No. Emma (Luthien Ramos) no es el centro de la historia. En la superficie, posiblemente: la excusa para contar su historia es la beca de intercambio con un colegio de Londres. Pero tanto ese elemento como el tiempo que media entre la aprobación de la beca y el momento del viaje, aparecen ocupados por una serie de iniciaciones –a la actuación, en la representación que hacen en la escuela sobre Romeo y Julieta; al amor adolescente, en la relación con Matías- que funcionan como relleno de ese tiempo de espera. La secuencia se comprende en el momento en que Emma le plantea a su padre las consecuencias de la vida en las islas del Delta: “Afuera pasa de todo y acá no pasa nada”. Quizás la película nos lo avisa desde el comienzo, cuando en la primera escena, Emma despierta a su padre, Marcos (Sebastián Arzeno). No se trata solamente del hecho puntual de llamarlo para que se levante para ir a trabajar y la lleve en la lancha hasta la escuela. En esa escena, en verdad, Emma lo llama para que empiece a ocupar el centro de la escena y que todo se mueva alrededor de su presencia o ausencia y de sus acciones –ver que incluso el primer momento en la escuela está planteado en función de si Emma le contó de la beca. Emma cede a Marcos el lugar principal como cuando está arriba de la lancha y se avizora la presencia de la Prefectura. Marcos conduce la historia a partir de ese momento: el relato se concentra en bloques relacionados con las reacciones del personaje ante la posibilidad del viaje de su hija, desde el momento en que le cuenta hasta la decisión final.

En Emma, en cambio no aparecen variantes ni tensiones –más allá de la atracción por Matías, compartida con su compañera de escuela- y en todo caso, sus vaivenes respecto del viaje están marcados por las reacciones de su padre. Ella está decidida a viajar a Londres y el único impedimento parece ser la posibilidad de conseguir el dinero para el pasaje. A partir de allí es que el personaje se vuelve secundario, porque no tiene una evolución que sostenga la historia. En todo caso, pertenece a ese grupo de personajes que habitan las islas y donde entran tanto sus compañeros de la escuela como la profesora Vicky (Verónica Intile) y su intensidad propia “del continente” algo desbordada para las islas, el amigo Alfredo (Luis Ziembrowski), la abuela Mito o Alcides y su mujer. Todos ellos son permanencias, un estado de latencia que los mantiene en las islas sin modificar sus rutinas habituales –aun cuando algunos de ellos o la mayoría, demuestren una vitalidad superior a la de Marcos. Resulta claro que en parte ello es consecuencia de una decisión: no enfatizar esos pasajes en los que se ve envuelta Emma, naturalizándolos, sin explorar la intensidad que implican en la interioridad del personaje –verificable tanto en el primer beso con Matías como en la primera menstruación- con lo que se corre el riesgo de que esos momentos queden como parte de una línea de tiempo en la que son dispuestos de manera algo mecánica.

Lo que hace que entonces, el verdadero personaje central de la película no sea la Emma y su sueño del título, sino su padre. Al fin de cuentas, el relato se desplaza de la iniciación de la hija –una suerte de entrada en un universo más cercano a lo adulto- a otra iniciación, la de Marcos. La de un despegue de esa rutina autoinstituida, aparentemente desde la muerte de su esposa, a la que no se nombra, pero que aparece en la gestualidad cómplice con Emma. El cambio solo puede producirse en ese personaje hosco y abandonado de sí mismo, que pretende que el mundo no se mueva y mucho menos que la hija saque los pies de las islas y los ponga en la tierra firme del continente. Más que una angustia de padre por la posible partida de la hija, lo que hay es un continuo aferrarse a lo invariable que compone su realidad hecha de garrafas que reparte entre los habitantes de las islas y momentos de pesca en los arroyos del Delta. Lo que registra El sueño de Emma es el pasaje de la negación a la aceptación gradual de la existencia de los cambios. Algunos son forzados por las circunstancias, como cuando arma la pieza para que su hija duerma en su propia cama. Otras aparecen como señales de un proceso de transformación que se conformará tal vez en el futuro –de la mirada sobre la vejez y los lazos familiares a partir de Mito hasta la posibilidad de volver a “mirar”, entreviendo el deseo, a otra mujer. El Marcos dominado y adocenado por una moral férrea, que divide el mundo de manera tajante entre leales y traidores, alcanza su punto cúlmine en la discusión con Alfredo. Pero esos códigos morales a los que todos los personajes terminan poniendo en cuestión son parte de un mundo que para Marcos parece haberse detenido en el pasado, del que no pudo salir. La decisión final en relación con el viaje de Emma restituye la posibilidad de salida, pero sobre todo le otorga al otro la chance de conducir su propia vida, como cuando al fin, se deja llevar en la lancha por el río, conducido por su hija Emma.

El sueño de Emma (Argentina, 2023). Dirección: Germán Vilche. Guion: Federico Arzeno, Adrián Caram, Germán Vilche. Fotografía: Lucas Guardia, Germán Vilche. Edición: Juan Pablo Di Bitonto. Elenco: Luthien Ramos, Sebastián Arzeno, Verónica Intile, Luis Ziembrowski, Lautaro Murray. Duración: 88 minutos.         

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