Confieso que cuando vi el tráiler de La residencia pensé que se trataba de una película llena de clichés. Un film sobre la idea del escritor como un ser alienado y fácilmente manipulable que abordaría el trauma de un libro que no avanza y que enloquece al autor. Sin embargo, la realidad de la película dista del tráiler que la vende. En el film de Fernando Fraiha, Ana (Débora Falabella) es una joven escritora que obtiene una beca para trabajar en su próximo libro en la residencia de Holden (un perturbador Darío Grandinetti), un líder carismático que se encarga de martirizar a los escritores que llegan hasta ese lugar. Esta residencia se encuentra ubicada en el sur argentino, un lugar denominado por los propios habitantes del lugar como «el fin del mundo». Una vez en la residencia, Ana se encontrará con otros escritores que están atravesando un proceso similar al suyo.

La residencia puede pensarse desde una serie de contrapuntos que le dan espesura y le agregan tensión a la trama. Por un lado, es muy evidente el enfrentamiento entre realidad y ficción. Para Ana, la realidad es agotadora y frustrante. El principal indicio de frustración tiene que ver con el deseo no correspondido de ser padre que experimenta su novio. En una de las primeras escenas vemos a Ana llamar por teléfono a su pareja. Ella se encuentra expectante ante el inicio de su aventura creativa hasta que él le consulta sobre su periodo. La sola mención de ese obvio deseo de paternidad bastó para que la comunicación telefónica llegara a su final. Esa realidad agobiante y monótona contrasta con la libertad del camino artístico a realizar, que se encuentra representado por el libro que Ana va a escribir.

Otro contrapunto no puesto en escena de modo manifiesto se da entre la ciudad y la naturaleza. La ciudad es alienante, tediosa y monótona. La naturaleza, en cambio, comunica a los sujetos con un mundo en el que se encuentran llenos de posibilidades de cambio. La principal posibilidad de transformación es la de ser uno con el entorno. Ya en el siglo XIX, Marx hizo añicos los sueños utópicos de construir una sociedad mejor que la que tenemos sin primero destruir los cimientos de la opresión fundamental de esta sociedad capitalista. Casi dos siglos después de estos acalorados debates la ficción cinematográfica sigue pensando a partir de estas tensiones estructurantes de la subjetividad social. Por ello, para Ana la cabaña de Holden es un lugar ilusoriamente feliz como lo es también su futuro libro a escribir.

El tercer arco dramático que aborda la película expone el frágil pasaje de la razón a la locura. Aquí entra en juego la pericia para el policial que desarrolla Fraiha. Holden conduce a este grupo de escritores como si fuera el líder de una secta. Disfruta martirizando a los becados y jugando con la resistencia física y psicológica que ellos pueden manifestar. La escena en la que Ana escribe maquinalmente una letra en su computadora nos conecta rápidamente con Jack Torrance, el personaje de Jack Nicholson en El resplandor. La residencia no deja de ser un hermoso homenaje al film de Kubrick. Una diferencia entre ambas es que la locura de Torrance era una locura privada en tanto que la locura que acecha a Ana y sus colegas escritores tiene que ver con el poder de Holden que opera como un líder siniestro al interior de esa comunidad.

Hace muchos años recuerdo un debate que se planteaba entre una literatura vitalista, anclada en la vida, y una literatura erudita y culta, escindida de la experiencia de vida del autor. El primer modelo se encontraba representado por autores como Bukowski o Jack London; el segundo tenía como referentes obvios a Borges y James Joyce. En el marco de ese debate, para los escritores vitalistas la vida era más importante que la literatura, y para escribir más y mejor bastaba con vivir un cúmulo de experiencias que valieran la pena ser contadas. De algún modo la vida se oponía a la literatura.

El film de Fraiha pareciera teorizar con eficacia sobre la idea de la vida en oposición a la literatura, a la vez que piensa el vínculo entre salud y locura. Dicho en términos más brutales: hay que elegir entre escribir y vivir. El método que desarrolla Holden para explotar las cualidades literarias de los miembros de la tribu juega con los límites de lo tolerable, pero todos los participantes aceptan sus normas así como todos los participantes de los reallity shows toleran sus lógicas de sometimiento con tal de salir victoriosos.

Liberarse del libro para Ana es una opción para restaurar su salud mental pero el problema es cómo dejar de lado una obsesión que es el motor de su vida. En esa contradicción que no puede resolverse se encuentran anudadas las virtudes de un film que tiene una serie de premisas y contrapuntos concretos. La ficción opera como el lugar de la utopía de una felicidad siempre postergada en tanto que la realidad es opaca y gris. Descubrir la posibilidad de habitar un mundo real en el cual encontrar la felicidad sería entonces el modo de terminar con esa falsa antinomia entre vida y obra. Finalmente representaría la posibilidad de vivir la literatura como una obsesión que no lleve inevitablemente a la muerte ni a la locura.

Calificación: 7/10

La residencia (Argentina, Brasil,2023). Dirección: Fernando Fraiha. Guion: Inés Bortagaray, Fernando Frahia. Fotografía: Mario Franca, Gustavo Hadba. Elenco: devora Falabella, Darío Grandinetti,German De Silva, María Ucedo. Duración: 107 minutos.

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