En Territorio (Campusano, 2024) no hay, justamente, un territorio preciso y delimitado. Hay espacios en los que los personajes se mueven y que constituyen más una pertenencia o una ajenidad. Cuando van a pelear al territorio de Vázquez y Soria, o cuando se reúnen en Roque Pérez para armar las listas para la elección, la referencia es que ahí están de visitantes. Es un espacio ajeno, en el que esa ajenidad implica peligro, riesgo. La percepción de lo que invade el territorio propio, aparece escenificada en la escena de la primera pelea, con el abucheo al pupilo de Román. Pero allí todavía hay una disputa en términos civilizados, funciona con una lógica propia del fanatismo deportivo, del apoyo al propio. Es cuando se pasa al otro lado de ese escenario que se monta para el simulacro de pelea –sublimación de la violencia puesta en los puños enguantados-, en que esa disputa pasa a otros niveles. Cuando lo que está en juego es el dinero, o la porción de poder en una determinada zona, la civilización desaparece y deja lugar a la violencia indisimulada. El engaño, la amenaza, el cruce de armas de un lado y del otro, establecen el punto del pasaje que la película escenifica con un detalle: no se puede salir por la puerta de adelante, sino que hay que saltar la pared de atrás, que alguien los esté esperando y los saque del territorio enemigo.

Pero el concepto que desata la violencia va de la mano del territorio, pero lo excede. Es la invasión lo que determina un principio de reacción que se liga con la necesidad de expulsar al elemento extraño. Más que la condición de visitantes, es la decisión de Román de tomar de Vázquez más dinero del que le corresponde. Más que la conformación de las listas partidarias es que el espacio privado que eligen se sitúa en el territorio dominado por el otro. Un juego de expulsiones que se sostienen hasta en la Unidad Básica ante ese personaje que va a reclamar lo que se promete y no se cumple. Curiosamente, la representación de la legalidad es la que queda exceptuada de esa regla de lo invasivo, como se refleja en el episodio inicial de violencia intrafamiliar -y en la detención posterior del hijo de Román al borde del absurdo- o hasta en la disputa entre las dos facciones políticas. Así como Campusano no le escapa al lenguaje que alude a lo político –aquí hay justicialistas y radicales y se los menciona como tales, sin esconder lo partidario como suele ocurrir en el cine argentino-, todavía entiende que el Estado, representado por la Policía, puede intervenir en el conflicto público como intermediario y disuasor de la violencia y no como promotor.

Si la invasión presupone un territorio –o una riqueza o una persona- a conquistar, allí está Vázquez para demostrarlo arrebatándole a Román púgiles que luego descarta o el hombre con quien Camila se acuesta en la casa que comparte con el hijo de Román. La violencia, en esos casos –y en la eventual respuesta de Román- se dirime en el enfrentamiento directo que implica el uso de la propia fuerza en la pelea, aunque derive en la brutalidad irracional. De allí que el episodio más violento ofrezca un escenario más difuso: la emboscada nocturna a Vázquez implica el uso de un arma, una violencia que implica una distancia física entre el agresor y el agredido. Pero sobre todo se expone en un espacio indefinido, como si se tratara de un lugar de tránsito en el que pueden cruzarse quienes pertenecen a territorios diferentes.

Mientras dibuja los contornos de ese espacio social en el que se mueven los personajes, Campusano registra la imposibilidad, ligada a las formas que asumen las relaciones personales. Si el concepto de familia los atraviesa a todos –desde el candidato a intendente que es hijo de un antiguo intendente hasta los compañeros de la Unidad Básica o los socios del gimnasio- lo hace desde el sostenimiento de una disfuncionalidad que implica, sino la disolución de los lazos, su mantenimiento como entidades complejas que no pueden rearmarse en su totalidad. Puestos en crisis los valores que unen a los personajes en lo cotidiano, el concepto de familia tiende a vaciarse de sentido, mientras los personajes se mantienen en movimiento. Es cuando abandonan la lógica de esa cotidianeidad sitiada por la violencia que pueden recuperar ese territorio perdido, el único propio, el único resistente a toda invasión. Ese que en el final encuentra reunidas a las tres generaciones de hombres de la familia sentados en la puerta de la casa, compartiendo el mate, el tiempo, la vida.

Territorio (Argentina, 2024). Guion y dirección: José Celestino Campusano. Fotografía: Federico Jacobi. Edición: Horacio Florentin. Elenco: Gustavo Vieyra, Farid Herrera, Christian Alejandro Gauto. Duración: 89 minutos.

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