La última película de Todd Haynes es la adaptación –tanto tiempo postergada- de la única novela de temática lésbica de la famosa artesana del crimen, Patricia Highsmith. El precio de la sal, editada en 1952 bajo un seudónimo –Claire Morgan-, se convirtió en la pantalla en Carol, nombre de ese objeto de deseo que constituye una mujer rubia vista a la distancia, unos días antes de Navidad, esculpida en un deseo contenido y casi inexpresable. La portadora del relato es Therese, especie de alter ego de la joven Patricia en sus años de juventud y despertar literario, de la exploración de su propia sexualidad inconveniente. Haynes llega al proyecto por la convocatoria de sus varias amigas lesbianas que veían en su ‘camera stylo’ la única posibilidad de expresar eso que estaba encerrado hacía tanto tiempo en aquella obra marginal. Marginal porque a la escritora le costó conseguir editor, porque debió publicarse en edición barata de bolsillo para obtener éxito de culto y porque recién en los tardíos ’80 llegó a las librerías con la firma de Highsmith, con un prólogo y un epílogo que contenían anécdotas y revelaciones sobre la inspiración, los tiempos pasados y los destinos perseguidos. Si bien Haynes no figura en los créditos como guionista, su colaboración activa con Phyllis Nagy en la adaptación fue decisiva para el resultado final, para ese arribo definitivo.
Si Safe fue su obra más racionalista y Lejos del paraíso la más artificial, Carol esconde en ese tono menor, en ese aparente naturalismo de la representación, la esencia de una amor que no tiene posibilidad de hacerse visible más que a través de significantes oblicuos y estrategias sutiles, tímidas, fruto del desconcierto y la exploración. Con una consciente escenificación del mundo de Carol –que aparece de manera fantasmal y resultado de la especulación de Therese en la novela-, la película de Todd Haynes conserva el encierro en la perspectiva de la mente enamorada que define el texto de Highsmith. El hecho de que los múltiples encuentros en público entre ambas brinden tanto protagonismo a lo no dicho, a aquello que se dispersa en el aire como un vapor tibio y apenas distinguible, da cuenta de la complejidad de la puesta en escena concebida por Haynes, de la definición de una imagen que se nutre de esas vibraciones contenidas y de un contacto casual que adquiere significación en la conciencia de su propia construcción. La película presenta a Therese (Rooney Mara) como una chica tímida e introvertida, cuya profunda soledad (que en la novela aparece atada a la ausencia y el abandono materno) pasa tan desapercibida para su entorno que la emoción que despierta en ella el encuentro con Carol (Cate Blanchett) sólo se despliega internamente. Si al principio le resulta incomprensible lo que le pasa y sólo puede demandar preguntas sin respuesta como la que se anima a realizarle a la misma Carol –“Quiero saber, creo. Es decir, quiero preguntarle cosas, aunque no estoy segura de que quiera eso”- o a su novio –“¿Alguna vez te enamoraste de un chico?”-, a medida que se profundice ese estado de alteración que produce la conmoción del amor, que su presente se apropie de algunos rasgos de su objeto amoroso –Therese comienza a fumar como Carol, usa su perfume, asume algo de esa feminidad que proyecta, define en relación a ella sus preferencias y decisiones- aparece una culpa que no es sólo externa, de la sociedad represiva encarnada en el detective y el contexto del juicio de divorcio, sino intrínseca, propia de todo ser humano cuando percibe que ha alterado un estado de cosas relativamente estable.
No es casual que la referencia que Haynes ha señalado como vital en la concepción de Carol sea Breve encuentro. La película de David Lean cuenta la historia de un romance entre un hombre y una mujer casados con otras personas que se encuentran por casualidad en la estación de tren, comparten un almuerzo y una tarde de cine, y se despiden al final en silencio, casi sin encontrar las palabras capaces de contener semejante renunciamiento. No hay exceso en la concepción dramática de Lean, son los espacios cotidianos los que se trasfiguran a partir de la irrupción de ese deseo imprevisto, y lo hacen a partir de los cambios en la fotografía o las formas de acercamiento de la cámara. De la misma manera, Haynes proyecta sobre los espacios en los que se mueve Carol ese arrebato indescifrable para Therese que sólo encuentra explosión en el terreno de la ensoñación, como los viajes que realizan en auto al salir de Nueva York. Y, de la misma manera que en Breve encuentro, encuentra mayor peso la propia cobardía que el entorno social; de hecho, cada vez que Laura (Celia Johnson) se siente observada como infiel es más una proyección de su interior que una realidad. Si bien existe el obstáculo concreto de una sociedad que concibe a la homosexualidad como algo malsano y negativo, Haynes nunca piensa a sus personajes como víctimas. Todo el tránsito que va desde ese primer encuentro al que asistimos en la escena inaugural, con la mano de Carol en el hombro de Therese, hasta la clausura con la misma escena pero ahora ampliado su significado, nos permite asistir al intercambio de inseguridades e incógnitas, al despliegue de diversas estrategias en las que sus identidades revelan su precariedad y elusión.
Carol tal vez no sea la obra maestra de Todd Haynes ni tampoco su película más personal, pero ha sido la prueba más firme de su aspiración a la grandeza. De que su cine apuesta a caminos incómodos y contradictorios, de que su forma de desafío es el contrabando, esa intrusión en un secreto que nunca adquiere expresión más allá de esa sutil ambigüedad que ha sido su marca de estilo y personalidad.
Acá puede leerse un texto de Romina Quevedo sobre la misma película y un texto de Paula Vazquez Prieto sobre la obra del director, Todd Haynes.
Carol (EUA/Gran Bretaña, 2015), de Todd Haynes, c/Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, 118′.
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