
A simple vista, Queer (Guadagnino, 2024) es una película lujuriosa y provocativa que pareciera estar centrada en una anécdota meramente sexual. William Lee es un escritor de mediana edad, interpretado por Daniel Craig, que se encuentra en un pueblo perdido de México en busca de amantes ocasionales y de drogas potentes que lo alejen de la realidad en la que se encuentra. A medida que la trama avanza, comprendemos que el director de Suspiria (2018) lejos se encuentra de la pretensión de narrar una mera aventura carnal y que lo que le interesa tiene que ver con captar un leve soplo metafísico. Queer es la adaptación de la segunda novela de William S Burroughs, uno de los grandes escritores americanos del siglo XX, cercano en lo rupturista y generacional con el movimiento beatnik, pero alejado de cualquier movimiento colectivo. Si bien la novela es muy compleja de narrar en términos cinematográficos, Guadagnino logra, gracias a la pericia de la puesta en escena -en la que destaca notablemente la utilización de una banda de sonido ecléctica que va desde Nirvana, pasando por New Order, hasta desembocar en Prince-, transportar parte del universo de Burroughs al lenguaje cinematográfico de un modo muy personal. Queer toma la historia de Lee y sus búsquedas insaciables en post de escapismo y libertad, pero juega de modo virtuoso con una cinefilia generosa que conecta su película con otros films que han reflexionando sobre la belleza, el paso del tiempo y el amor. En la primera parte de la película, las referencias más evidentes son Muerte en Venecia (1971), de Luchino Visconti y Teorema (1968), de Pierre Paolo Pasolini. En esa primera mitad, como en las películas mencionadas, la idea de la belleza se opone a la realidad mostrando el carácter degradado de la misma. El primer corte abrupto que tiene Queer se da cuando el personaje de Craig se topa con Eugene Allerton (hipnótica composición de Drew Starkey), un tipo misterioso que pasa las noches jugando al ajedrez con una mujer en el bar Ship Ahoy, que funciona como un refugio para la comunidad gay anclada en ese lugar alejado del mundo. Ese registro realista se rompe definitivamente cuando Lee conecta visualmente con Alllerton, y de la pantalla se apropia la música poderosa e hipnótica de Nirvana con su tema Come as you are en lo que es sin dudas uno de los grandes momentos de la película. Guadagnino, a partir de ese instante, interviene de modo ostensible en la historia mostrando el artificio que el cine puede aportar gracias a la utilización de un estilo antinaturalista producto de la dirección de fotografía de Sayombhu Mukdeeprom. El momento del encuentro de los amantes significa sin más la aparición de lo sagrado en medio de lo profano. Así como en Teorema y en Muerte en Venecia, la aparición de la belleza significaba la dificultad de retenerla en Queer significa la posibilidad de evadir la soledad. Los primeros dos tercios de la película están signados por los idas y vueltas de la relación entre Lee y Allerton. La película de Guadagnino es, por un lado, un ensayo sobre el amor y la soledad humana; y por otro, una radiografía epocal de un contexto histórico en donde la sexualidad divergente era un tabú. Lo interesante es que toma esas referencias cinéfilas, pero las expande y reformula.
A partir de ese momento epifanico, Guadagnino utiliza la música para romper la linealidad del relato, y para captar de modo sensorial los sentimientos del personaje interpretado por Craig. La película logra narrar lo inenarrable referido al sentimiento místico que provoca el amor y el deseo siguiendo las huellas de Visconti en Muerte en Venecia y de Pasolini en Teorema. Los interiores filmados en el Ship Ahoy nos acercan una clara reminiscencia al Casavettes de esa otra obra maestra absoluta que es Maridos (Casavettes 1970). En esos momentos la película es festiva y escapa a esa sensación de opresión propia del amor fou que por momentos pareciera proponernos. La interpretación de un irreconocible Jasón Schwartzman es notable y le brinda a Lee el cobijo de la amistad. En la taberna vemos a Lee bebiendo y deseando a Allerton que a medida que se le acerca también lo rehúye. La posibilidad de viajar hacia otra realidad en busca de nuevas experiencias sensoriales a partir del consumo de la ayahuasca llevará a que esa pareja de amantes parta rumbo a Sudamérica. Si la primera parte está marcada por la idea del amor como redención, la segunda está atravesada por la búsqueda de un paliativo ante una realidad hostil. Guadagnino no está interesado -como Coppola en Apocalipsis Now (1979)– en hacer una alegoría histórica y política del mundo en el que vive, sino que se centra en cómo la búsqueda de esa sustancia prohibida afecta subjetivamente a los protagonistas en relación a la conformación de su subjetividad y de su deseo. Los momentos en los que la pareja protagónica se sumergen en la selva latinoamericana en busca de esa sustancia alucinógena que se supone favorece la práctica de la telepatía son un respiro para el final trágico y anunciado que se precipita al regreso de la excursión.
La deriva del final en la que Guadagnino refiere al asesinato de la esposa de Burroughs emulando a Guillermo Tell no es tan poderosa como el final en donde Lee cierra los ojos para finalmente dar por terminado su viaje.
Queer es una película potente y conmovedora porque narra las peripecias del deseo. La búsqueda frenética de Lee por encontrar algo por lo que valga la pena vivir lo transforman en un héroe anónimo, alguien que sabe que las cosas importantes de la vida están ocultas, solo hay que saber buscarlas
Queer (Italia/Estados Unidos, 2024). Dirección: Luca Guadagnino. Guion: Justin Kuritzkes. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Edición: Marco Costa. Elenco: Daniel Craig, Drew Starkey, Lesley Manville, Jasón Schwatzman, Lisandro Alonso. Duración: 137 minutos.
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