1. Uno busca rápidamente en IMDb y/o Wikipedia, lo que aparezca primero, después de ver The Nice Guys (o Dos tipos peligrosos como se tradujo acá) sobre su director y lo que encuentra es que Shane Black ha sido guionista, entre otras películas, de Arma mortal (1987), Arma mortal 2 (1989), El último boy scout (1991), El último gran héroe (1993), El largo beso del adiós (1996) e Iron Man 3 (2013), de la que también fue su director. Es decir, ha sido guionista de películas donde la amistad siempre o casi siempre se entiende a partir de binomios totalmente desparejos que en su calidad de “amigos” y, sobre todo, en el proceso que los lleva a serlo, terminan conjurando un cierto estado (fílmico) de nobleza sumamente encantador.
Riggs (Mel Gibson) y Murtaugh (Danny Glover). Joe Hallenbeck (Bruce Willis) y Jimmy Dix (Damon Wayans). Samantha Caine (Geena Davis) y Mitch Hanessey (Samuel L. Jakson). Jack Slater (Arnold Schwarzenegger ) y Danny Madigan (Austin O’Brien). Tony Stark (Robert Downey Jr.) y James Rhodes (Don Cheadle). Jakson Healy (Rusell Crowe) y Holland March (Ryan Gosling). Blanco y negro. Mujer y hombre. Adulto y niño. Solitario y familiero. Padre e hija. En estos binomios los paradigmas se suelen repetir y equilibrar siempre a través del humor (la parodia) y el policial (ultra violento), reflejando en Black una fórmula que lejos del efectismo de Michel Bay, por ejemplo, centra la acción en la química inter-humana y el juego de peripecias (muy ligado a la picaresca) por sobre la alevosía de los efectos especiales y los paisajes computarizados.
De allí que lo mejor de sus historias hayan sucedido a finales de los 80 y durante gran parte de los 90: de hecho, desde 1996 hasta 2006 no había escrito ninguna película.
Los 90. El legado de Reagan se hace muro caído. Los rusos ya no son “los malos”, los árabes empiezan a serlo. Bush padre se calza las botas texanas y la Guerra del Golfo, junto a los petrodólares, comienzan a ser estandartes “pacificadores” de la ONU y del mundo occidental globalizado sediento de fuentes de energía. El dólar es sinónimo de consumo y el consumo es sinónimo de confort occidental. Poder. “Lo oriental” pasa a ser una amenaza. Hollywood desactiva su panfleto anti-soviético/anti-comunista y lo centraliza en su propio legado reaganiano neoliberal de una sociedad imperada por las drogas, las armas y las mafias de todo tipo. Los 90 son el espíritu joven cobainiano, rabioso y decadente del grunge mezclado con el auge tecnológico de los microchips. Terminator 2 (1991) marca escuela: las computadoras van a tomar realmente el poder (cinematográfico al menos) dentro de las películas de acción. Spielberg lo ratifica con su Jurassic Park (1993). Forrest Gump (1994) muestra que también en las “otras” película lo puede tomar. Pixar caduca el dibujo animado en 2 D -salvo dentro del glorioso animé japonés- con su Toy story (1996). Cameron no se queda atrás y cierra la taquilla con su mítico Titanic (1997), siendo Di Caprio el rey del mundo delante de una pantalla verde. La primera Matrix (1999) termina de hacer el resto tanto simbólica como cinematográficamente. Los 90 marcan el final de la Guerra Fría y el comienzo de una era altamente computarizada. La amenaza nuclear ya no es mayormente una amenaza. Los hackers van a pasar a serlo. El cine hollywoodense lo admite, potencia y posiciona. Pero hay resistencia. McTiernan resiste, Tony Scot resiste. Tarantino se asoma y resiste. Shane Black resiste. A la pantalla verde y los pixeles se le oponen (estos directores y guionistas) con la potencia de lo clásico: las cicatrices, el humo, el sudor, el alcohol, la sangre, el sexo, el humor, la textura de los sentidos (algo que las máquinas pueden reproducir pero nunca sentir) se enarbolan dentro de relatos clásicos de acción donde la violencia, la virulencia y el humor (a través de la ironía) desnudan, en el mejor y en el peor de los casos, una cierta noción de nobleza que no necesariamente se vuelve análoga al “bien” y al “mal” según la lógica determinista protestante (mayormente) en la que Hollywood suele postrar hasta el día de hoy sus ideales.
2. El sistema es una cagada. El capitalismo es “el” sistema y es una cagada. Quienes lo dicen, generalmente, son gente que vive en “el” sistema y disfrutan de su confort a pesar de la contradicción discursiva. No hay, sin embargo, paradoja alguna en este entrecruce; por el contrario, hay continuación: el sistema necesita retroalimentarse de estas críticas para fortalecerse. Que Chomsky diga que Estados Unidos es un demonio imperialista desde una Universidad yanqui en la que cobra una buena plata en dólares y a través de libros editados en editoriales yanquis que cobran una buena plata en dólares, más que un acto de rebeldía o anarquía, es un mero acto de continuación. El sistema “es” Chomsky también a pesar de Chomsky mismo. Al menos, del marketing que lo rodea, promociona y encumbra.
Por ello, en estas películas de Black antes mencionadas, el sistema no quiere ser cambiado; si es criticado, no es para ser defenestrado si no para ser usado de contexto. La ironía es la forma de adaptarse al mismo. Lejos de creerse víctima de este sistema, estos personajes de Blake son víctimas de sí mismos. “Solos” no pueden sobrevivir y por eso necesitan siempre “del otro”. Todos son Cruz y Fierro en cierta forma y allí se encuentra la nobleza supuesta: la supervivencia es más que una experiencia de vida; es, más bien, una forma de vivir.
Los personajes de Shane Black son supervivientes. Son parias que buscan adaptarse y readaptarse. Adaptarse no necesariamente significa resignarse. Al contrario, significa escapar a la vida de mierda que tienen. Significa encontrar su propio lugar dentro de un sistema que los defenestra más por sus aciertos que por sus fallas: He ahí el inolvidable Joe Hallenbeck interpretado por Bruce Willis en El último boy scout y su trabajo de guardaespaldas del senador golpeador, por ejemplo, y las consecuencias hasta familiares que sufrió por haber detenido la golpiza de una joven atada.
En The Nice Guys, Holland March, un decadente detective privado interpretado por Ryan Gosling, padre viudo de una niña (Holly, interpretada por la bellísima Angourie Rice) mucho más adulta que él -a pesar de que no llegue a los 15 años de edad- y un matón solitario, obeso, ex alcohólico y mercenario de poca monta llamado Jakson Healy (Crowe) se unen por conveniencia más que por convicción a finales de los años 70 para descalabrar un mejunje de idas y venidas, a partir de una chica llamada Amelia (Margaret Qualley), que se inicia con el cine porno y los grupos ecologistas de cotillón y llega a lo más alto del ministerio de justicia yanqui y la industria automotriz estadounidense. Todo lo que parece bizarro, forzado, vonneguthiano y, en cierta medida, escandalosamente payasesco, se entremezcla en una trama clásica donde la intriga capitaliza a la ironía y la violencia adopta el discurso político imperante funcionando como un ejemplo (sumamente delicioso) de lo que la realidad yanqui es hoy por hoy, con todos su aciertos y desaciertos.
El pasado, entonces, es una excusa para el presente y por eso los personajes de Shane Black son atemporales. El sistema es siempre la misma mierda pero con distinto olor, según metaforiza hábilmente el refranero popular independientemente del tiempo donde se desarrolle. Allí es donde la amistad y la nobleza antes descriptas funcionan como un fuerte catalizador de supervivencia de y a pesar de la época en sí. De Nixon a Reagan, estos dos tipos (March y Healey) sí se tienen el uno al otro, pueden sobrevivir y seguir sobreviviendo a pesar de los vericuetos del sistema y sus contextualizaciones económicas, políticas y sociales. Inclusive, familiares.
3. La amistad conjura el caos del mundo y, sobre todo, las injusticias de un sistema que planta a la injusticia como el brote mismo de su poder: gobierna el que tiene el poder, el que más injusticia sabe impartir para su propio beneficio.
Por ello el sexo, el alcohol, las drogas y el tabaco son todos placebos generados por una industria de placebos (muy rentable) para atenuar toda esta injusticia y sus víctimas que, sin ningún tipo de problemas morales o existenciales, les encantaría ser victimarios.
Mientras esta transición se da (o no) sólo la amistad y su nobleza parecen mantenerlos en pie: “humanizarlos”, sea lo que sea que esto signifique. Allí es donde Shane Black sabe hacer muy buena leña de este árbol caído y The Nice Guys es un ejemplo maravilloso de este fuego encendido.
4. Patéticos, tarambanas, decadentes, nobles, osados, viciosos, pijoteros, tendenciosos, aprovechadores, disfuncionales sexuales, violentos, tiernos, ligeramente morales, si los hombres unidos del mundo adoptaran el niunmenismo bobo a lo Malena Pichot claramente podrían denunciar una estigmatización misándrica del varón que, lejos del calco del macho patriarcal cuestionado, termina siendo una caricatura estúpida de cualquier clase de ser humano independientemente de su sexualidad (un “subhumano” casi); sin embargo, Black se ríe -y nosotros con él- de estos estereotipos mientras propone gelstálticamente algo mucho más interesante: la amistad genuina como modo y modelo de aceptación a pesar de la desaprobación del mundo.
Por esta razón, sus personajes y binomios estelares son los buenos muchachos: pues son la ironía de la ironía y ahí está la gran magia del cine de Shane Black: la ironía como forma de crítica, autocrítica, aceptación y purgación de los pecados propios y ajenos; de los individuales y sociales; de los íntimos y sistémicos.
5. En la actualidad, Facebook da la opción de aceptar nuevos “amigos”. Tinder da la opción de encontrar nuevos “amigos” e intimar sexualmente con ellos casi de forma express. Instagram y Twitter hacen lo propio también en niveles muy similares. Computadoras, redes sociales, virtualismo, píxeles, algoritmos, fotos, videos, la amistad se construye o media a partir de la impersonalidad: uno encuentra, conoce y disfruta personas a partir de dispositivos cifrados en ceros y unos. Y está bien. Los tiempos han cambiado y la globalización con ellos. Los sentimientos se ponen en juego de igual manera siendo una máquina o una piel la que los incentive o administre: lo importante siempre está en la intensidad de la experiencia; en vivir una experiencia justamente. Sin embargo, la propuesta de Shane Black pasa diametralmente por otro lado. Quizás por ello The Nice Guys haya sido ambientada a finales de los 70. Para Black, la amistad es una cuestión de cuerpos, de tacto, de presencia, de personas, de complicidad. De allí que sus personajes siempre empiecen siendo una enumeración de errores y falencias para pasar a ser -clímax de la película mediante- un pequeño compendio de nobleza y redención (al menos, para sí mismos). De allí, que una de las metáforas más bellas del cine de los últimos 30 años haya sido esa escena en Arma mortal 2 donde Riggs y Murtaugh, juntos en el baño de Murtaugh, con una bomba en el inodoro del mismo, se encuentran tomados de las manos hasta las últimas consecuencias sin necesitar decir lo que sienten el uno por el otro con palabras.
6. Estas son épocas de revalorización del concepto de confort. Hoy por hoy, uno milita sus ideas desde una computadora asumiendo la identidad que quiera y hace más ruido que mil manifestantes cortando una calle. Hoy por hoy uno publica un post y en una hora puede tener la aprobación o reprobación de cinco mil personas de cualquier parte del mundo. Hoy por hoy las ideas están hipercontextualizadas y por ese hipercontexto es que son más fugaces que nunca. El ahora se ha transformado en un ya. En la actualidad, Riggs y Murtaugh en el baño se hubieran sacado una selfie después de que algunos policías en la escena hubieran subido fotos en sus redes sociales narrando la situación. Presumiblemente, el mundo entero hubiera visto a Murtaugh en el baño y hubiera seguido minuto a minuto -tal vez por Persicope- la engorrosa y peligrosa situación explosiva que lo atañía junto a Riggs. Las emociones intentan ser compartidas a como dé lugar en las sociedades modernas. Todos tenemos que ser cómplices de las causas (¡todas!) en cierta medida. Por eso Facebook sólo admite “me gusta” en su valorización de novedades en lo que denomina, además, la “biografía”. En The Nice Guys, Shane Black sigue apostando a la intimidad de la amistad, por más forzada y patética que ésta sea. March y Healy tienen sus propios problemas y los resuelven entre ellos. Hay más “no me gusta” que “me gusta” en sus “biografías” y eso desactiva la sospecha de la falsedad. Eso activa el principio de nobleza antes descripto. Por ello Holly, la hija de March, detesta a su padre como padre pero lo adora como compinche. La amistad, inclusive, salva la disfunción paternal.
Por ello, posiblemente, el final de la película -y acá no hay mayor peligro de spoiler– es muy (pero muy) parecido -en la propuesta más que en la resolución- a El último boy scout. Por ello, en definitiva, ser un chico bueno se trata, sin paradojas, de ser uno muy malo. Por ello, en el “sin paradojas” está la más brillante ironía de Shane Black y sus binomios. De Shane Black y sus The Nice Guys. De Healy vaciando esa botella de alcohol en plena mañana, a modo de desayuno junto a su amigo y socio March, cuando nunca la debió haber dejado de vaciar, tal como él mismo le recuerda entre risas y sonrisas genuinas.
De verdadera amistad.
Dos tipos peligrosos (The Nice Guys, EUA, 2016), de Shane Black, c/Russell Crowe, Ryan Gosling, Angourie Rice, Matt Bomer, Margarey Qualley, 116′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: