*Arthur (Josh O’Connor) regresa. No sabemos de dónde viene (poco después entenderemos que acaba de salir de la cárcel) pero arrastra los restos de un tiempo en otro espacio (la suciedad, el desarreglo, los olores). La escena inicial en el tren es un resumen para entender la forma en que Arthur se relaciona con el mundo. En principio están los sueños. Arthur duerme en su asiento. Los sueños son coloridos, luminosos; aparece una mujer (“Eres tú, la cara de mi última mujer” dice en ese sueño). La textura de la imagen sugiere al sueño como si se tratara de un recuerdo familiar que proviene de otros tiempos. El sueño es interrumpido, trayendo a Arthur de nuevo a la realidad del tren. El guarda que pide boletos le dice “lo siento, ya no sabrá cómo terminaba”. Allí está rodeado de mujeres jóvenes que hablan entre sí y le preguntan de dónde viene. La irrupción del vendedor de medias reinstala una realidad que los otros personajes de la escena no destacaban y que provoca la ruptura que implica finalmente salir de ese espacio y convertirse en objeto general de la mirada.

*Lo anecdótico permite pensar en que el regreso de Arthur al pueblo se plantea como una especie de “segunda oportunidad”. Pero los actos y la gestualidad instalan la repetición, la realimentación del circuito que se intuye similar al recorrido previo a la cárcel. Aunque en principio rechaza a Pirro (Vincenzo Nemolato) y a sus antiguos amigos, el gesto de volver a la casa de Flora (Isabella Rossellini) como una suerte de refugio inicial se plantea como puerta de entrada real para ese regreso. Arthur irá ensuciándose literalmente en el camino, como si solo pudiera acumular el polvo como peso sobre alguna culpa, sin motivo para quitárselo de encima. Pero en ese retorno, es notorio el peso que adquiere la relación con las comunidades de hombres y mujeres. Si en aquella primera escena las mujeres funcionan con la curiosidad con la que intentan asomarse al origen de Arthur, las otras a las que se enfrenta, se complementan. La de las hijas y nietas de Flora –que llenan el aire de palabras y donde los primeros y segundos planos sonoros se alternan para no dejar huecos- actúa en dos oportunidades. En la primera, apuntan al futuro de Arthur –le ofrecen ropas que eran del padre, le dicen que le consiguieron un trabajo- como intento de romper con la previsible repetición; en la segunda, en su referencia al futuro de Flora –internarla, vender todo- establecen la clausura de ese pasado latente en dirección a Arthur (“Beniamina no volverá” dice una de las hijas). Por el contrario, la comunidad de mujeres que organiza Italia –esa intervención que es una toma de lo que es de todos pero está abandonado sin uso práctico- no pregunta el origen de Arthur ni plantea el futuro –se sugiere que se quede allí como uno más, pero parece comprender que ese destino sería como el de Fabiana(Ramona Fiorini), el nexo entre comunidades que proviene del grupo de amigos- sino el presente simbolizado en el pedido de la hija de Italia para que se lave antes de ver a su madre. Si esas tres instancias acuden a temporalidades diferentes, la comunidad de hombres, la de los amigos de Arthur –y de la misma manera, los hombres de Spartacus (Alba Rohrwacher) en el final- traccionan el congelamiento en un pasado condenado a repetirse entre los poderes de la rabdomancia y el hallazgo de tesoros ocultos del que se benefician todos menos él. Una inevitabilidad ontológica parece caer sobre Arthur: esas visiones/vibraciones que tiene, se independizan de la búsqueda, surgen en cualquier momento (pasajes en los que la cámara da un giro en sentido vertical de 180°) como impulsos que no siempre pueden controlarse y que se repetirán en los gestos que desatarán las peleas hacia el interior del grupo.

*En ese sentido, puede pensarse en la relación que establece Arthur con los otros personajes como parte de un proceso de inversión. En el comienzo, al regresar al pueblo, la distancia con los amigos proviene de lo que visualiza como una traición: haberlo dejado atrás en la huída de un robo que no se menciona y a merced de la policía. La ruptura total se avizora cuando descubre que el escondite de sus obras está vacío: si la recomposición se cifra en la recuperación de esos objetos que guardaron sus compañeros, la nueva ruptura se dará de manera inversa, cuando sean aquellos quienes consideran una traición el acto de Arthur en el barco de Spartacus. De la misma manera, la relación con Italia (Carol Duarte) funciona con elementos cambiantes y a través de la observación. Al principio es ella quien mira – e intenta escuchar- desde una distancia que establece el posterior recorrido de Arthur para observarla a ella, más adelante, en ese mundo oculto que sostiene en el interior de la casa de Flora. El secreto de ella se articula con el de él, que vive en una casilla de las afueras y que parece estar al borde de desbarrancarse. De allí que no sea casual que al descubrimiento de un secreto –los hijos de Italia en la casa- le siga el del otro –la casilla desmontada por la policía en ausencia de Arthur-. Ese pasaje de lo que no se ve a lo que se ve –similar al de los poderes rabdomantes de Arthur- desplaza a ambos personajes a otro espacio de lo no visible, a esa estación de trenes reconvertida en hogar posible para otras mujeres invisibilizadas. Hay que pensar que ese destino se vuelve literal para Arthur en el final, en esa obra/trampa en la que los hombres de Spartacus lo meten –venganza de otra venganza, poder que se superpone sobre otro, el cuerpo como condensación de la cabeza de la estatua arrojada al mar- y que lo lleva a la invisibilidad y el pasaje al otro lado llevado por el hilo de Ariadna que une a Beniamina (Yile Yara Vianello) con la tierra.

*Arthur y sus amigos son ladrones de tumbas antiguas, los engranajes más pequeños de una maquinaria del capitalismo –en tanto genera dinero y acumulación de poder. Arthur es quien puede visibilizar aquello que está escondido en el pasado de los etruscos de esa tierra sin nombre. Tumbas que resguardan objetos de lo cotidiano de un pasado, que el mercado del arte transforma en valor. Lo que implica, entonces, una relación particular entre los vivos y los muertos, que se anuncia doblemente: tanto en el espacio de los sueños con Beniamina como en el ofrecimiento de las ropas del padre muerto –que Arthur no acepta como si le agregara un peso más- Los muertos no tienen significado para los ladrones: son esqueletos de algo que fue, apenas restos entre objetos que los sobreviven. El quiebre en esa relación aparece en el momento en el que Italia descubre cuál es el trabajo que hacen. Aparece un imperativo moral, esa restricción que se corre de la idea de la propiedad privada que está por detrás de lo robado –en un punto, puede pensarse en la caducidad de la propiedad privada después de la muerte-. “Ahí abajo hay cosas que no están hechas para los ojos de los hombres” dice Italia, después de haberse persignado como si en ella residiera la posibilidad de la protección contra el sacrilegio. Entrar al territorio de los muertos, permaneciendo en el de los vivos, pensado como una especie de violación de un espacio sagrado –de hecho, en la tumba donde descubren la estatua, se habla de altar, de santuario-. Esa frase de Italia será repetida por Arthur en el momento del quiebre definitivo, cuando tiene en sus manos la cabeza de la estatua a la que le habla directamente (“No estás hecha para los ojos del hombre”). Esa variante personalizada es un cambio que parece mínimo pero que involucra a Arthur con eso que parecen solo objetos –el sonajero que le regala a Italia da una pista de esa diferencia-: esa personalización es su propio hilo que lo vincula a la tierra, lo que corre la frontera entre los mundos, la puerta de acceso a ese territorio donde lo espera Beniamina para volver a abrazarlo para la eternidad.

*La quimera se mueve en un tiempo sin tiempo. Una indefinición que le permite absorber las herencias del cine italiano con naturalidad. El cruce le permite reunir arrabales con referencias a Pasolini, decadencias aristocráticas a la Visconti y el pulso de lo popular de Fellini y desplaza el tiempo de un momento específico: le da al interior de la película una épica ausente de la mayor parte del cine actual. Un aliento que reniega de la importancia de lo anecdótico para concentrarse en el peso específico de su personaje y su relación con el mundo que lo rodea.

La chimera (Italia, 2023). Dirección: Alice Rohrwacher. Guion: Alice Rohrwacher, Carmela Covino, Marco Pettenello. Fotografía: Hélène Louvart. Edición: Nelly Quettier. Elenco: Josh O’Connor, Alba Rohrwacher, Isabella Rossellini, Carol Duarte, Vincenzo Nemolato, Milutin Dapčević. Duración: 130 minutos.

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