Puede ser que se estrene El ejecutor (Bullet to the Head), la última película de Walter Hill. La ocasión es perfecta para intentar una recorrida por varias de sus películas. Abarcar toda su filmografía resultaría una tarea por demás abrumadora. Por lo tanto y con toda la arbitrariedad de la que soy capaz, me voy a detener en aquellos films que estén más cercanos en el recuerdo y/o en el afecto.
¿Por donde empezar? Porque el caso de Hill es bastante curioso. De la camada de directores cinéfilos de los 70 probablemente sea el menos conocido. Todo el mundo sabe quién es Spielberg, lamentablemente todos saben qué cosas ha hecho George Lucas, y a la mayoría le «suena» Carpenter, pero Hill se pierde en una maraña de apellidos que suenan bastante parecidos. Sin embargo, baste mencionar los títulos de sus películas para que todos sepan de quién hablamos.
Hill debuta en 1975 con una obra maestra, El peleador callejero (Hard Times). Ningún miedo escénico para el (entonces) joven director (son realmente notables las extraordinarias primeras películas o primeros discos de esa década). Un relato seco y duro ambientado en la época de la Depresión. Charles Bronson se gana sus morlacos pelando a puño limpio en peleas clandestinas y James Coburn es su manager, por decirlo de alguna manera. Aquí ya aparece uno de los temas recurrentes en la obra de Hill, que es la aparición del dinero como una de las formas de la perdición o, por lo menos, como algo que provoca la toma de muchas decisiones equivocadas. Algo que también le pasó a Hill con algunas de las películas que filmó.
Los personajes se explican a través de lo que hacen y no de lo que dicen. Es más, Bronson habla menos que en Erase una vez en el Oeste. Un relato, por más áspero que sea, es muy capaz de emocionar si se sabe como hacerlo. El villano de la película es un pituco que va coleccionando boxeadores, intentando que alguno de ellos pueda vencer a Bronson. Es importante para él recuperar la guita, pero más importante es destruir a quien se la hizo perder (de eso también hablaba Tucker de Coppola). Su último boxeador reclutado, su última esperanza, también está siendo vapuleado y harto de todo. En una de sus caídas, le pone dos cilindros de metal para que la pelea se empareje o se incline para su lado. Y el boxeador vencido y apaleado, rechaza esa trampa con desprecio. En ese gesto ético se define la moral de la película, y esa aceptación noble de la derrota remite al emocionante final de El caballero audaz (Gentleman Jim, 1942), cuando Sullivan (Ward Bond) le lleva su cinturón de campeón al joven Jim Corbett (Errol Flynn). Gran debut y una de las grandes películas de una década plagada de ellas.
Me salteo Driver, que no ví, y también The Warriors, porque la ví hace mucho, e ingreso en Cabalgata infernal (The Long Riders, 1980). Hill no duda en meterse con la leyenda de Jesse James, el hombre de familia y el atracador de bancos. El hombre querido en su comunidad y el hombre buscado por la ley. ¿La ley? Para Hill, los Pinkerton son sólo una fuerza bruta y enceguecida que reprime y asesina inocentes, como el hermanito menor de los James. Uno de los picos emocionantes es el entierro de Archie: silencio, lluvia, armas y una guitarra que suena tristísima.
Pero Cabalgata infernal no se queda sólo en Jesse James, sino también se ocupa de su hermano y de sus primos, los Youngers. Y de sus extraordinarias y hawksianas mujeres. Y aunque la mayoría de las escenas de acción se desarrollan en ámbitos abiertos, Hill muestra algo que va a ser otra de sus marcas: las peleas en lugares cerrados. El uso del espacio y la tensión apretada en ese espacio. Pienso en el hotelucho de 48 hs., el hospital de Infierno rojo, el cafetín de Calles de fuego o el bar de Gerónimo. En la mayoría de los casos citados, las armas de fuego son las que dirimen las cuestiones, pero en Cabalgata infernal hay una antológica pelea a cuchillo de esas que merecen un punto y aparte.
(Hay algo de morboso placer cinéfilo en las peleas a cuchillo, puñal o elemento filoso que sea, que me viene de aquellos lejanos duelos de espadachines, como el del final de Scaramouche. La pelea Carradine/Remar pone los sentidos en ebullición y tuve que esperar hasta la escena de los baños de Promesas del este para revivir esas sensaciones.)
Dejo atrás esta excepcional pelea de guapos dejando constancia que muchas de las leyendas del western se cimentaron sobre un factor esencial: la pertenencia a una tierra. El duelo a cuchillos se define después de que el retador de Carradine no lo mencione por su nombre, sino por un despectivo «Missouri». Jesse James va a sufrir una serie de pequeñas caídas, hasta la última y definitiva. Desde la bóveda de un banco a la que no puede acceder por un «nuevo» y «moderno» mecanismo de retardo de apertura, hasta aquellos que lo van a asesinar por la espalda, incapaces de respetar sus hábitos de hombre de familia y de hombre de Dios, de creyente. Sabio Hill, el último plano de la película es un emotivo homenaje a ese hombre modesto que hizo cine como nadie y que siempre supo las ventajas artísticas de dudar de la realidad para imprimir la leyenda.
Durante toda la década del 80 la carrera de Walter Hill tendrá asombrosas similitudes con la de otro gran director: Brian De Palma. Estas coincidencias están establecidas en que ambos harán exitosas películas por encargo para poder realizar sus proyectos más personales.
48 hs. es una muy buena película y un gran éxito, pero desde que empecé a escribir estas líneas lo que deseo realmente es ponerme a escribir algunas palabras, no muchas (quizá tan pocas como las que pronuncia su protagonista) sobre Calles de fuego (1984).
Placer puro, goce perpetuo y amor por el cine. Un gran western urbano. «Otro tiempo, otro lugar» reza una (otra) leyenda al comienzo del film. Otra forma de filmar, agrego yo. Un film que le pone el pecho a la incipiente oleada videoclipera que se abalanzaba sobre el cine de los 80. Calles de fuego es cine en sus barridos, en su montaje, en que cada plano tenga sentido(s), en ese hermoso universo «real» inventado por Hill, a mitad de camino entre lo retro y lo futurista. Ni siquiera las canciones sucumben a la tentación del clip.
El Tom Cody de Michael Paré es el atemporal héroe del western. Se lo necesita: regresa. Hay que hacer algo: lo hace. Habla poco, no pregunta ni explica y, desde ya, jamás va a exhibir sus sentimientos o va a hablar de ellos.
Una vez más, aparece el dinero como un elemento nefasto. Las personas como objetos que dan ganancias o la obsesión capitalista del dividendo. El personaje de Moranis expresa eso.
Tom Cody «simula» que va a rescatar a la (su) chica por el dinero, pero todos sabemos sus razones. Después de todo, la chica es nada más y nada menos que Diane Lane.
La apreciación que sigue es absolutamente personal y tal vez poco seria, pero cada plano de Diane Lane duele. Por lejos, una de las mujeres más hermosas de la historia del cine (y todavía conserva eso).
El héroe rescata a Ellen Aim, pero sabiendo que lo suyo seguirá siendo la errancia, la aventura, lo incierto y sus dos valijas: ámbito donde no entra una pareja.
Las películas siguientes de Hill, salvo Encrucijada (1986) y Un rostro sin pasado (1989), son de una cierta aceptable medianía, lo cual no es precisamente un elogio. Es viendo Otras 48 hs. donde uno piensa que algunos directores deberían pensar más seriamente a la hora de hacer secuelas (dicho en doble sentido) de películas propias. Otras 48 hs. es bastante molesta en ese sentido y es de esas películas donde se piensa al director como empleado del actor principal (en este caso, Eddie Murphy). Lo que sigue, para los seguidores de Hill, es el desconcierto, porque la aquí estrenada directamente en VHS, y bautizada por las creativas distribuidoras como Oro y cenizas(Trespass, 1992), era una películas muy buena donde retorna la tensión en ámbitos cerrados y una vez más, el dinero y la ambición como caminos que no van a ser recorridos ni con felicidad ni con armonía.
Si tuviera que definir Gerónimoen términos futboleros diría que es una película a la que le falta sangre. Tiene algunas escenas realmente buenas y es difícil admitir que es una película floja, pero sin dudas es una película fallida como pocas.
Entre dos fuego (Last man standing, 1996) sigue siendo un misterio. Destruida por la crítica, fue un fracaso en todos lados, pero es un film que necesita una revisión y una reivindicación urgentes. Como una referencia bíblica, como el nombre del pueblo al que llega (Jericó), podríamos decir: «Y primero fue el azar», después de ver/admirar cómo una botella determinará que dirección tomar en una (otra) encrucijada de caminos. Después, lo que muchos han citado para denostar a la película: sus prestigiosas referencias. Hammett y Cosecha roja; Kurosawa y Yojimbo; Leone y Un puñado de dólares. Una pavada total: la película es mucho más que esas notables citas. Porque también es Melville. Y Willis puede ser el locuaz y expresivo actor(azo) que conocemos, pero también puede ser este hermano del Paré de Calles de fuego o del Bronson de El peleador callejero, personajes que hablan por sus acciones. Una vez más, como los protagonistas de Raoul Walsh.
Aquí pueden leer un texto de Claudio Huck sobre el western en el cine del director.
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Excelente reseña!! Me da muchas ganas de buscar mas de la obra de Hill. Felicitaciones!