
1.El centro de Un hombre que escribe (Paolinelli, 2024) es una entrevista. No un reportaje: una entrevista. La diferencia entre uno y otra se intuye en la misma palabra. En el primero se reporta por un intermediario, sobre la existencia de algo o el pensamiento de una persona; el rol de quien reportea es expositivo, está allí para que el otro, el reporteado, ocupe la (casi) totalidad del espacio. En la segunda, aparecen dos elementos distintivos. Por un lado, se trata del encuentro de dos personas para tratar un tema o una situación: hay un diálogo en el que entrevistador y entrevistado ocupan lugares, en principio, simétricos. Por el otro, niega la posibilidad de completar la imagen del entrevistado. En un punto, lo que hace una entrevista es entrever, empezar a ver algo del otro que hasta ese momento permanecía fuera de la visión. En Un hombre que escribe, más que conocer a Abelardo Castillo, empezamos a entreverlo. Una forma que se revela no solo en evitar toda referencia biográfica sino también en la manera en que se muestran visualmente sus obras. Fragmentos, párrafos que permanecen en pantalla un tiempo que no alcanza para leerlos en su totalidad, cubiertas de libros o de revistas que se superponen unas a otras, páginas que pasan hacia atrás o hacia adelante sin permitir fijar la vista en alguna de ellas.
2.Sin embargo, en ese entrever del personaje se detecta algo que puede pensarse como curiosidad o como contradicción aparente. Si la entrevista queda definida como el encuentro de dos personas que entablan un diálogo, la puesta en escena pone en un fuera de campo total, al menos desde lo visual, a la entrevistadora. Escuchamos su voz pero no vemos su cuerpo. No sabemos quién es -si no reconocemos esa voz- hasta los títulos del final. El diálogo existe desde lo verbal, pero lo que se escamotea es el otro cuerpo. Y como complemento, la imagen se mantiene prácticamente inalterable en el primer plano del rostro de Castillo. Ocupa casi toda la pantalla, anulando no solamente el cuerpo del entrevistador, sino incluso los detalles del entorno donde se produce la entrevista -ese espacio que vemos, ya vacío, en el plano final-. Hay algo allí que parece entrar en fricción con la idea de entrever, en tanto Castillo está casi continuamente en plano hablando o escuchando a su contraparte. La respuesta a ello está en el comienzo del documental, que se nos aparece como aviso o premonición, cuando Castillo después de citar a Borges señala que lo que importa en una entrevista no es la pregunta sino la respuesta. Lo que importa, entonces, es el entrevistado y no la entrevistadora. Lo que queremos entrever es su imagen, no la que queda del otro lado de la pantalla. Y en todo caso, hay que pensar en otra frase que desliza Castillo en esos primeros minutos: “las entrevistas suelen ser peligrosas pero no por el entrevistado sino por el entrevistador”.
3. Abelardo Castillo murió en mayo de 2017. Por la referencia que hace a su edad, puede inferirse que esta entrevista es de dos años antes de su muerte. El documental no lo señala, se desinteresa de la marca temporal. Al despegarse de ese detalle, su atemporalidad convierte a la entrevista en un puro presente. Eso que puede parecer una liviandad o incluso hasta un descuido, entra en relación directa con el planteo que Castillo hace en la entrevista. Cuando María Moreno le pregunta, hace una distinción entre los diarios y las memorias que se sostiene en la concepción del tiempo que asume cada uno. Las memorias, dice Castillo, miran hacia el pasado, en ellas se finge recordar. Los diarios, en cambio, escritos en un presente que se vuelve rápidamente pasado, sin embargo, al ser recuperados vuelven a ser leídos como un presente. La entrevista entonces se convierte en un sucedáneo, una posible continuación de los diarios. O en un bonus track visual a esos diarios que Castillo escribió durante años.
4.Acaso, pienso, la construcción del documental, con su apariencia simple, también se relaciona con otras dos ideas que plantea Castillo. La deriva que comienza en el fastidio que le produce viajar, culmina en una idea interesante: la imagen de Notre Dame de París y su significado diferente para quien vive en París -que la ve a diario- y para quien vive en otro lugar. Castillo señala que para apreciar la realidad hay que tomar distancia, que no se puede apreciar lo que se tiene a mano. Tomarse casi diez años desde la realización de la entrevista y casi siete desde la muerte del entrevistado, parece ser esa distancia que se necesitaba para pasar de la entrevista a secas a la posibilidad de construir con ella un documental. Para poder mirar a Castillo de otra manera, desde otro lugar, corriéndose de la inmediatez.
5.La otra idea es la que se plantea en el tramo final. Moreno le pregunta a Castillo si se siente uno de los grandes exponentes de la literatura argentina o de su generación de escritores. La respuesta negativa es explicada desde la concepción de que “los grandes exponentes se adivinan tiempo después” y que los grandes artistas murieron fracasados. Acaso sea de nuevo esa distancia la que permite más que definir a Castillo como algo, empezar a pensarlo nuevamente, desde su literatura, para entender el lugar que puede ocupar. Antes que definir, Un hombre que escribe invita a pensar en Castillo y desde Castillo la significación de su obra en el corpus de esa masa que puede llamarse literatura argentina.
6.Si se puede advertir en la entrevista ese corrimiento de lo inmediato en la decisión de no centrarse en una obra reciente que sirva de excusa, no está de más subrayar que ello implica que, como documental, puede sortear la tiranía de los tiempos y no quedar enclavado en un momento en particular. El tiempo es la materia sobre la que Castillo, de todas formas, vuelve una y otra vez en su diálogo. Si hay elementos que no puede restablecer -por caso, cuando le preguntan las diferencias en las intenciones de la escritura en el diario con el paso de los años-, hay otros que se sostienen como discurso que puede ser articulado en el presente -por ejemplo, cuando señala que lee a los talleristas fragmentos de sus diarios donde escribe sobre sus fracasos para que comprendan que es algo que se repite-. Pero además de que es el tiempo el que pone a cada uno en el lugar que posiblemente le corresponda, resulta llamativo que aplique esa temporalidad a los géneros literarios y a su concepción sobre ellos. Castillo es tajante y convincente en las separaciones que traza -el diario como necesidad de expresión y la literatura como comunicación; el hombre que escribe frente al escritor como profesional o como oficio-, pero es entre el cuento y la novela donde sorpresivamente hace intervenir al tiempo. La novela es definida como un largo camino cuyo final se va alargando en el tiempo. El cuentista, dice, “escribe sobre algo que en su conciencia ya sucedió”. O que al escribir un cuento va “hacia un final que ya sé, porque ya sucedió y no puede suceder de otra manera”. Un presente que se replica aunque ya haya pasado en algún otro lugar. Y retomando su idea sobre los diarios, que se actualiza en cada lectura. El documental, entonces, sigue ese mismo camino: como en un cuento, avanza sabiendo que el hecho ya ocurrió y que el final no puede modificarse.
7.Al cabo de 63 minutos, Un hombre que escribe consigue el objetivo que parece ir trazándose en el mismo devenir de las imágenes. La paradoja es que lo hace partiendo de una limitación autoimpuesta -filmación en plano fijo, tanto en la entrevista como en los inserts con imágenes de sus obras-, comprendiendo que la búsqueda de la imagen de Abelardo Castillo no implica desplazamientos ni tomas complementarias o exóticas. Es posible entrever los trazos del personaje concentrándose en una parte de su cuerpo. En las palabras y en las inflexiones y gestualidades que las acompañan. De esa manera consigue traspasar el primer plano físico a un primer plano que lo excede y que abarca a todo ese hombre que escribe.
Un hombre que escribe (Argentina; 2024). Guion y dirección: Liliana Paolinelli. Fotografía: Paula Grandío, Alejandro Ortigueira, Soledad Rodríguez. Edición: Lorena Moriconi. Duración: 61 minutos.
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