Entre ellas el tiempo –sin la coma denotando la copulación del verbo, como pura continuidad o unidad– es un pequeño documental sobre dos mujeres y un proyecto compartido. La historia arranca, en 2002, en un barrio de La Cava bonaerense, a donde Ana Álvarez, una joven profesora de danza, viaja cada semana para dar un taller para chicos al que asiste María Cardozo junto con su sus hermanos menores. En ese momento María, que resulta ser una de sus alumnas más entusiastas, tiene apenas seis años y el contraste entre ambas en términos de edad, niveles socioeconómicos y situación de vida no podría ser más pronunciado. Sin embargo, la danza funciona como un puente que les permite encontrarse a través de las diferencias y, cuando el taller concluye, Ana y María deciden renovar su vínculo, justamente, bailando. Esta vez ya no como maestra y estudiante, sino colaborando en la realización de una obra que cuente su historia juntas.
El tiempo, en la película, se muestra como una entidad multidimensional. Existe el tiempo (o sea, el ritmo, el pulso) de la danza: las chicas cuentan los pasos que van dando, estudian la cadencia de sus movimientos. Esta el tiempo creativo, lo que se tarda en concebir, explorar y llevar a buen puerto un proyecto artístico, las idas y vueltas, los imprevistos que van surgiendo. Y está el tiempo de las vidas individuales, de la biografía, que inevitablemente se inscribe o manifiesta en los cuerpos, como cuando las protagonistas quedan embarazadas prácticamente en simultáneo. María crece a lo largo de la película. En las imágenes de archivo la vemos de niña, de adolescente, hasta que es madre. Algo similar ocurre con Ana, si bien no de un modo tan evidente porque ya es una adulta al principio de la película, pero allí está, de todos modos, primero con el impulso de una joven docente, llena de proyectos y ganas de hacer cosas, y más tarde como creadora y como madre, más reposada, quizás más segura de sí misma.
Lamentablemente hay algo que no termina de cuajar en Entre ellas el tiempo. Su foco y su estructura narrativa subdividida en capítulos –otra temporalidad más: la del relato– supone una progresión que no es tal. El proceso creativo, como se sabe, no es un viaje idílico, sino que está lleno de instancias tediosas, de probar cosas que no funcionan, de pequeñas frustraciones y avances parciales, y la película le dedica un espacio excesivo, desdibujando precisamente el rol de las protagonistas y el resultado final de todo su trabajo. En consecuencia, por momentos la película puede tornarse repetitiva, cansadora. De hecho, sus secuencias más ricas e interesantes no tienen lugar en el estudio donde las chicas ensayan sino en la calle, en las casas, en la escuela, en los lugares más vinculados con la vida que con el arte.
Entre ellas el tiempo (Argentina, 2014), de Ana Alvarez y Matías Bertilotti, c/María Cardozo, Ana Alvarez, Silvina Grinberg, Guillermina Etkin, 67′.
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