Todos saben más o menos quién es Charlie Kaufman, ¿no? Ese guionista de rulos, pedante y con sensibilidad indie que escribió varias películas para Michel Gondry y Spike Jonze (Human Nature y Eternal Sunshine of the Spotless Mind para el primero y Being John Malkovich y Adaptation para el segundo), una para George Clooney (Confessions of a Dangerous Mind) y terminó por dirigir su ópera prima, Synecdoche, New York, después de que Gondry rechazara el proyecto por considerarlo “muy difícil” de llevar a cabo y optara por dirigir El avispón verde.
Aquella película, protagonizada por un dramático Philip Seymour Hoffman, planteaba un ejercicio metalingüístico pavote y circular que vendría a ser al indie lo que El origen es al mainstream, y que no hacía más que explotar sin discreción el argumento que ya había trabajado de forma más económica (e interesante) en Adaptation, película que además contaba con un protagónico doble de Nicolas Cage, encarnando al propio Kaufman y a un apócrifo hermano gemelo, lo que ya resultaba atractivo por sí solo.
Esta vez, Kaufman decide volver a reciclar y explotar al máximo una subtrama, o en realidad el reverso, de otro de sus guiones seminales (Being John Malkovich) y así crea un mundo igual de depresivo y monocromáticamente marrón que el de su película anterior, pero ahora construido de arcilla. Anomalisa se propone seguir el viaje de negocios de Michael Stone, hombre cincuentón infelizmente casado y autor de un libro sobre «servicios al cliente» que viene a presentar en la ciudad de Cincinnati, que parece ser un tipo normal salvo por un detalle: a sus ojos, todo el resto del mundo (incluidos su esposa y su hijo menor) se ven y suenan como el mismo hombre genérico.
Esta parábola burda sobre el egocentrismo y la maldición de la subjetividad opera como eje central de la película que, subrayada por diálogos que intentan pasar por sutiles sin dejar de señalar con el dedo, se propone confundir al espectador (o por lo menos ponerlo a la expectativa de una revelación de mayor significación narrativa a posteriori) y hacerlo reflexionar sobre los puntos de vista y la forma particular en que cada individuo ve el mundo, que resultaría un concepto interesante si no estuviese ungido por una solemnidad pasmosa.
A esta altura es imposible que el espectador no se pregunte: ¿Por qué carajo y quién decidió que esta película debía ser animada? Bueno, el realizador parece querer excusarse incluyendo sobreimpresiones de imágenes, escenas donde el protagonista debate con el “fantasma” de su ex amante (tan o más abrumadoras e innecesarias que las de La dama de hierro) y alguna que otra secuencia onírica, que en lugar de darle un giro renovador a la trama tienen sabor a engaño fácil. Kaufman mueve la cámara canchero, como diciendo “miren, puedo filmar la arcilla como acción en vivo” y se olvida de algo: que el cine es narrativo y no meros movimientos de cámara gratuitos a través del espacio. El martirio y el sacrificio de tiempo y dinero que conlleva realizar una película stop-motion también puede sumar a las razones de la elección del medio, pero se huele a la distancia que el principal factor por el cual Kaufman eligió la arcilla por sobre la carne es que no tiene la paciencia (o tal vez los huevos) para tomarse el tiempo que requiere, actores de por medio, desarrollar algunas situaciones, especialmente la larga e incómoda escena de sexo explícito entre muñequitos moldeables, que es evidente que el director considera casi el corazón de la película.
En tan solo unos minutos (que resultan demasiados), el director se encarga de arruinar lo que Trey Parker y Matt Stone le regalaron al mundo con Team America más de diez años atrás, película más inteligente que la de Kaufman, tanto política como estéticamente; ésta contaba con una escena de sexo entre muñecos (acá marionetas en lugar de stop-motion) que rompía con todos los esquemas y convenciones y terminaba por transformarse en algo cuasi surrealista, poniendo en crisis a más de un sistema de representación a la vez, cosa que Anomalisa intenta hacer y se queda a medio camino, por no decir en la línea de largada.
Para cerrar, un ejemplo (o synécdoque, palabra que le gusta a Charlie) que representa la película a la perfección es la secuencia en la cual el señor Stone le pide a su nueva amiga que cante para él con su bella voz una canción que conozca; ella elige Girls Just Wanna Have Fun y procede a interpretar una versión que deprimiría hasta al propio Robert Smith y hace que uno por lo menos respete al director por una cosa: No cualquiera vuelve aburrida esa canción de Cyndi Lauper.
Anomalisa (EUA, 2015), de Charlie Kaufman y Duke Johnson, 90′.
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Charlie Kaufman es pedante, ¿y el «critico» que escribió esto?
Conseguite un laburo honesto
Como dijo Woody Allen,
los críticos son como los impotentes, saben que hay que hacer y como hay que hacerlo, pero no lo pueden hacer.
Venía a comentar lo mismo que ya hicieron en el comentario anterior.
Malisima la crítica. De alguien que escribió algo bastante más blandito sobre «El amor en tiempos de Selfies», lo cual de por sí sorprende. Y eso que ni siquiera vi la película, motivo por el cual entré a leer la crítica, para que funcione como nexo, y sin embargo me encontré con alguien que parece estimar mucho más su propia opinión que la intención -fallida o no- del que hizo la peli.
Aburrida y empalagosa la crítica.
En lo personal valoro mucho el punto de vista de esta crítica. Hay buenos argumentos para ser un texto relativamente breve. Concuerdo en que el tono es en general de poco respeto o poca estima hacia Kaufman pero bueno, para eso está el autor ahí expuesto no?
No sólo no entiende a Kaufman, además, tiene que ser muy imbécil y miserable para escribir algo así
La simpleza de definir el cine únicamente como narrativo, explica mucho esta critica, sobre todo con una película donde la voz es utilizada como un recurso emotivo fundamental. Tal vez la vio traducida……