
*No fueron 10 días sino un mes. Pero la conmoción fue similar. Habrá quienes piensen que es una exageración comparar a los Beatles con una revolución. O habrá quienes prefieran reducir su influencia al negocio de la música y que no salga de allí. Lo que viene a plantear Beatles 64 es lo que el título, sugestivo, parece estar señalando: un evento, un momento, un cambio. Y en segundo plano, pensar en los Beatles como la última gran revolución del siglo XX: la que cambió el mundo de manera definitiva, ese momento en el que la música se convirtió en el territorio de expansión juvenil poniéndolos en el centro (y del consumo dentro de la sociedad capitalista también, claro). Adolescentes que llevaron a otros adolescentes a ser pensados como sujetos de una sociedad que 20 años después seguía lamiendo las heridas de la Segunda Guerra.
*Hubiera sido relativamente sencillo –la original The First U.S. Visit que en algún momento se editó en formato DVD lo prueba- reciclar el material que filmaron los hermanos Maysles, retocar sus imágenes, remasterizar su sonido y volver a contar la misma historia. Pero lo que menos interesa en Beatles 64 es la gira del grupo por los Estados Unidos en sí misma. Interesa pensar su significado, no tanto pensar si “I wanna hold your hand” (la película de Robert Zemeckis del mismo nombre puede verse como posible reverso de este documental, desde la ficción) era el N° 1 en ese momento, o qué canciones tocaron en los shows (aún cuando se adviertan algunas versiones incendiarias en ellos). Hay un dato interesante en ese contexto: se omite deliberadamente señalar fechas. Esa omisión coloca al documental en un tiempo indefinido, laxo, que puede pensarse breve o extenso, que se vuelve absolutamente impreciso. El tiempo de Beatles 64 transcurre como un continuo –una sucesión ininterrumpida de hard days puesto en fuera de campo- con ese mismo espíritu adolescente de algo que nunca va a acabar.
*Los Beatles bajan del avión que los deja en New York como los conquistadores –puede percibirse el parecido de la bajada por la escalerilla del avión como reemplazo de la imagen prototípica de la llegada de conquistadores europeos a tierras americanas- y una multitud espera la llegada de esos extraños de un lugar que desconocen. Pero los Beatles son adolescentes, como quienes los esperan. Una adolescencia que no aparece cifrada en el humor propio de Liverpool al que suelen hacer referencia: se trata de que todo el registro los muestra como si estuvieran en medio de un juego. La seriedad quedaba para los shows –el look pulcro, la forma de sonar, el gesto del saludo final-: el resto era poner el espíritu adolescente en movimiento. El objeto de juego podían ser los mismos realizadores del documental original (esa escena en la que insisten con romper la cuarta pared), los periodistas en las conferencias de prensa (¿hubo alguien que los haya superado en esa capacidad de reírse de esos rituales?), los entrevistadores de la radio (ver las secuencias con Murray the K) e incluso ellos mismos (George Harrison disfrazado de mozo en el tren a Washington o jugando hasta el absurdo con Lennon). La definición más certera de esa distancia la da McCartney cuando lo entrevistan en el tren. Le preguntan cuál cree que será el aporte de los Beatles a la cultura y su respuesta de adolescente –que entendía de qué iba la cosa, aunque el tiempo lo terminó contradiciendo- fue “Esto no es cultura, es solo diversión”.
*Lo curioso, en todo caso, es que esa forma de pensar la diversión parece contrastar con lo que muestra el documental. O tal vez provenga de allí –de la misma manera en que como señala Lennon cerca del final, esa música nació de lo que quedó tras la Segunda Guerra-. Porque el centro del documental es el registro de los tiempos muertos, de esas esperas –que trabajan justamente sobre la lentitud del paso del tiempo- en las que no pasaba nada. Los cuatro Beatles en las habitaciones de hotel, o en las limusinas que los llevaban de un lugar a otro, pero nunca aburridos, nunca en el limbo de la estrella encerrada que eclosionaría en el rock de los años posteriores. Porque al fin, la espera es el espacio para el juego compartido. Afuera, las fans que esperan algo: verlos, tocarlos, conseguir algo de ellos. Para ellas, el tiempo muerto de esa época se consume en la ansiedad, el espacio compartido con otras iguales o incluso en la posibilidad de colarse en el hotel –otro juego adolescente que solo puede ser frenado no por la presencia de la cámara sino por la irrupción de la policía.
*El lugar que ocupó la TV en la irrupción de la beatlemanía fue mencionado varias veces, pero basta recalcar que la expectativa no fue tanto por los conciertos en el Washington Coliseum o en el Carnegie Hall (ruptura entre rupturas, como el de esa chica que estudiaba ópera, pero amaba a los Beatles) sino en el ya mítico programa de Ed Sullivan con sus 70 puntos de rating a la hora de la cena. Beatles 64 lo refuerza con MacLuhan con sus explicaciones y entablando un diálogo con John y Yoko. Pero son otros momentos los que dan cuenta de su peso y de la conciencia (o intuición) del acontecimiento histórico. Entre el metraje que filmaron los Maysles está el de una familia hispana mirando en vivo el show, con las adolescentes fascinadas ante la pantalla, indicio del magnetismo y la trascendencia -lo que queda demostrado en la cara de fastidio cuando terminan de tocar. Y el documental agrega dos testimonios interesantes. El relato de Jamie, hija de Leonard Bernstein, que logró el permiso de sus padres para verlos durante la cena porque “era un momento importante para mi vida y para la historia”. Y el de Joe Quinnan, escritor, hijo de padre alcohólico, que se escapó a la casa de su tío para poder verlos, diciendo ahora que “uno supera las palizas, pero, ¿no ver a los Beatles?”. Ver a los Beatles ese día, ese momento, no podía compararse a nada que se haya vivido antes. Un big bang. El comienzo de la revolución. Y ya se sabe, es difícil ser adolescente y no adherir a una revolución que entra en tu propia casa.
*Texto y contexto. A Beatles 64 le interesa esa conexión. Aislar el texto -el hecho- es quitarle su potencia y reducirlo. El contexto no sirve solo para explicar las reacciones sino para sondear el efecto que el hecho produce. Los Beatles son los conquistadores de esa América, pero a la vez colocan a Liverpool en el centro del mundo, lo descubren al resto (la historia de ese músico americano yendo allí porque era donde pasaban las cosas, da cuenta de ello). Pero también funciona revelando al mundo lo que estaba oculto en esa tierra conquistada. Las referencias a la música de raíz negra como fuente aparecen una y otra vez: de la amistad con las Ronettes a las versiones de temas de The Miracles o The Isley Brothers y la fascinación por Little Richard. Los Beatles reivindican desde su posición de músicos blancos e ingleses, la herencia de la música negra americana, rompiendo desde la música esos obstáculos que se planteaban en lo social (y allí la relación con el discurso de Kennedy se hace patente). Pero quizás la dimensión decisiva se cifre en ese momento en el que llegan a los Estados Unidos. La referencia a ese país devastado, sosteniendo el luto y el dolor por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy ocurrido pocos meses antes, contrasta con la explosión juvenil que contagia a todo el país. Si ya resulta llamativo -y es todo un hallazgo- la reivindicación que una feminista hacía de los Beatles como ruptura de la imagen del macho agresivo y dominante, si no sorprende que la conexión con el espíritu adolescente fuera por esas letras (las “silly love songs” como las llamaría más tarde Lennon con cierto despecho, a lo que McCartney contestó con una canción con ese nombre cuyo estribillo repite una y otra vez “I love you”) en las que, como dice alguien, se habla de amor y de tomarse de la mano, aún más llamativa es esa confesión de Joe Quinnan, articulada entre el comienzo y el final. Con los Beatles no solo “se hizo la luz”, sino que llegaron para sanar las heridas, para “detener la hemorragia”, justo en el momento en que más se los necesitaba.
Beatles ‘64 (EUA, Reino Unido / 2024). Dirección: David Tedeschi. Fotografía: Ellen Kuras. Edición: Mariah Rehmet. Duración: 106 minutos.
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