El cine es ante todo imagen en movimiento. En este sentido, importa no sólo el contenido, sino principalmente las formas de narrarlo. Y cuando el cine está bien ejecutado, son los aspectos formales de la imagen los que hacen y acompañan al contenido. En el caso contrario, el contenido se vuelve redundante y aplasta la riqueza de sentidos que puede abrir la sutileza de un plano, de un gesto, de un pequeño detalle. Veamos entonces qué ocurre con estas cuestiones en El triángulo de la tristeza (The triangle of sadness, 2022), última película del realizador sueco Ruben Östlund.

El prólogo nos instala en el mundo de la moda, en un casting de modelos masculinos, en el que mediante una entrevista televisiva se presenta a uno de los personajes de este film coral y uno de sus ejes temáticos centrales: el joven y bello desde lo heteronormativo Carl (Harris Dickinson) y el tema de la desigualdad social, a contrapelo de lo que el propio mundo de la moda instala como eslogan cool: “Todos somos iguales”. Efectivamente, en clara parodia a lo que fueron las famosas publicidades de las campañas de Benneton (United Colors), se presentan al casting varones de diversas razas, todos jóvenes, de cuerpos siempre bellos y con dinero, situación que claramente no se extiende a los consumidores de las marcas que representan. Al mismo tiempo, se plantea un campo laboral donde la desigualdad económica afecta al hombre, ya que por el mismo puesto gana un tercio menos que lo que ganaría una mujer. La premisa de Östlund ya está instalada: la igualdad es una farsa de propaganda, el capitalismo es una estructura socio-económica que instituye y funciona con desigualdades, y el racismo y la xenofobia están a la orden del día.

A partir de aquí el film se estructura en tres partes, y adopta el tono de la parodia de géneros cinematográficos, como bien ya se refleja desde el propio título que resuena tomando el juego humorístico entre el así llamado triángulo formado en el entrecejo del rostro y el Triángulo de las Bermudas, donde misteriosamente zozobran muchos barcos.

El capítulo uno se titula Yaya y Carl. Esta parte retoma al personaje presentado en el prólogo e introduce a Yaya (Charlbi Dean), su novia, ambos en una cena en un lujoso restaurant.Se trata de una parodia del drama romántico que reversiona el discurso de género, ya que es Carl quien pregona por salir del estereotipo del hombre convencional que paga por los gastos de su mujer y aboga por una igualdad económica. Incluso a la luz de la segunda parte, hasta podríamos leerlo como una parodia del romance de Jack y Rose en Titanic (James Cameron, 1997).

El capítulo dos se titula El crucero. Aquí vemos a los jóvenes y bonitos Yaya y Carl codearse con el mundo de los multimillonarios a bordo de un exclusivo crucero por el Caribe, al que accedieron por sus habilidades como influencers de moda en las redes sociales. Por allí desfila una fauna variopinta de ricachones: Dimitri, un ruso que viaja junto a su esposa y su amante y que ha hecho fortuna con su empresa de fertilizantes agrícolas; una dulce pareja de ancianos dueña del negocio familiar de fabricación de granadas; un experto en tecnología y una mujer rica, pero privada de la movilidad y del habla por un derrame cerebral, que sólo repite “En las nubes”. A través de la escena donde Yaya es fotografiada por Carl a punto de comer un buen bocado de tallarines, accedemos al culto de la imagen propio de nuestro tiempo. Lo que importa es mostrar el viaje en tiempo real y una imagen bella y feliz, aunque no se esté disfrutando verdaderamente de comer la pasta.

Desde Ocho a la deriva (Lifeboat, Hitchcock, 1944) a Titanic, la nave es la representación del mundo humano. Allí como aquí, están representadas todas las clases sociales. En este caso, la clase media es la casta de empleados bellos y de piel clara, encabezados por Paula (Vicki Berlin), que sirve como condescendientes azafatos a la clase acomodada, cumpliendo sus más extravagantes anhelos. Por debajo de ellos, tenemos a los empleados de mantenimiento y de limpieza, estos últimos representados por Abigail (Dolly De Leon) -la encargada de limpieza de los baños-, que corresponden a las etnias no hegemónicas. Mientras tanto, el capitán del crucero -interpretado por Woody Harrelson- pasa los días encerrado en su camarote, bebiendo. Se presenta en sociedad en la llamada “cena del Capitán”, bajo un tiempo tempestuoso que fue anticipado por los cuadros que retratan tormentas marítimas colgados en el salón comedor. El bamboleo del barco y la cena de varios y costosos pasos de manjares, junto al tono paródico que asume la película, anticipan las desbordantes descomposturas gástricas e intestinales que inundarán el barco, humor desatado y escatológico que evoca la guerra de pasteles en muchas comedias mudas. El tema es que la secuencia que debería funcionar desde el humor, no lo hace debido a su previsibilidad, su hipérbole innecesaria y el subrayado de una frase que dice el Capitán, estadounidense socialista, en su dialogo socrático de borrachera con su contraparte, el ruso, acérrimo capitalista: “Mientras nadas en la abundancia, muchos se ahogan en la mierda”, proponiéndose así la escena como una suerte de justicia poética que recae sobre la clase adinerada.

En esta misma línea de justicia poética funciona el humor por el absurdo cifrado en el hecho de que el barco estalle y zozobre en la catástrofe a partir de una granada arrojada por terroristas, de propia fabricación del matrimonio de ancianos.

De este capítulo destaca el intercambio dialógico entre el Capitán y Dimitri (Zlatko Buric), que van contraponiendo, en su in crescendo de borrachera, chistes acerca del capitalismo y el comunismo, que develan los puntos de falla de cada uno de ellos como sistemas de organización económico-social.

El último apartado se titula La isla. Tras la catástrofe, quedan unos pocos sobrevivientes: la pareja de jóvenes, el experto en sistemas, la mujer afectada por el ACV, un trabajador de mantenimiento de color, Dimitri, Paula y Abigail, que inteligentemente ha abordado el bote salvavidas que la provee de agua y comida. Se trata de la idea de que colapse aquello que no funciona, para refundar una nueva sociedad. En una primera instancia, Abigail se ve forzada por la superioridad de Paula a compartir sus provisiones con los demás. Pero con el correr de los días se erige en la líder del grupo, con beneficios de mayor ración y de acceso al sexo con Carl ya que es la única con habilidades prácticas para conseguir comida, encender un fuego y cocinar. Aquí la comedia del absurdo funciona en la revelación de que las cuantiosas sumas de dinero acumuladas resultan inútiles para la supervivencia en la isla. La interlocución en esta parte de la película puede realizarse con Insólita aventura de verano (Travolti da un insolito destino nell’azzurro mare d’agosto, Lina Werthuller, 1974), en la que una mujer rica y conservadora rechaza durante su viaje en el yate al mozo socialista, pero se enamora de él cuando sobreviven al naufragio en una isla. Se trata de un amor que sólo puede funcionar mientras se esté al margen de la sociedad. Y lo mismo ocurre para Abigail con su capitanía y su amor con Carl en la isla. Este idilio, que sólo es posible en un paréntesis fuera de las convenciones sociales, es lo conducirá a un oscuro desenlace cuando descubran en la isla un complejo vacacional que les permitiría reintegrarse a la realidad social previamente instituida.

Lo que el experimento (digno de los realities actuales de supervivencia o de Gran Hermano, que ponen a convivir a personas diversas que deben organizarse para subsistir) pone de relieve es que los proyectos comunitarios basados en la igualdad, en la solidaridad o la justicia social (a cada uno según sus habilidades y según sus necesidades) no funcionan porque la codicia y la pulsión de muerte son parte intrínseca de la condición humana. Por otra parte, lejos de lo que podría suponerse, y como ocurre en el film alemán El experimento (Das experiment, 2001) la vida en condiciones de opresión y de humildad social no hace a Abigail más bondadosa que el resto como jefe del grupo. Es el rol social que ocupamos lo que determina nuestros comportamientos.

En resumen, El triángulo de la tristeza se sostiene en interesantes ideas en torno a pensar la condición humana y el irreductible malestar en la cultura, sea cual fuera la forma en que los individuos se organicen en sociedad. Su problema estriba en el uso de formas previsibles, explícitas y reiteradas desde los parlamentos y hasta incluso desde el humor mismo, al momento de transmitirlas, que no dejan lugar a la belleza ni a una lectura simbólica por parte del espectador. La tristeza no es entonces solamente aquella que nos deja el capitalismo desenfrenado, sino también la cansina llanura en la cual se reduce el cine como arte.

Calificación: 6/10

El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, Suecia/Reino Unido/Estados Unidos/Alemania/Francia/Dinamarca/Suiza/Grecia/Turquía/México, 2022). Guion y dirección: Ruben Östlund. Fotografía: Fredrik Wenzel. Elenco: Harris Dickinson, Charlbi Dean, Dolly De Leon, Woody Harrelson, Zlatko Buric. Duración: 147 minutos.

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