Yo cantaba en el vientre de mi madre, antes de nacer”, se le escucha decir a Goyeneche en el comienzo del documental. No hay presuntuosidad en el decir y en lo dicho. Hay, en todo caso, una conciencia de predestinación, del destino que lo estaba esperando cuando saliera a la vida. Pero también esa frase está señalando el camino que tomará a partir de allí Roberto Polaco Goyeneche-Las formas de la noche. La omnipresencia del canto es el centro de la mirada que el documental proyecta sobre el personaje. Se desentiende de datos anexos que pueden ser anecdóticos para concentrarse en todo lo que de la vida de Goyeneche aporta para entender al hombre que canta y que no puede dejar de cantar. Porque Goyeneche no es solamente el que canta con Pontier, con Salgán, con Troilo o con Piazzolla y el que llegó a grabar tres o cuatro longplays por año. Goyeneche es el pibe que cantaba en el estudio jurídico donde trabajaba. El que cantaba mientras manejaba el colectivo entre 1949 y 1952. El que no necesitaba que le pusieran un micrófono adelante, como en la entrevista que le hizo Antonio Carrizo o en el sillón de Cordialmente de Juan Carlos Mareco. Es por esa misma razón que la película empieza con “el Polaco” cantando en el Colón en 1972 y prácticamente termina con su última grabación, la de “Viejo ciego”, unos meses antes de su muerte. Una paradoja que construye la película: no hay nacimiento ni muerte, el hombre canta antes de nacer, su muerte queda en otro lado, como si cantara en una eternidad que supera a su cuerpo, a su estancia en la tierra. Dice, también, como si fuera consciente de ello, algo así como que “yo transpiro la camiseta, juego los 90 minutos del partido”. Esfuerzo y persistencia: el hombre que canta no puede dejar los escenarios, es ahí donde es El Polaco Goyeneche para los demás, aunque el aire, al final solo le diera para unos pocos temas.

Es entonces que se entiende que lo que en otras circunstancias podría pensarse como azares de la vida, se construyen –los construyó, en verdad, el personaje- como continuidades. Primer supuesto golpe de suerte: el representante de Salgán lo escucha cantar en el colectivo y le propone sumarse a la orquesta. Segundo golpe de suerte: Anibal Troilo va a verlo cantar para complacer a su esposa Zita que le insiste con que lo lleve a su orquesta. Tercer golpe de suerte: Aquiles Giacometti le propone cantar con Armando Pontier. Los encuentros pueden ser casuales, pero hay algo ahí que sostiene la posibilidad de que ocurran.

Goyeneche sigue cantando aunque no encuentre el rumbo, aunque la muerte de su madre lo lleve a pensar en que no va a cantar más, aunque Troilo le diga que tiene que irse de su orquesta porque va a ganar más dinero del que él puede pagarle. Hay un presente en cada uno de esos momentos en los que, en lugar de hundir al personaje, se va perfilando un futuro. Algo de lo que percibe Gabriel Soria en 1969, cuando Goyeneche graba “Balada para un loco”, el mismo año en que la canción, interpretada por Amelita Baltar queda segunda en un concurso en el Luna Park y desata las controversias sobre la obra de Piazzolla: “Goyeneche no se para en ese momento, mira hacia adelante, sabe que va a ser un clásico”.

Esa lectura que Goyeneche tiene del tango –que podría resumirse cuando define a Piazzolla y Ferrer como “anormales” por lo que hacían- y de la música en general –cuando en los ochenta reconoce el gusto por los Beatles y los Rolling Stones, por Tony Bennett y Fito Páez- le permitió convertirse en un puente generacional. Un sobreviviente de la generación que explotó en la década del 40 y que subsistió al declive de las orquestas, estableciendo lazos con las formas más modernas del tango y cruzándose con otros formatos musicales. El documental señala el punto de inflexión no tanto en el encuentro con Piazzolla, sino en otra situación casual (o no tanto): la operación de las cuerdas vocales en el año 1979. Lo que podría haber sido el final de la carrera de Goyeneche se convierte en un renacimiento: Matías Longoni señala que la operación lo obligó a reinventarse, dándole más importancia al detalle y al énfasis. Y es en ese momento en el que Goyeneche capta otro público, consigue que sus shows en Caño 14 sean un éxito: allí confluyen sus seguidores con un público más joven –que posiblemente lo haya descubierto en Sur (Pino Solanas, 1988)- que se acerca a descubrir que en el tango también hay un espíritu afín.

Hay una dimensión que explora el documental que profundiza el lugar que ocupó Goyeneche. Si Matías Longoni es quien afirma mayormente la idea del puente generacional, es Gustavo Varela quien sitúa la emergencia del cantante en el contexto histórico y social. Es 1952 cuando “el Polaco” entra en la orquesta de Horacio Salgán, en la que se combinan los rasgos modernistas del pianista con la elección del repertorio gardeliano. Varela señala esa etapa como los últimos años del tango canción, predominante desde la década del veinte. Lo interesante es que la emergencia de Goyeneche en el panorama del tango (y que Varela liga con la de Edmundo Rivero) viene a establecer un cambio de los registros agudos a los graves, en consonancia con un proceso político en el que aparece el pueblo como sujeto. Las voces de Goyeneche y Rivero identifican a las de ese pueblo que emerge con el peronismo y cuya ruptura propondrá la autodenominada Revolución Libertadora que derroca a Perón. 1955 es el año de la ruptura, que arrastra consigo a las formas cancionísticas y que va a derivar posteriormente, con el avance tecnológico en la extinción de las grandes orquestas como formaciones esenciales en el tango.

Roberto Polaco Goyeneche-Las formas de la noche, recupera entonces la figura del cantante en el contexto de su tiempo (“El gran acierto de Goyeneche es que mira su época”, señala Gabriel Soria) y de la música. Lo hace a partir de momentos que han circulado con mayor asiduidad (las entrevistas mencionadas anteriormente) pero también con un material menos conocido, entre ellos, las películas caseras y el reportaje que le hiciera Jorge Boccanera en 1988 y que constituye el esqueleto del relato en la voz del personaje. Aquí el peso está repartido entre lo informativo y lo pasional, consiguiendo que ambos elementos funcionen en la combinatoria. Más que las intervenciones de familiares directos que dan su testimonio, es la puesta que se hace de la voz de Goyeneche lo que consigue que ese efecto se potencie. Esa forma es la que hace del documental una mirada amorosa sobre el personaje, que se apoya en sus cualidades públicas como cantante, para luego excederlas. Una síntesis que puede hallarse en lo que señala José Colángelo: “El Polaco decía ‘frío’ y a mí me corría frío por acá”. No se trata solo de un cantante que genera emociones, sino de una personalidad que transmite al otro algo que no puede definirse con palabras precisas.

El mismo Colángelo afirma que cuando Goyeneche cantaba en la orquesta de Aníbal Troilo, lo que pasaba era que el contagio entre ellos se trasladaba al resto de los músicos, y desde ellos al público. Eso es lo que consigue el documental: partir de ese contagio de energía que la figura de Goyeneche provoca en los que la evocan, en quien organiza el material, para finalmente trasladarla al espectador.

Roberto Polaco Goyeneche-Las formas de la noche (Argentina, 2023). Guion y dirección: Marcelo Goyeneche. Fotografía: Sebastián Farfalla. Edición: Julia Straface. Duración: 106 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: