1. La Isla Paulino existe. Aparece en los mapas de la zona, frente a la ciudad de Berisso de un lado y el Río de la Plata por el otro. Un servicio de lancha lleva y trae cada hora provisiones y pasajeros, habitantes y visitantes que van de la isla al continente y viceversa. Los fines de semana de primavera y verano es refugio de pescadores y familias enteras que no pueden ir a otro lugar, por carencias o distancia. Hay que ir hacia allí para conocerla, no hay posibilidad de verla desde la costa. Desde el otro lado, la isla se vuelve territorio mítico, tierra de viñateros que fundaron y resucitaron hace unos años la Fiesta del Vino.
2. En el pasado, para un hombre la isla no existía, no estaba en ningún mapa. Se constituye como aparición, un fantasma de contornos indefinidos –“mitad isla, mitad barco encallado”- al que llega. Hay algo de descubrimiento en el hecho -una tierra desconocida, un lugar no registrado. Haroldo Conti como un Colón -o un Juan Díaz de Solís- a pequeña escala y sin el instinto colonizador. No se trata de conquistar las tierras para nadie, ni siquiera para sí mismo. El instinto es revelador, despojado de cualquier intención de una cartografía exhaustiva: se centra en las personas y los testimonios como si ellos fueran los que tienen algo por revelar.
3. La narrativa, sin embargo, es consciente de su propia fragilidad: lo que hace es contar una aparición, hablar con fantasmas. En ese mismo movimiento, el narrador se vuelve uno de ellos -un fantasma ficticio, que pronto, demasiado pronto después de ese momento se volverá real, como anuncia fatídicamente la frase final-. Fantasma entre fantasmas, el hombre se corporiza en la dimensión de la isla. Lo vemos llegar en el bote, entrar en una casa, cebarse unos mates, escribir en la máquina portátil. Pero su voz está, como la de los habitantes de la isla, en otro lado. Un desfasaje temporal en el que cuerpo y voz se disocian, corren por carriles diferentes. Y, sin embargo, uno sabe -se sabe-, que se pertenecen mutuamente. Que la voz, en todo caso la palabra dicha o escrita, sobrevive al cuerpo y se resiste a la desaparición.
4. “En general, todos viven de recuerdos, de la isla que fue” dice la palabra/voz de Conti, reafirmando el carácter fantasmal de la isla. “Navegamos sobre memorias, sobre la historia sumergida de la isla”, vuelve a decir, como si en ese lugar solo existiera el pasado como un presente que se repite a perpetuidad. El pasado es, en la Isla Paulino, lo que la convirtió en fantasma, la creciente de 1940 que la llevó a la decadencia: el agua que sumergió las cosechas del pasado y se llevó consigo a la emigración -esa otra forma de convertirse en fantasma- de buena parte de sus habitantes. La repetición del recuerdo y la referencia la deja como marca, cicatriz irreparable e imborrable para los que quedan en la tierra arrasada y abandonada. Y a la vez, en esa persistencia, dato de una existencia que se aleja de la presunción, sin dejar de ser fantasmal.
5. “En la isla no quedó nada”, dice la voz, nuevamente atravesando la frontera de lo existente y lo fantasmal. Los cuerpos filmados en el pasado adquieren ese doble carácter: fantasmas en su tiempo de lo que fue la isla, se vuelven nuevamente fantasmas de un pasado que ahora los tiene a ellos en el centro. Lo fantasmal se reafirma una y otra vez. Si la historia de la isla solo puede reconstruirse “como quien tantea un cuerpo en la oscuridad”, sus habitantes “viven entre recuerdos y pateando sombras” y aspirando solo a que el Estado reconozca que la tierra les pertenece “con su lote de fantasmas”. Cuando el informe termina y el hombre se va de ese espacio que habitó por tres días, la relación se invierte y la duda se traslada. Conti se pregunta si en realidad estuvo allí. Lo fantasmal ahora no está en el territorio (“la isla existe perenne en Berisso”), sino en el cuerpo (“el que me desaparecí soy yo”), como si el espacio hiciera de cada hombre que lo pisa, eso que se piensa del lugar.
6. La Isla Paulino es un territorio en el que, en apariencia, se asienta toda la experiencia de Silencio en la ribera. Pero el espacio es, en todo caso, una forma, una ilustración que parte de imágenes del pasado, de un texto escrito en ese mismo lugar y momento, y que se superpone con imágenes del presente. En esa yuxtaposición que se observa como continuidad -las mismas prácticas de pesca, las mismas entradas a caballo en el río, la misma playa, los mismos cañaverales-, el espacio en sí mismo deja de importar para que asuma protagonismo el tiempo. Un rizo que se riza continuamente sobre sí mismo para demostrar la inmutabilidad de las cosas. Los hombres de la isla de los que habla la voz son fantasmas que pueden ser reemplazados por cualquiera de los que observamos en el presente, las casas del pasado pueden ser las actuales -y así el documental recurre al mismo procedimiento-. Hacer que la voz del pasado se perciba presente. Vivir entre recuerdos que se actualizan -al fin lo que hace es recordar a Conti y su historia-. Vivir como los habitantes de la isla, reclamando su territorio y su lote de fantasmas. El tiempo circula pero se circulariza y vuelve, una y otra vez, al mismo lugar donde partió.
Silencio en la ribera (Argentina; 2023). Guion y dirección: Igor Galuk. Duración: 72 minutos.
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