Misántropo es una película que respira cine de inicio a fin. En la primera escena vemos cómo una serie de personas, elegidas al azar por un francotirador, son alcanzadas por certeros disparos en el medio de la celebración de Año Nuevo en la ciudad de Baltimore. A medida que la cacería se despliega, el descontrol va en aumento y se intuye que cualquier cosa puede suceder. La ciudad sin reglas se sumerge en el caos y la felicidad de las fiestas es reemplazada por la densidad propia de la tragedia.
El modelo en el que podríamos referenciar a Misántropo, en términos formales, es Fuego contra fuego. Al igual que en el clásico de Michel Mann, Szifrón construye una película nocturna como son nocturnos los policiales de Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Luego de la masacre, la historia se desarrolla en torno a una relación de maestro y discípula que une al experimentado agente del FBI, Geoffrey Lammark, interpretado por Ben Mendelshon, y a la joven oficial Eleonor Falco, interpretada por Shailene Woodley. El sistema de citas que usa Szifrón abarca desde Los Ángeles al desnudo hasta Pecados capitales, y a su vez comparte la mirada desesperanzada que puede observarse en películas contemporáneas como el Joker de Todd Philips y los Batman de Christopher Nolan y Matt Reeves. También, como en El silencio de los inocentes, hay un vínculo lleno de ambigüedades entre la detective y el criminal, que finalmente los va a terminar mostrando mucho más cercanos que lo que a simple vista podría imaginarse.
Como en Ciudad Gótica, la ciudad nocturna que retrata Misántropo representa la oscuridad de una sociedad que produce lobos solitarios de modo sistémico alojados en cualquier lado. La película problematiza los entramados de poder que operan por detrás de la investigación policial, a la vez que tiene tiempo para reírse de lo absurdo que anida en el interior de las instituciones. En términos formales, hay más puntos en común con El fondo del mar que con el resto de la obra de Szifrón, tanto la cinematográfica como la televisiva, pero más allá del tono, es quizás Tiempo de valientes la película más cercana en espíritu. Allí, en clave de comedia policial, también se narraban las peripecias de una dupla (compuesta por Diego Peretti y Luis Luque) que trabajaba por fuera de la lógica institucional, resolviendo a su manera aquello que la institución no podía ni quería resolver.
Si la primera parte de Misántropo puede entenderse como un tributo a ese cine policial físico propio de fines del siglo XX, del que realizadores como Mann o Fincher son sus máximos representantes, la segunda puede pensarse desde los vínculos que Szifrón establece con otro tipo de cine policial, que tiene que ver con el cine político producido en la década del 70 y que incluye películas tan disímiles como Sérpico de Sidney Lumet, La conversación de Francis Ford Coppola, Z de Costa Gavras, I… como Ícaro de Henri Verneuil o Asesinos S.A. de Alan J. Pakula, todas capaces de conjugar suspenso con drama institucional. La mirada del director se posa, de este modo, en las instituciones políticas y en los medios de comunicación, quienes en vez de colaborar con la investigación para encontrar al asesino serial, lo único que hacen es intervenir para obtener noticias de alto impacto.
En el cine contemporáneo, en el que predomina la invención cinematográfica puesta al servicio de un esquema de negocios con la excusa argumental del to be continued, películas como Misántropo recuerdan el goce que generan aquellas nobles historias de suspenso que condensan la acción de un modo vertiginoso y que no esperan el rédito de una segunda parte. En ese sentido, la película de Zsifrón es obsesiva desde el primer plano, donde se muestra con minuciosidad a las víctimas elegidas al azar, acto que se prolonga en la segunda masacre en un centro comercial durante una escena de una contundencia física infrecuente en el cine actual. También es obsesiva la pareja protagónica en su búsqueda por resolver el caso en cuestión. Hay algo en Geoffrey Lammark que recuerda al inspector Gerard (otro gran obsesivo en la historia del cine) interpretado por Tommy Lee Jones en El fugitivo de Andrew Davis.
A diferencia de las películas argentinas de Szifrón, en Misántropo no hay costumbrismo localista de ningún tipo. De este modo, el director de Relatos salvajes logra concentrarse de lleno en el relato gracias al uso preciso del encuadre, a un montaje ágil y a una sombría fotografía. Estas virtudes hacen que la película se transforme en una pesadilla en la que el crimen y la violencia se retroalimentan frente al absurdo de una maquinaria burocrática y política que condena a los inocentes a ser víctima de múltiples maneras. Tenemos a las víctimas más evidentes, aquellas elegidas por el asesino, pero también al sistema que opera como una máquina que produce víctimas, todo el tiempo y de diversas maneras. La soledad y el pasado autoflagelante de la oficial Falco son una representación de esas víctimas silenciosas y cotidianas.
Quizás el punto débil de Misántropo se encuentre hacia el final, donde Szifrón lleva hasta la exageración las explicaciones verbales de porqué los personajes llevan a cabo sus acciones, pero es un punto que no desmerece las virtudes de una película opresiva y asfixiante que, apoyándose en una aceitada maquinaria de citas al cine clásico, pone en escena el caos y la violencia del mundo actual. El último plano de la película, con la heroína del relato dándole la espalda a la hipocresía institucional, puede leerse como un acto de resistencia. Allí también resuenan los ecos de los grandes policiales del siglo XX en donde pequeños e imperceptibles gestos anónimos se erigen como oposición al mundo en el que vivimos.
Misántropo (Misantrophe, Estados Unidos, 2023). Dirección: Damián Szifrón. Guion: Damián Szifrón, Jonathan Wakeman. Fotografía: Javier Julia. Música: Carter Burwell. Elenco: Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Ralph Ineson, Jovan Adepo, Rosemary Dunsmore. Duración: 119 minutos.
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