
*Las botas rosas son horribles, dice un joven Roque Narvaja entrevistado por Canal 13. Pero “es necesario que las chicas las usen para romper un poco con todo”, completa. Narvaja era el cantante de La Joven Guardia, que venía de tener un enorme éxito con su canción “El extraño del pelo largo”. La necesidad de la discográfica de repetir el éxito los lleva a componer “La extraña de las botas rosas”, que se convertirá en la música de una publicidad de una gaseosa y a la vez en un proto-videoclip filmado en la República de los Niños. La publicidad es protagonizada por los músicos y por una modelo, Isabel Palacios, que se convirtió en la chica de las botas rosas. La chica que tenía que romper con la uniformidad.
*Rescatar la historia de Isabel Palacios no es una empresa simple. Ni previsible, porque no se trata simplemente de la vida de una modelo de finales de la década del 60. Pensar en un rescate sería también un equívoco: para ello está el libro biográfico que ella misma escribió hace unos años. Su título tal vez sea menos ambiguo que el documental, pero a priori resulta igualmente misterioso: ¿por qué hay que pensar en Isabel Palacios como una princesa extraña? ¿y cuál fue, en ese caso, el territorio de su principado?
*El hilo que conduce a ese título está en el pasado, en el recuerdo de la vida glamorosa de la niñez y la adolescencia. “Éramos como príncipes belgas” recuerda Isabel mientras rememora la cantidad de gente que trabajaba en el servicio de la casa familiar. El principado de los Palacios era un petit hotel de cuatro plantas donde vivía toda la familia en el corazón de la Recoleta, al lado del Palacio Duhau. Pero Isabel palacios parecía no estar hecha para una realeza heredada por el apellido, por la posición social de sus antecesores en la línea familiar.
*Son los ‘60 y la princesa sale de su principado. Se refugia en espacios exóticos para la familia, entre la noche y la movida artística que fluctuaba entre el Di Tella y la Galería del Este (una Babel en la que coexistían escritores, músicos, pintores y modelos). Los reconvierte en su principado por elección. Allí, como en un cuento de hadas, encuentra a su príncipe: pero no es azul ni hay sangre principesca en sus venas. Un hombre de piel cetrina que en algún punto le roba a la princesa el centro de atención en el espacio de la Galería. El Gato: un apodo apropiado para que la princesa salga de su territorio, un animal de la noche. Pero en Botas rosas (De Leone, 2024) la historia no es un cuento de hadas. O peor, porque parecía serlo y termina deshaciéndose en pedazos.
*Ese cuento se termina en la España franquista, en un bar de Torremolinos, en el que, ya casados, Isabel Palacios y César Báez se besan, y un oficial de policía ve esa conducta algo inapropiada, indecorosa. El hecho podría haber sido intrascendente, anecdótico, si no fuera por los cinco pedidos de captura que Báez tenía por Interpol. Curioso: en el documental Isabel no explica cómo se salió de esa situación. Pero es la misma forma que adopta para señalar su lugar al lado de Báez en sus negocios. Su propio relato la pone en otro lugar, como si siempre hubiera permanecido al costado del camino. De su propia historia.
*Recuperar, entonces, a Isabel Palacios no implica simplemente rescatar a un personaje de cierto reconocimiento público de una época determinada. Ese es en todo caso el punto de partida, un mundo ligado al modelaje, pero también a lo artístico, en ese recorrido que la lleva de protagonizar una publicidad con La Joven Guardia a rechazar un papel que le ofrecía Leonardo Favio en una de sus películas. Cuando su nombre se desvanece de esa escena, no desaparece de la historia. Y ese es el recorrido que traza Botas rosas: encontrar la forma en que la historia de una persona atraviesa ciertos nudos de la historia argentina y, en cierta medida, termina representándolos.
*Isabel estuvo ahí, pero la distancia que impone su relato parece implicar otra cosa. Estar, pero no estar. Ubicarse en un centro, pero otorgándose una figuración periférica. El mismo criterio de su etapa artística –del centro de ebullición de la cultura urbana de Buenos Aires a su coqueteo con la posibilidad de hacer cine- vuelve sobre sus etapas posteriores. La historia de Isabel, a través de Báez se liga con la Triple A y con Suárez Mason. Isabel aclara su lugar: ella solo buscaba las fábricas, elegía los bancos, no estaba presente en el momento de las transacciones. Drogas, armas, sí: pero sin formar parte de la matriz de ese negocio –especula entonces que quizás haya sido eso lo que le permitió sobrevivir de alguna manera. Su retorno se produce en los 90 de la fiesta menemista. La noche de esos tiempos la encuentra en Tramps y con Poli Armentano. En aquella década fue Báez quien la obligó a irse del país; en ésta fue ella la que se abrió a tiempo. Después de esas partidas, la muerte de ambos hombres, asesinados por sus negocios, por querer dominar una escena que los excedía.
*La historia de Isabel es la de esas muertes, pero también las del desequilibrio –los propios, los del hijo que tuvo con Báez. Allí hay de nuevo, un descentramiento del personaje. Estar como madre, pero no estar. Y cuando ese vínculo parece restaurarse, la desaparición que solo se saldaría muchos años más tardes. Isabel Palacios exhibe su vida en el documental, como trazos en los que instala nuevas relaciones y que sostiene la centralidad de su espacio de pertenencia –por algo la vemos, de nuevo, sentada en una mesa de La Biela-. Pero lo que ya no tiene es aquel viejo principado familiar. Su antiguo territorio solo puede ser visto desde afuera, puede ser recordado y se lo puede revisitar en las imágenes del pasado que el documental propone como un collage. En Botas rosas, Isabel aparece como en su vida. Parece estar, parece ser el centro, pero no. Nunca termina de estar allí. Como si todavía fuera necesario ponerse a un costado y solo desde allí contar su historia como parte de otra historia más grande y por la que pasaron sus días.
Botas Rosas (Argentina, 2024). Guion y dirección: Tomás De Leone. Fotografía: Nicolás Pittaluga. Montaje: Alejandro Venturini. Duración: 67 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: