Terror 5 es una película fragmentaria y episódica en la que el todo no siempre es más que la suma de las partes y, a la vez, es un trabajo consciente sobre el cine de terror (o, mejor dicho, sobre los tópicos clásicos del cine de terror). Es también un ejercicio de cinefilia que, gracias a su espíritu juguetón, logra el perfecto antídoto contra la solemnidad propia de los que pretenden que un relato sea el representante de un linaje.
En Terror 5 hay una serie de ideas interesantes sobre la representación del terror sin por ello caer en la parodia o en el chiste goma de la cinefilia ñoña que, a veces -a ojos de quien escribe-y “más allá de limitaciones presupuestarias”, termina siendo una marca del género. En la ópera prima de los hermanos Rotstein, además de un interesante cuidado de lo formal que permite pensar en el cine de terror nacional por fuera del paradigma de marginalidad que carga el género en el país, asoma una serie de ejes temáticos propios del terror que parecieran tersarse de manera despareja pero no por ello inadecuada (represiones sexuales; autoritarismo y enfrentamiento a ese autoritarismo). Hay también algo de fábula moral que por momentos desvía el clima de la película hacia una mirada naif o apolítica y que se hace evidente en el episodio nuclear, en el de los muertos vivos que operan a simple y gruesa vista como una representación de las tragedias argentinas ocurridas en los últimos 15 años. (Son claros los ecos del 19 y 20 de diciembre de 2001 y de la tragedia de Cromañón).
Lo primero que uno piensa cuando ve al político interpretado por Rafael Ferro es en el subtexto que está implícito en toda narración (en este caso, el típico político garca que se caga de risa de las víctimas). Ferro representa el paradigma del político que precedió al “que se vayan todos” y la consolidación de ese paradigma, que a fines de la década del 90 y a comienzos de este siglo parecía un síntoma epocal, hoy resulta menos envejecido. Sin embargo, si algo puso en juicio y en tensión el kirchnerismo en estos años es la idea vacua de que los políticos son una cosa y la sociedad a la que ellos representan es otra. Esa decisión de representar sin grises a la clase política resiente el relato, aunque no lo estanca. La película fluye, más y mejor, cuando pareciera tener menos pretensiones y bajadas de líneas obvias sobre el pasado reciente. Es allí donde lo narrativo cobra un carácter orgánico y donde se toma en serio lo que está contando.
La película también está atravesada por otras obsesiones. En el corto que se desarrolla en la escuela, una logia secreta se venga de docentes autoritarios y el sadismo se invierte. Esa micropesadilla foucaultiana en donde el descubrimiento de la sexualidad va ligado al descubrimiento del sadismo pareciera ser lo más interesante de la película, y pareciera terminar muy pronto dejando al espectador con ganas de curiosear un poco más en ese grupo secreto de jóvenes iluminados que creen que impartiendo justicia por mano propia podrán recuperar un poco de la dignidad perdida.
Esa idea de autoridad mal entendida también se observa en el grupo de jóvenes que se junta a tomar y encuentran goce en el sadismo sobre el distinto. Allí también la violencia sobre el cuerpo del otro y la denigración que sufre la víctima es lo que lleva a la explosión de la tragedia. Ese episodio, que sin dudas es el más interesante de las historias que los hermanos Rotstein llevaron a cabo, es el que, por otro lado, lleva en sí una mirada más profunda sobre la cosa política. Por otro lado, y por obvio contraste, la caricatura del político que representa Rafael Ferro no logra la densidad que sí logra el líder espiritual de esa secta de verdugos.
El otro componente que atraviesa fragmentariamente el relato es la insatisfacción sexual. La secta de verdugos que humilla hasta la explosión final a “señorita Virga” es una manifestación notoria de la represión sexual como síntoma de época (a la manera que plantea Houellebecq en la ampliación del campo de batalla en el que el capitalismo también genera ganadores y perdedores). Y esa insatisfacción sexual y existencial , podríamos pensar, es la que siente por su parte la pareja que se encuentra en el albergue transitorio y que cae en manos del grupo de snafers en una lógica vuelta de tuerca al tema de la representación, un tópico recurrente en el cine de terror moderno.
Cuando uno sale del cine después de ver Terror 5 persiste el interrogante de si, desde lo formal, no hubiera sido más interesante que la película estuviera planteada como una serie de cortos sin la necesidad de recurrir a ese hilo conector que, por momentos, se hace difuso (quizás porque son muchas las cuestiones simbólicas que atraviesan la trama). Mas allá de lo desparejo y de lo fragmentario que se hace el opus uno de los hermanos Rotstein, nos habilita a pensar en un futuro promisorio dentro del cine de género. Sin embargo, algo llama la atención: en casi todos los cortos está presente la venganza como eje rector para la resolución de los conflictos sociales e individuales. Más allá de que es válida por demás la utilización de este recurso, a su vez marca del género (la venganza como resolución de los conflictos), en este caso queda la inquietud acerca del uso ideológico que se le da a la misma. Pensar a la venganza como recurso propio de un linaje cinéfilo significa algo bien distinto que se complejiza cuando se piensa a la misma con una realidad palpable, tal como significaron para nuestra sociedad la crisis del 2001 y la tragedia de Cromañón.
Terror 5 (Argentina, 2016), de Sebastián y Federico Rotstein, c/ Rafael Ferro, Gastón Cocchiarale, Walter Cornás, Lu Grasso, Nai Awada, 78′.
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Interesante tu análisis, lamentablemente me parece mucho más profundo que la película. Ésta, en cambio, me pareció bastante pavota: en sus postulados, en sus contenidos y en sus modos también. Me parece abismal la distancia entre «realización» (muy resuelta y hasta incluso jugada) y las «ideas» (que encuentro reproducción de estereotipos -discurso- egendrados por Hollywood). Un abismo infértil para la expresión artística. Aunque algo parecen tener en común esa pericia realizadora y ese espantoso guión: las ganas de trabajar. Dudo mucho que los realizadores ganen plata con todo este esfuerzo (que lógicamente van a defender hasta la autoindulgencia). En cambio me parece sólo sirve para mostrar la pericia técnica resolutiva y una total adopción de los discursos de sus potenciales patrones: Hollywood, Netflix, etc.
Ese colegio.. ese político… ese bullying… ¿En qué mundo viven estos realizadores? ¿En qué país viven? ¿En qué -cuál- país quieren vivir? ¿Y en qué clase de mundo???
Estos problemas no son meramente políticos: resulta simplemente imposible asustar sin identificación. Es como ir a robar con un arma de juguete. A veces sale. Pero ese mundo de cartón pintado (y me refiero a los personajes, sus conflictos, diálogos y reacciones) no conmueve, no puede asustar. Ni con toda la mejor pericia técnica que el dinero pueda comprar.
En fin, que me pareció tanto o más pavota que relatos salvajes, pero con monstruos.
Perdón por la extensión. r.
PD: Las referencias y citas, en esta y otras películas, no me hacen ni cosquillas. Creo que a la gente de la sala tampoco. No entiendo por qué eso debería ser un valor.