ceciliakang2Mi último fracaso es un recorrido amoroso por el universo femenino que rodea la directora Cecilia Kang. Su particularidad -para nosotros, los espectadores- reside en la cuestión identitaria, producto de ser hija de inmigrantes, en este caso coreanos. A lo largo del relato asistimos a una suerte de sincretismo cultural: madre e hija preparan una chocotorta mientras conversan en coreano, el padre prepara un asado y hasta que el fuego se enciende lee un diario de la comunidad, o mira telenovelas coreanas mientras en el otro cuarto su hija está viendo El encantador de perros. Cada uno de esos momentos forman parte del universo anecdótico en el que la película transcurre, mientras sobrevuela la tradición, las expectativas familiares, el rol de la mujer en la comunidad, la identidad, la nacionalidad y la pertenencia, sin profundizar demasiado en ninguno de ellos. Así y todo, el resultado es una película pequeña, amorosa, querible, como si nos asomáramos a la intimidad de esa familia mirando algunas fotos.

La cámara se centra, especialmente, en dos personajes de la vida de la directora: Ran, su profesora de pintura de la niñez, y Catalina, su hermana mayor; ellas comparten el hecho de ser profesionales -y vivir del ejercicio de esa profesión- y el no haberse casado. Y es este último el gran tema de la película: las relaciones y lo que se espera de las mujeres en el seno de la colectividad.

En una noche de karaoke, Cecilia entrevista a sus amigas y en todos los testimonios aparecen las relaciones afectivas, la posibilidad de casarse y tener hijos; pero esto no significa que el relato sea un manifiesto, en ningún momento se cuestionan los discursos ni los mandatos. Todo transcurre en pequeños » momentos» que no se enlazan sino que pintan un panorama a grandes rasgos, casi superficial y genérico. Y es esta condición la que hace que aparezcan de imprevisto los sentimientos como una manifestación profunda y visceral de esas que no te permiten seguir hablando. Parte de su encanto reside, justamente, en esa honestidad que es a la vez la que desnuda el artificio y pone a los personajes en el lugar de lo que son: personas.

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Y finalmente llega el momento de Catalina, quizás EL personaje de la película. La hermana de la directora es acompañada y mirada con un profundo amor. Es entonces cuando podemos pensar en Mi último fracaso como una película enamorada, como un registro casi casero de la celebración de la vida de Catalina, a quién diez años atrás le diagnosticaron un tumor en el cerebro al que sobrevivió, y a la que hoy vemos entre brindis de familia y amigos, occidentales y orientales unidos por el amor, el amor a Catalina.

«El que está en el extranjero vive en un espacio vacío en lo alto, encima de la tierra, sin la red protectora que le otorga su propio país, donde tiene a su familia, sus compañeros, sus amigos y puede hacerse entender en el idioma que habla desde la infancia». La cita de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, llegó justo después de haber visto la película de Cecilia Kang, y, de alguna manera, sentí que me explicaba la función que cumplen las colectividades en el extranjero, esas redes de contención imperfectas pero necesarias, aunque, como plantea la película, tampoco excluyentes, inmodificables, eternas.

Mi último fracaso (Argentina, 2016), de Cecilia Kang, 63′.

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