34df87c2-68d6-11e3-81a5-005056b70bb8“Creo que seres como yo tendemos a ponernos paranoicos respecto de nuestros orígenes. A veces sospecho que no soy quien creo ser, a veces creo que fallecí hace mucho tiempo y alguien tomó mi cerebro y lo puso en este cuerpo, tal vez nunca existió un yo real y soy completamente sintética…”

Kusanagi, Motoko.

Sobran los motivos (y escasean buenas ideas). La criatura entierra a Víctor Frankenstein –su creador- y en este movimiento subversivo la novela de Mary Shelley cierra el ciclo de forma rotunda, decretando a sangre y fuego el destino que le depara al individuo del Romanticismo (léase la locura y/o la muerte). En la moderna sociedad capitalista, solo se sobrevive fragmentado, parece anunciarnos. Comenzar preguntándose qué fue de aquel monstruo es, entonces, un punto de vista absolutamente válido –como otros tantos-, desde dónde la película establece la historia.

El planteo fue extraído de la popular novela gráfica de Kevin Grevioux (I, Frankenstein, 2014). El cómic presenta a un posmoderno Prometeo que se encuentra en medio de una lucha milenaria entre gárgolas y demonios. La película, por su parte, propone la ambientación de esa guerra en nuestros días, con el monstruo luchando, hacia el final, como un paladín de la humanidad. De esta manera, se produce una melange profusa de intencionalidades y propuestas.

La criatura (Aaron Eckhart) es presentada por momentos con un registro comparable al papel «interpretado» por Keanu Reeves en Constantine (2005) el caza demonios. Un espíritu de antihéroe, de caballero rechazado pero plenamente consciente de su deber, asoma de forma inverosímil y afectada en nuestro monstruo. Además, este perfil se acrecienta si consideramos lo poco provechoso que resulta el milenarismo bíblico brotando a cada segundo de la película. Hay una proliferación de incontables y cansadoras referencias religiosas absolutamente inútiles en lo que respecta a la obra que, si bien aparecen en el cómic, en el filme resultan absolutamente inexplicables. ¿Por qué la manía de cristianizar a Frankenstein? ¿Para qué domesticar –aún más- a la bestia?

i_frankenstein_1_20130723_1743286085Posteriormente, se pasa a otro registro de forma estrepitosa: al héroe de acción. Si bien sabemos que Frankenstein ha viajado al espacio, peleado con Drácula, venciendo a los nazis y realizando otras tantas hazañas –como bien nos muestran las distintas versiones de la novela que pudimos apreciar, sobre todo las de los años 70- no resulta un gran acierto narrativo el elegir retratarlo como un héroe estilo Silvester Stallone, Chuck Norris o cualquier otro ícono popular de este género. Es verdad, es un monstruo hecho de retazos, y la idea podría funcionar pero no … el gesto se queda a mitad de camino.

Finalmente, el último gran injerto que hace esta película, es la del “monstruo adolescente”. Precisemos esta idea: no nos referimos a comedias divertidas como Muchacho lobo (Teen Wolf, Rod Daniel, 1985) o El joven Frankenstein (The Young Frankenstein, Mel Brooks, 1974)  sino que hablamos de películas estilo Crepúsculo(2008) en donde las criaturas presumen problemáticas existenciales frente a los retos de elegir un protector solar  + 65 para poder acompañar a su amado/a en un paseo romántico por la playa y adquirir lentes de calidad acorde para evitar tener sorpresas desagradables frente a la puesta de sol en lo que dure la cita. Este Frankenstein roza – pese a que Aaron Eckhart ya está crecidito-  ese tipo de planteamientos, aún desde la elección estética de la criatura: unas cuantas cicatrices no ocultan unos abdominales perfectos.

El componente tanático –la criatura hecha de cadáveres- es ignorado o excretado de plano. Todos los elementos que lo envilecen resultan, asimismo, extirpados. El  monstruo de Frankenstein surge del desprecio, entra en el vicio y por consiguiente en el crimen, en el terror y la desesperación. Los modos de salida de ese fatalismo quedan absolutamente truncos en la película, así como la potencia desestabilizadora del monstruo, en tanto, outsidersocial. Justamente cuando la película encara la problemática del monstruo en su camino a la humanización –ahí donde adquiere su alma-, fracasa rotundamente porque no puede dar cuenta de esa trayectoria en ningún plano.

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La última aventura del infeliz monstruo consiste en una interminable persecución por parte de agentes diferentes (humanos, gárgolas, demonios). Debería percibirse allí un rito de peregrinación, casi exigido por la trama. No una  peregrinación iniciática –vinculada a la búsqueda de una situación superior-  sino, más bien,  una peregrinación expiatoria,  vindicativa. La criatura peregrinaría por la vida para satisfacer sus impulsos de humillación y saciarlos de algún modo. Nada de esto se produce: la torpeza del guión nos arrastra de un lugar a otro dándonos la impresión de que las escenas “sólo suceden” en la pantalla.

Al borrar todo el peso dramático y eliminar toda salida humorística, la película se constituye como un vano intento de involucrarnos a través de los efectos a una guerra que nos es ajena, de la mano de un héroe que no terminamos de digerir que se enfrenta a demonios y que, encima, no nos convencen del todo. Ni llamando a  Re-animator se podría dar vida a este muerto.

Yo, Frankenstein (I, Frankenstein, EUA, 2014), de Stuart Beattie, c/ Aaron Eckhart, Yvonne Strahovski, Bill Nighy, Miranda Otto, Aden Young, Jai Courtney, 92’.

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