
Primero digamos lo evidente que a veces es tan obvio que nunca nadie dice. Francis Ford Coppola es uno de los directores de cine más importantes de los últimos cincuenta años. Un artesano radical que renovó al cine americano junto a colegas de la talla de Martin Scorsese, Brian De Palma y Steven Spielberg en un momento en donde la vanguardia provenía básicamente de los nuevos cines europeos. La década del ‘60 se llevó puestas las formas de representación clásica basadas en el cine de los viejos grandes estudios, desde la Nouvelle vague al Nuevo Cine Inglés, pasando por las múltiples ramas del cine italiano. Solo bastaría con su trilogía de El padrino para que Coppola ocupe un lugar de centralidad absoluta en la historia del séptimo arte. En El padrino (1972) se encuentran todas las llaves de acceso para entender la importancia de Coppola en la historia del cine moderno. Una historia familiar que narra de modo desmesurado el ascenso y caída de una dinastía a la vez que describe con pericia sociológica los cambios experimentados a lo largo del siglo XX. El padrino es una película infinita ya que todo pareciera ocurrir en ella. Allí se mezclan pasado y futuro del cine porque convergen todas las referencias al cine clásico que Coppola tenía incorporadas. El modo de hacer hablar a esas citas cinéfilas en la estructura del relato de un modo orgánico es una marca de estilo fundacional que luego directores como Quentin Tarantino o Tony Scott, por mencionar algunos nombres ilustres, impondrían como modo de pensar al cine contemporáneo como aparato metadiscursivo a finales del siglo XX. El padrino finalmente se constituyó como el lugar de referencia fundamental al que acudirían todas las nuevas generaciones del cine americano posterior a él. La historia del clan Corleone es operística por donde se la mire y ese sentimiento de grandeza se conjuga con una narración sutil que desmenuza los sentimientos de los personajes sin nunca caer en psicologismos baratos. Esa capacidad de narrarlo todo también dio en la década del ‘70 por resultado otras dos obras maestras absolutas como son La conversación (1974) y Apocalipsis Now (19799 en donde Coppola pasa del thriller conspiranoíco propio de la época a la desmesura de cruzar el universo de Joseph Conrad con el imaginario de la guerra de Vietnam en la película bélica más megalomaníaca de finales de siglo XX. Coppola es un autor, siempre lo fue y siempre lo supo, y como buen autor sabe que su mirada personal del mundo está impregnada en cada plano y en cada fotograma, aunque él no lo quiera. Coppola es un autor en el corazón del imperio. Hijo de la nouvelle vague incorporo todo ese material teórico y se crio en un universo en donde el director de cine ya no era un empleado de la producción del film. Ser un autor en el corazón de la industria es entonces el toque personal que atraviesa toda su obra. Sus obras maestras, sus películas menores y sus experimentos malogrados.
Megalópolis (2024) desde el inicio huele a despedida y eso la transforma en una experiencia sensorial para cualquier cinéfilo de ley. Despareja como sus últimas películas, pero con mucho mas corazón que la mayoría del cine hecho en la actualidad, Coppola nos muestra una ciudad en ruinas y a un hombre solo de toda soledad intentando salvar lo que queda del mundo que alguna vez conoció. Ese hombre es César Catilina (Adam Driver), un arquitecto excéntrico que tiene el poder de detener el tiempo y a pesar de eso no puede evitar que todo se vaya al infierno. Como una especie de dios inútil, Driver desde un primer momento le da calor a un personaje alucinado que sabe que está condenado como lo están todos en esa galaxia tan distinta y tan parecida a la ciudad que habitamos los seres reales en nuestro banal día a día. Coppola narra una fábula testamentaria donde su amor al cine construye una historia que va del musical al melodrama evocando los orígenes del cine clásico, aquel al que Coppola pareciera volver una y otra vez para recuperar los orígenes de ese cine que el ama y que nosotros amamos gracias a él. César Catilina es el centro del relato y sus sueños de construir un mundo mejor serán obstruidos por el poder político que como en los mejores momentos de El padrino aparece como un poder omnipresente del cual nadie puede escapar. Ese poder es representado en Megalópolis por el alcalde Franklin Cícero interpretado por Giancarlo Esposito. La disputa encarnizada que enfrenta a ambos contendientes nunca se entiende del todo y eso es uno de los defectos del film pero Coppola está más preocupado por trasmitir su mirada abismal del mundo en el que vivimos que por cerrar cada una de las líneas argumentativas de un relato que por momentos parece inabarcable. También se luce John Voigth interpretando a un banquero avaro que sabe que va a morir como está muriendo el mundo en el que vivió. La sombra de la traición al igual que en El padrino es representada por Clodio Pulsher interpretado de modo notable por Shia LaBeouf en un personaje que tiene más de una similitud con el Fredo interpretado por John Cazale en El Padrino. Pulsher urde su traición junto a una femme fatale representante del mundo mediático contemporáneo interpretado por Aubrey Plaza. Todos juntos construyen una farsa surrealista que alejándose del mundo real logra conmover a pesar de la desmesura narrada. Ese cuento monumental e inenarrable encuentra su punto de equilibrio en la interpretación de dos mujeres. Como en toda historia clásica de Hollywood Coppola finalmente nos cuenta una historia de amor. Cesar Catilina se enamora y en ese sentimiento se encuentra como en el cine de comienzos de siglo su salvación. Julia Cícero (Nathalie Emmanuel) es la hija del alcalde y némesis de nuestro héroe y a la vez se erige como posibilidad de redención por medio de eso que los hombres llaman amor. Gracias a los espectros que evoca Shakespeare Coppola logra salir del mundo en ruinas que describe a lo largo de todo el film. Finalmente Talía Shire se luce como siempre en un pequeño gran papel interpretando a la madre de Cesar. En los breves momentos en donde ella está en escena uno no puede dejar de observarla. Hay piedad y amor en sus ojos y en sus manos. En su pequeña gran interpretación se encuentra la principal contradicción de Megalópolis. Una película por momentos elefantiásica que encuentra sus grandes momentos en pequeñas gestualidades. Las diversas formas de amor que cerca del final del film el personaje de Driver experimenta junto a su amada y a su madre son el antídoto que Coppola ensaya ante todos los males del mundo. Para cerrar estas líneas pienso que quizás lo que todos entienden como el fracaso narrativo de Megalópolis no sea otra cosa que un malentendido. El director de El padrino construyo un mundo que es puro artificio en donde las fuerzas que mueven todas las cosas no son otras que el interés, la traición y la banalidad para demostrarnos finalmente que solo el amor nos salvara de este imperio decadentista que nos ha dejado en ruinas.
Megalópolis (Estados Unidos, 2024). Guion y dirección: Francis Ford Coppola. Fotografía: Mihai Malaimare Jr. Edición: Glen Scantlebury. Elenco: Adam Driver, Nathalie Emmanuel, Shia LaBouf, Giancarlo Esposito, Aubrey Plaza, Jon Voight, Talía Shire, Lawrence Fishburne, Dustin Hoffman, Jasón Schwartzman, james Remar. Duración 138 minutos.
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