
Jesse Eisenberg escribió, dirigió y actuó la película. Su segunda película como director. Eligió el casting también. Personalizó de comienzo a fin su historia. Le puso el cuerpo desde la primera escena.
Jesse Eisenberg se hizo un personaje a la medida; casi el que hace desde que irrumpió en Hollywood: un chico judío hiper ansioso y estimulado que, a golpes de torpeza, de un modo u otro, va encontrando su lugar en el mundo.
Jesse Eisenberg, que hace de David Kaplan en su película, de forma muy inteligente, se esconde en este “tipo” de personaje.
Jesse Eisenberg se “esconde” para que aparezca a la par y se robe la película, el adorable personaje de su primo, Benji Kaplan, interpretado de forma magistral por un Kieran Culkin que venía más que entrenado con su papel de Rom en Succession (2018-2023).
Jesse Eisenberg y Kieran Culkin, David y Benji Kaplan, dos judíos newyorkinos en los treinta y pico, deciden, pos mortem de su abuela, ir hasta Polonia, de donde ella era originaria, a conocer el país, el lugar, la historia, los campos de exterminio.
¿Por qué? Simple: porque Benji es una suerte de hippie con Osde vago, depresivo y antisistema que intentó suicidarse y que David, de cierta forma, intenta rescatar (¡despabilar!) para que no vuelva a suceder. O, lo que es más interesante aún, para intentar entender por qué pasó lo que pasó.
Aquí, entonces, entre el cliché y la tragicomedia yanqui, Jesse Eisenberg camufla una perlita de película. Sí, el cliché de la Shoa para los antijudíos y negacionistas; para los que perdieron familiares y familias allí; para los que lucran -de un modo u otro- con la misma; para los que quieren que nunca más vuelva a ocurrir. Sí, el cliché progre del “todo somos iguales, derechos y humanos”. Sí, las taras woodyalenescas en David. Sí, el cliché de los yanquis en su burbuja cuando chocan en Europa, especialmente en Europa del Este. Sí, el cliché de lo indie como sinónimo de independiente en el mundo hollywoodense. Sí, el cliché (cinematográfico) de las personas depresivas y sus altibajos inesperados, corrosivos. Sí, el cliché del judaísmo en sus capas más estereotipadas y superficiales.
Sin embargo, lo solapado, lo traslúcido, la cena en el bodegón polaco donde se simula una cena de Shabbat judía; lo que a David se le escapa cuando, palabras más, palabras menos, compara (¿hace una analogía?) en cómo su abuela polaca, que sobrevivió a los campos de concentración, emigró a EEUU, empezó como secretaria que apenas hablaba inglés y terminó como dueña de la empresa sumado a toda una familia que crió casi sola, lejos de sensibilizarse en el mundo, sucumbir a sus vulnerabilidades y heridas perpetradas por las atrocidades nazis, fue implacable con la vida y le sobrevivió (¡resistió!) hasta su último suspiro. Cómo alguien, con ese legado de fortaleza, podía decaer, degenerarse en su primo, un tipo inmensamente carismático pero autodestructivo; brillante pero depresivo; que creció sin necesidad alguna, pero qué, sin embargo, se las buscó solo a todas.
La perlita en la película de Eisenberg es que jamás responde a esta pregunta/comparación/analogía. Jamás evangeliza. Jamás moraliza. Jamás psicoanaliza mayormente. Sino que la deja flotando entre el “tour polaco” careta que supo denunciar el escritor israelí Yishai Sarid de forma brillante en su novela El monstruo de la memoria (2021), y los trapitos íntimos de dos primos que se criaron toda la vida juntos (a pesar de ser diametralmente opuestos en personalidad) y que más que primos se sienten y se quieren, por sobre todas las diferencias, como hermanos.
Un dolor real es una película sensible e inteligente que trata sobre la supervivencia al dolor (el social, el familiar, el íntimo, el judío) sin que el mismo desaparezca; inmunizándose; generando una simbiosis y, a partir de esta simbiosis, una forma de vida.
Un dolor real no habla de resiliencias, al contrario, las expone -en cierto punto- como chamuyeta new age en su decantamiento progre (woke). Habla, más bien, de supervivientes, de supervivencias a uno mismo, desde uno mismo y a pesar de uno mismo. Habla de resistencia(s).
Un dolor real, habla, en definitiva, de los holocaustos internos, de nuestras prisiones internas, y de cómo, a pesar de ellas, podemos sobrevivir sin negarlas, resistiéndolas, con ayuda, con cariño de verdad, con peregrinaciones que nos devuelvan perspectivas momentáneas (vitales); cachetadas que realmente nos despierten en el momento y el lugar indicados… Cachetadas que terminen siendo una suerte de caricia entre los contextos más violentos que uno viva con sus propios demonios, con los ajenos, con los de todos, con los de nadie.
A real pain (EUA / Polonia; 2024). Guion y dirección: Jesse Eisenberg. Fotografía: Michal Dymek. Edición: Robert Nassau. Elenco: Jesse Eisenberg, Kieran Culkin, Will Sharpe, Jennifer Grey, Kurt Egyiawan. Duración: 90 minutos.
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