432925819_6401A estas horas en las cuales seguro alguien, en algún lugar del planeta, está disfrutando por enésima vez de la seminal Duro de matar (1988), podemos decir que John McTiernan (1951), su director, está en cuenta regresiva para que el próximo 25 de febrero sea beneficiado con prisión domiciliaria durante el resto de la sentencia de un año que purga en la “cushy” (cómoda) prisión de Yankton desde el 3 de abril del año pasado. Según recuerda la crónica policial, McTiernan se declaró culpable de dos cargos de falsedad ante el FBI, y uno de perjurio por mentir a un juez federal mientras trataba de retirar una declaración de culpabilidad. Quien saltara al reconocimiento con aquel explosivo inicio de la saga de John McClane se vio envuelto en un caso de escuchas ilegales que en diciembre de 2008 arrojó a Anthony Pellicano, conocido como “el detective de las estrellas”, a la cárcel por 15 años. Los fiscales concluyeron que McTiernan pagó 50.000 dólares a Pellicano para intervenir el teléfono del productor Charles Roven, en tiempos en que ambos trabajaban en la remake de Rollerball (2002), ante desavenencias crecientes sobre el rumbo que debía tomar el film.

El último héroe de acción.

La noticia del encarcelamiento de McTiernan, en un Hollywood que se estremece con cada pequeño escándalo de estrelluelas, estrellas y estrellones, pasó bastante desapercibida teniendo en cuenta que se trata de quien para gran parte de la crítica mundial (no la –así llamada- prestigiosa, sino sobre todo la cinéfila) es uno de los últimos mohicanos en el cine de acción, que hoy necesita cada vez más surtirse de la informática, los archivos televisivos, los comics y los video games para sostener débiles excusas argumentales. Muy probablemente la razón sea que luego de los sorprendentes tropiezos de crítica y público que tuvieron en EE.UU. El curandero de la selva (Medicine Man, 1992) y El último gran héroe (Last Action Hero, 1993), la carrera de McTiernan entró en un declive del cual no lo rescató -para la gracia de la pluma “especializada” y tampoco para los números- ni siquiera su retorno a la saga Die Hard en 1995. El tercer capítulo, Die Hard with a Vengeance, se sostiene fácilmente como el único rescatable luego de la película inicial, y encima perfeccionó su cast haciendo un paralelo con aquélla: Jeremy Irons retomando el rol del villano interpretado por un inglés que deliciosa e inolvidablemente originó Alan Rickman, y Samuel L. Jackson plantándose en reemplazo de Reginald VelJohnson, en el rol de su vida, como el ladero negro de Bruce Willis. Lamentablemente, con o sin McTiernan, el show debía seguir y, posteriormente, con un John McClane menos humano, con menos humor y con más high tech, la saga hizo dinero en la taquilla y agua en originalidad. Hay ketchup pero le falta el Mac.

Arnold-Schwarzenegger-Predator-1920x1200El relato de aventuras, de Schwarzenegger a Bergman.

Suele apuntarse que los estadounidenses han despreciado puntualmente a Orson Welles, Jerry Lewis y Woody Allen en buena parte de su carrera y a otros tantos paisanos más que resultaron reivindicados allende los mares. También muchos y no solamente en la patria del yipee kay-yay consideran que un film de un género fundamentalmente mainstream y tribunero como el de acción y aventuras -gran parte de la filmografía no tan abundante de John McTiernan- pertenece al universo del entretenimiento y por ende está desvinculado de la calidad y ni hablar de la profundidad.

Pareciera que cada vez más en la industria y la media especializada con articulación directa al público consumidor se establece que las variables precisas/inevitables son la velocidad, el estruendo y la bobería en serie, que entalla en productos “use y olvide” marca Michael Bay, por mencionar un paradigma, o en las remakes sin alma de éxitos legítimos: estamos sin mucha esperanza en víspera del estreno de la versión de tiempos 2.0 de Robocop, que en 1987 fue dirigida por Paul Verhoeven (y que era un sube y baja de violencia y emociones a la vez que un imparable alegato político donde los deshumanizados son los funcionarios y empresarios y no el cana devenido en robot).

Dentro de la seguidilla de fracasos de este solitario heredero de Siegel, Hawks y Huston entre otros, que incluyó también a 13 guerreros (1999), adaptación de un best seller de Michael Crichton ambientado en el año 922 AC en un formidable relato clásico de aventuras, fue clave para crucificarlo el hecho que haya usado a Arnold Schwarzenegger, protagonista de Depredador, su primer gran éxito, (McTiernan es junto a James Cameron quien mejor rédito actoral ha sacado del Arnold musculoso como del comediante) para El último gran héroe, continua caja de sorpresas en la que reflexionaba con humor, sorna, libertad y afecto sobre el cine en sí mismo, su poder de abstracción y fascinación, el género de acción, y –¡warning, herejía!- abría el juego sin límites en un guiño no menor al cine clásico (Olivier haciendo Hamlet) y al Bergman de El séptimo sello. Como un Joe Dante del cine de acción, Mc nos regala aquí una excelente y tan anárquica como vapuleada summa de su visión del cine como un grandioso espectáculo-rito colectivo y abarcador. Como gran parte de su filmografía, merece una urgente reivindicación y también, según él mismo acepta, un director’s cut, ya que se la boicotearon lindo los productores.

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De la ciencia al sudor.

Tras aquel oscuro debut titulado Nomads (1986) ejemplo de un subgénero que se monta en la ciencia ficción y la antropología, y que como bien sugiere Marcos Vieytes podría haber dirigido Peter Weir en tiempos de La última ola, el cine de McTiernan encaró derecho viejo para el lado de la acción física trepidante y sudorosamente humana como la camiseta que va ensuciando y haciendo jirones Bruce Willis en los pasillos y pasadizos laberínticos de Duro de matar, al mismo tiempo que escogía personajes de carnadura clásica en la vena de otro grande como Walter Hill, que aparentemente pasó a cuarteles de invierno. Héroes a pesar suyo con misiones asignadas o no y recursos limitados para atenerse a las consecuencias y pilotearlas una vez metidos en el baile con el fin de restablecer el orden, como le sucede a McClane pero también a Arnold. Personajes en el baile y solitarios, como el improbable capitán ruso encarnado por Sean Connery en La caza al Octubre Rojo (1990), donde el discurso de McTiernan se vincula al resucitado Jack Ryan de las novelas de espionaje de Tom Clancy. Y como el científico lírico –nuevamente Connery- pero escéptico de El curandero de la selva que, casi veinte años antes, es una versión de Avatar acá nomás en el Amazonas y con un comentario humanista más simple como urgente que el del film de Cameron.

Montado en el cambio de siglo y ateniéndose a las consecuencias de mantener su rumbo, intuición o andá a saber, el hoy convicto director se despachó con un doblete de remakes de éxitos de Norman Jewison con el que pocos contactos se pueden encontrar: El affaire de Thomas Crown y Rollerball. La primera le valió sus primeras buenas críticas en mucho tiempo y se trató de una estilizada actualización de aquel thriller de choreo de guante blanco donde la pareja Pierce Brosnan-Renee Russo sale bastante airosa del duelo con el recuerdo de Steve McQueen y Faye Dunaway. Luego fue su versión de Rollerball, que en 1975 fue toda una novedad presentando un futuro dominado por corporaciones y un deporte hiperviolento en un circuito de motociclistas y patinadores en lucha sin reglas. McTiernan y el guionista Larry Ferguson (Alien 3, Highlander) decidieron traerla al presente inmediato y hacer foco no casualmente en la rentabilísima relación entre lo sanguinario de este deporte –aumentando aún más su sadismo- y su difusión televisiva, que toma en este caso el rol predominante de villano corporativo mandamás. Cualquier similitud con el poder de los medios y el circo romano moderno son más que pertinentes. Despareja, Rollerball versión 2002 sugiere una producción conflictiva y otra vez –analogía- McTiernan fue echado a los leones.

Similares traumas parecen haber afectado su último opus antes de caer en prisión: Básico y letal(2003) devuelve la acción a la selva, donde en un ejercicio militar en Colombia desaparecen varios soldados de la Drug Enforcement of America (DEA), lo cual deriva en una investigación complicada, que remite en su faz obvia al Rashomon de Kurosawa, para conocer los diversos enfoques falsos y reales. Pero también asoman aires a Southern Comfort del ya mencionado Hill. El nervio de la puesta en escena y manejo de cámara de McTiernan para aprovechar un viejo y conocido escenario natural –protagonista ominoso en Depredador, víctima en El curandero de la selva- permanecen pero el resultado tampoco es del todo satisfactorio.

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Liberen a Mc Tiernan.

Volvemos al informativo: el 25 de febrero John pasará a libertad controlada en su rancho de Wyoming y tampoco es noticia salvo en algún que otro medio amarillento del espectáculo norteamericano. De hecho, es más lo que puede seguirse paso a paso a través de “Free John McTiernan”, página de Facebook donde transitan adherentes, fans y la propia esposa del director, Gail Sistrunk, quien más que gráficamente detalló las visitas donde paso a paso tuvo que contemplar la situación de quebranto anímico de su marido tras las rejas en una situación sin ningún tipo de privilegios. “Esperemos que el gobierno no haga otro truco sucio”, postearon los administradores de la página. Se realizaron importantes eventos, actos y festivales por la liberación, con gran participación en Francia, donde tiene muchos seguidores, y adherentes conocidos de McTiernan como Alec Baldwin, Robert Davi, Carl Weathers, Jeremy Irons, Sam Neill, y colegas como John Carpenter, Brad Bird, Joe Carnahan y Monte Hellman entre otros.

Finalmente, se sabe también que ya tiene un proyecto en carpeta que suena a medida de este creador que pagó largamente derecho de piso y metidas de pata: Red Squad, un thriller de acción. Digámoslo así: podemos soportar que Lindsay Lohan salga de un “rehab” y entre a un tribunal y luego vaya esporádicamente a poner la cara en algún film de segunda, pero no podemos darnos el lujo de perder a uno de los últimos legítimos socios de la aventura en el cine.

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