*El comienzo de Aún estoy aquí (Salles, 2024) marca el recorrido que seguirá todo el relato. En diciembre de 1970, Eunice Paiva (Fernanda Torres) nada en el mar de Río de Janeiro. Ese momento de disfrute personal –está sola; sus hijos y su familia permanecen lejos, en la playa- es interrumpido por el sonido de un helicóptero que pasa sobre su cabeza. Eunice lo sigue con la mirada. No sabe hacia dónde va, pero la señal de su presencia es suficiente. Una escena similar se repite poco después, durante la fiesta de despedida de Vera (Valentina Herzsage), cuando pasan dos camiones militares. En ambas escenas aparece el momento de felicidad, la celebración de la vida cotidiana desde lo familiar en un espacio abierto y público, que es atravesada por una realidad que anuncia su acercamiento (de hecho, esos camiones militares están pasando también por delante de la casa de los Paiva). La escena en la que el grupo de policías de civil llegan para llevarse a Rubens Paiva (Selton Mello) sigue ese mismo patrón, pero con una diferencia notoria: es el momento en que esa realidad que se vislumbraba por retazos en el espacio público –y que ya aparecía en la escena del retén militar- irrumpe definitivamente en el espacio privado para resquebrajarlo desde su intervención.

*La película se toma un tiempo para introducir lo que se constituirá en el centro de la historia. Esa decisión no es caprichosa, sino que le permite articular un doble proceso en su narrativa. Por un lado, establecer un contexto social, señalado desde la cotidianeidad familiar, remarcado no solo por las irrupciones públicas de lo represivo, sino por lo que proveen las noticias televisivas –en especial, los pormenores del secuestro del embajador suizo- y por la decisión que toma la pareja de amigos de cerrar la librería y exiliarse en Londres. Por el otro, avanzar desde allí discretamente, mediante la dosificación de la información. Que no sepamos, hasta el momento del interrogatorio de Eunice ni el pasado político de su esposo ni de la red de solidaridad tejida con otros exiliados, restituye hacia el centro el carácter familiar, el subrayado de que se trata de un grupo de personas viviendo su vida y teniendo una posición política clara que hasta ese momento solo se expresa puertas adentro. Para cuando se produce el secuestro de Rubens y el posterior interrogatorio de su esposa Eunice y su hija Eliana (Luiza Kosovski), lo que importa como contraste ya se encuentra instalado, independientemente del lugar que podrían haber ocupado en el pasado o el presente: el accionar represivo se aplica sobre los ciudadanos –y la prueba es que la foto de Eliana aparece en esa carpeta de potenciales sospechosos que le muestran a Eunice.

*Pero también la película procede a centrar el punto de vista en Eunice, en especial desde el momento en que se llevan a Rubens. Es su mirada la que establece la relación con el grupo de policías que permanecen en su casa, estableciendo una tensión que bascula entre el miedo y ciertas formas de cortesía y amabilidad entre ambas partes ( y que encuentra un límite en el momento en que advierte que su hijo juega al metegol con uno de los captores, como lo hacía con su padre). Es en el momento en el que es llevada con Eliana al interrogatorio que su mirada se modifica: el momento en el que obligan a ambas a ponerse una capucha en el móvil policial no es un elemento para que no identifiquen adonde son llevadas, sino que impone la ceguera, la imposibilidad de ver, que lleva literalmente a un cambio. Hay otro mundo, oscuro y tenebroso, compuesto de celdas y oficinas de interrogatorios, de sonidos ligados a la tortura. Y es también ese espacio que se abre a la mirada de Eunice ya no solo como parte de esa estructura que la reprime, sino como revelación de lo que antes no veía (las acciones de Rubens, la vigilancia sobre su casa). Cuando Eunice sale de esa cárcel clandestina, sus ojos empiezan a ver el mundo: puede ver el auto que la sigue en la calle, el que se estaciona todo el tiempo frente a su casa para vigilar y hasta el gesto incómodo de ese gerente de banco que termina por rehuir de su mirada.

*A la vez que se habilita esa mirada, sin embargo, se restablece la persistencia de lo que no puede decirse. Eunice no habla con sus dos hijos menores, de lo que pasó con Rubens, aplicando los mismos eufemismos y evasivas de las fuerzas policiales –desde que dicen que llevan a “interrogar” a Rubens, hasta cuando le dicen qué debe contestar ante el llamado telefónico-. Lo que deriva en esa escena en la cual, ambos hermanos evocan, 25 años más tarde, el momento en que advirtieron que el padre no volvería: y ambos la ubican en la gestualidad cotidiana –la mudanza a Sao Paulo, deshacerse de la ropa-, no en la excepcionalidad de un descubrimiento. Ese instinto de preservación de lo familiar que Eunice logra sostener con sus hijos mayores, pero que no puede evitar caer en los mecanismos inoculados por la dictadura –cuando censura parte de la última carta de Vera antes de su retorno. Y es notable cómo ese funcionamiento se descalabra en la escena del regreso de Vera: mientras la madre la insta con la mirada a no hablar del padre ante sus hermanos menores, lo primero que le dice Marcelo a su hermana es que ha muerto Pimpao –lo cual habilita la breve confusión con un amigo de Vera. Pimpao, el perro de la familia, no es solo la representación de ese orden familiar, sino que habilita la posibilidad de hablar de la muerte y ponerla en la escena familiar –Eunice aparta a los hijos del cuerpo muerto y entre todos lo entierran en el jardín de la casa. Ese perro que estaba perdido y abandonado, que es adoptado y protegido por la familia como uno de los suyos –un gesto que de alguna manera se replica en los amigos que llevan a Vera a Londres- y que hasta recibe el nombre de una persona, resume la felicidad y el dolor de la familia Paiva. Un dolor que en Rubens termina con el cuerpo escamoteado y un tardío pero reparador certificado de defunción del Estado brasileño. Ese cuerpo que debería estar en la foto del final y que no está, la de esos sobrevivientes que pueden retomar una felicidad familiar que parecía perdida.

Ainda Estou Aquí (Brasil, 2024). Dirección: Walter Salles. Guion: Murilo Hauser, Heitor Lorega, Marcelo Rubens Paiva. Fotografía: Adrian Teijido. Edición: Affonso Gonçalves. Elenco: Fernanda Torres, Fernanda Montenegro, Selton Mello, Daniel Dantas, Valentina Herszage, Maria Manoella, Helena Albergaria, Antonio Saboia. Duración: 135 minutos.

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