El tren ha llegado a ser una versión maquinal, construida por los hombres, del río como metáfora del ciclo vital que, con su impertérrito transcurso, se transforma en testigo de la declinación física humana. Podemos verlo como a un enemigo o dejarnos llevar por su cauce, reconciliados con las imágenes transfiguradas del pasado que nos devuelve. Estuvo también íntimamente ligado al cine. Si viajamos en él, sus ventanillas son pantallas. Si lo vemos pasar apeados, su cada vez más veloz sucesión semejaba la de los fotogramas en el proyector. Arribeños, la segunda película de Marcos Rodríguez (La educación gastronómica) empieza con una cámara en un andén, pero mira para el lado opuesto que la de los Lumiere en uno de sus cortometrajes fundacionales (al que la cámara de El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, se dirige con un travelling lateral). Desde el extremo norte de la estación Belgrano del ferrocarril Mitre la cámara de Rodríguez y Ada Frontini observa el barrio chino, que es taiwanés, mientras segundos más tarde una formación refleja imágenes del andén en su pantalla azul. Las películas taiwanesas de Hou Hsiao-hsien, que era chino, se encuentran en el origen imaginario de esta película. Y como en una de ellas, Café Lumiere, el sonido tendrá un papel preponderante.
En buena medida las imágenes de Arribeños son un soporte para las voces de los habitantes del Barrio Chino que cuentan sus historias personales y, a través de ellas, las de la comunidad. Aunque por momentos resulte fácil soslayarlas han sido cuidadosamente encuadradas. Relevan fachadas y calles, actividades diarias de los comerciantes así como el tránsito de peatones diversos y festividades. Lo que en verdad filman es el tiempo, sus relieves y regularidades. No lo hacen alargando la duración de los planos, que son bellos y cortos, sino diseñando una estructura que va del verano al invierno, del nacimiento a la vejez, de la claridad a la oscuridad. Sobre ese tapiz de imágenes del barrio con pocas, pero por eso mismo dramáticas, variaciones entre las que se cuenta alguna que otra fotografía y dibujos de un sincretismo detallista y significativo, voces de hombres y mujeres de distintas edades cuentan cómo llegaron allí, qué ha sido de –o qué han hecho con- sus vidas, a dónde ha ido a parar la memoria de los antepasados. Las palabras de abuelos, padres, hijos y nietos se entrelazan con acentos e inflexiones particulares. Casi nadie abusa de la atención ajena a través del monólogo, lo que indica que las voces también fueron escandidas por el montaje.
A este mosaico oral, que no constituye un relato de género ni un experimento radical, lo favorecen sus setenta y pocos minutos de duración así como un par de recursos visuales distintos al del plano fijo estático que aparecen para intervenirlo de la manera más arrebatadamente posible dentro de un orden sobrio que construye intimidad entre el espectador y las voces, tanto como la del espectador consigo mismo y sus viajes interiores. La primera de esas intervenciones cierra el preámbulo de la película y funciona como transición a su núcleo. En ella la cámara vuelve a estar fija, pero a bordo de un tren que esta vez no parte desde Belgrano hacia donde Tigre linda con el puerto de frutos y el acceso al delta, sino que llega al Barrio Chino desde esa Zona Norte que, además de San Isidro o Martínez, también comprende las populosas Carupá y San Fernando. El plano filmado, sin embargo, favorece la pérdida de casi toda referencia espacial y geográfica, como en uno similar de la inminente Cuerpo de letra, de Julián D’Angiolillo. La velocidad del tren va descendiendo a medida que la estación se acerca, pero los muros, paredes y tapias de esa zona lindera a las vías -tan misteriosa que en algunos barrios contempla jardines, huertas, pajonales, adoquines, gallineros y baldíos abiertos al soberbio anarquismo de los gatos- se desdibujan, y un poema recitado en chino mandarín acentúa la percepción figurativa alterada por el movimiento exterior.
Arribeños (Argentina, 2015), de Marcos Rodríguez, c/Antonio Chang, Ana Kuo, Máximo Lee, 76′.
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