberarse de nada porque no hay nada que previamente las contenga. Son mujeres impredecibles, ajenas e inalcanzables. Son mujeres que ya están en marcha cuando las descubrimos, que se mueven permanentemente por fuera de las normativas sociales.

Hay allí también una decisión inteligente, que es la de prolongar una búsqueda en la que el misterio no pasa por el destino de la protagonista sino por la especulación de dos hombres que no se explican lo que está pasando, que no pueden entender que una mujer simplemente se vaya y lo deje todo; que no explique nada, que se despida a través de una simple y casi abstracta leyenda escrita en un papel, sin dar precisiones ni coordenadas. Son ellos los que intentan buscar señales donde sea para darle un sentido a la desaparición. Para eso están las columnas radiales de Laura sobre las mujeres que hicieron historia; para eso están los libros sobre esas mismas mujeres. Para darles una excusa a esos hombres, una idea que los tranquilice. Son macguffins para los personajes, no panfletos para la tribuna.

Pero la historia, como dice la voz en off de Juan Minujín en el capítulo de Historias extraordinarias dedicado a la enigmática Lola Gallo, «es otra». Ese capítulo, más allá de la duración similar que ambas películas comparten, es el punto en donde Trenque Lauquen se toca con la obra de Llinás. Allí también aparecen dos hombres enamorados de una misma mujer; allí también se describe a esa mujer como “una criatura de otro mundo”. Allí también esa mujer anuncia su retiro de manera implacable: “bueno, me voy”, dice Lola. Pero, a la vez, ese capítulo es también el punto donde las dos historias se diferencian: si en H.E las aventuras son narradas por una voz externa y es la propia Lola la que aparece casi todo el tiempo en pantalla, en Trenque Lauquen son los hombres los que se muestran buscando a la mujer que aman y es Laura la que después se encarga de contar lo ocurrido. La organización de una y otra película también es diferente. En la de Llinás prima el caudal narrativo de lo novelesco en pos de prolongar la infinitud del relato. Historias extraordinarias es una película que sigue ocurriendo. En Citarella, la división en dos grandes partes y la subdivisión en partes más pequeñas (la de Rafael, la de Ezequiel, la de Juliana, la de la propia Laura), lejos de organizar, dispersa. Laura aparece en el pasado de uno y en el presente de otro. Laura aparece en su propio tiempo, leyendo las cartas de Carmen Zuna (en un paralelismo que refuerza el gesto universal, la repetición clásica, la suscripción genérica) o contando la historia de Aleksandra Kolontái para luego dejarles el ejercicio de la fabulación a sus amantes. Hay más de una escena en la que el fundido se produce sobre el rostro de Ezequiel Pierri mientras Laura habla o lee. En ese sentido, Trenque Lauquen es una película que se pierde, que se fragmenta, que se deshace.

Citarella dispone los elementos con gracia y lejos de toda solemnidad. Les da a los movimientos, a las miradas y a los silencios el tiempo necesario para estimular la posibilidad, para profundizar la sugestión, pero sin caer nunca en la poética de lo contemplativo, un camino que parece anunciarse cuando el personaje de Spregelburd sentencia, apenas comenzada la película, que “la academia no te prepara para la tristeza”, pero que rápidamente se descarta para tomar otras rutas más felices, más fantásticas e inesperadas, como la escena en la que Laura, luego de anunciarles a Juliana y a Ezequiel que se va y de pedirles que no la busquen, se dispone a revelar los motivos de su partida pero es interrumpida por el programador de la radio local.

Esa puesta en abismo, más que como un recurso en sí, más que como una exhibición de la técnica y la forma, le sirve a Citarella para dejar en claro que no hay explicación para el movimiento, que no hay necesidad de justificar las decisiones que uno toma. Que basta con inquietarse ante una aparición epifánica (una «esperanza») para activar aquello que parecía estar dormido. Que no se trata de contarlo todo, sino de lo que uno quiere contar y cómo, y hasta dónde, lo quiere contar. La tristeza, en todo caso, será de aquellos que quieran adjudicarle simbolismos y razones profundas a una película que las rechaza de plano y que, en lugar de demorarse en las interpretaciones académicas y la previsibilidad de los ensayos serios, elige abandonarse al ejercicio lúdico, cinematográfico, de la dispersión y el sinsentido.

En Trenque Lauquen hay un escena en la que, a lo lejos y a través de una radio, se menciona a La dolce vita, esa película monumental en la que Anita Ekberg se impone como una mujer imposible de aprehender para luego perderse definitivamente por las calles de Roma. Hay un capítulo que se llama “La aventura” y que recuerda a la Anna de Lea Massari que misteriosamente desaparece en la película de Antonioni que lleva el mismo nombre. Pero la Laura de Citarella está lejos de esas consagraciones y de otras referencias igual de notables. No es la Sylvia anhelada por el recuerdo de Guerín ni la Albertina fugitiva de Proust; no es una obsesión ni una idea. Tampoco es la Mona marginal de Sandrine Bonnaire en Sin techo ni ley de Varda. Y ya dijimos que los casos de Kollontái y Zuna están allí para establecer un paralelismo iconográfico, reconocible y perdurable. En todo caso, y si es que hay necesidad de establecer alguna asociación cinéfila, la Laura de Citarella se parece a la Wanda de Barbara Loden en esa película homónima y artesanal de 1970, despojada de reflexiones existenciales y libre como pocas: alguien que se va porque sí. Alguien que elige rechazar sus deberes cívicos. Alguien que olvida el mundo hasta ayer habitado y encuentra, como pasa acá en la casa de las dos mujeres y el niño mutante, como sucede en la pulpería con los paisanos -escena similar al final que Loden le da a su Wanda-, como ocurre en el lago a cielo abierto y en ese movimiento lateral y definitivo de una cámara que más que habilitar la fuga convalida la mímesis de la protagonista con el entorno, un refugio inesperado. Un refugio para Laura pero también para el cine argentino. Un refugio para nosotros, espectadores, críticos, que creemos en los milagros y que por suerte cada tanto suceden cuando aparecen películas como esta. Eso, por sobre todas las cosas, es Trenque Lauquen.

Trenque Lauquen (Argentina, 2022). Dirección: Laura Citarella. Guion: Laura Citarella y Laura Paredes. Fotografía: Yarara Rodríguez. Música: Gabriel Chwojnik. Reparto: Laura Paredes, Ezequiel Pierri, Rafael Spregelburd, Juliana Muras, Elisa Carricajo, Verónica Llinás, Cecilia Romero, Cecilia Rainero. Duración: 250 minutos.

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