Fuego. Llanto. Trepidar de ascuas. Espaldas torneadas de mujeres jóvenes en maillot. Mujeres que se abrazan. Mujer que gira y nos mira. Nos mira a nosotros, los espectadores de ese incendio. El plano es lo suficientemente cerrado y así se evita una total comprensión. He aquí la clave del relato y su factura.

Inicia así una película con intenciones poéticas y sensibles cuyo esqueleto es un guión plagado de trucos y maniobras de diseño respecto de la dosificación de la información y la generación de expectativas. El relato avanza con agujeros intencionales que siembran dudas y preguntas en su argumento. Una mujer joven, Joanne, (Adèle Exarchopoulos), mortalmente aburrida tanto en su matrimonio como en su trabajo, en su maternidad y en su pueblo tan bello y nevado como opresivo. Joanne da clases de aquagym a un grupo de señoras en el polideportivo “Los cinco diablos” (nombre de los picos montañosos en las que el pueblito anida) y no establece vínculos sociales con sus compañeras. Joanne nada en el lago helado. El agua helada le encanta. Y nada.

Joanne, blanca, es acompañada por una niña negra que le dice “mamá” y se ofrece a juntar los “flotaflota” de la pileta. En una pared del poli asoma un retrato de Joanne vestida de novia junto a un hombre de uniforme, negro él, alto y bien parecido. La niña es entonces su hija y se llama Vicky (Sally Drame), descubrimos. Ahora arrancan las preguntas: ¿Joanne es viuda? ¿El marido alto, negro y bien parecido la abandonó? Está claro que trabaja acompañada por su hija. ¿La niña no va al colegio? Joanne está sola criando a esa niña. Eso apenas en los rimeros minutos.

Pero no, inmediatamente nos enteramos de que el marido se llama Jimmy (Moustapha Mbengue), es bombero (de ahí el uniforme) y está en casa. Jimmy es un bombero que “no apaga ningún incendio con su manguera”, al decir del (incorrecto) padre de Joanne. Ni madre ni hija parecen tomarlo muy en cuenta. Todo es muy misterioso, si bien asentado en las coordenadas del realismo, y no sabemos bien por qué.

Hasta la mitad de la película casi no pasa nada, tampoco es que debería pasar algo en términos de acción pero lo cuestionable es que tampoco pase nada a la hora de ahondar en el interior de los personajes y su subjetividad. Se siente el diseño.

De pronto, en mitad del relato, irrumpe Julia (Swala Emati), hermana de Jimmy (también en esta entrada se siembran misterios desde el guión y la puesta en escena un tanto pueriles para que pensemos que Jimmy tiene una amante, dado que se va a hablar por teléfono a otro lado). A partir de ahí podríamos aventurar que la verdadera película arranca mientras se convierte en otra: inicia lo fantástico.

La pequeña Vicky tiene poderes olfativos mágicos. Es bruja, además. Nos asalta la pregunta sobre la posibilidad de contar lo que se cuenta sin el componente mágico (el problema es que veníamos acostumbrados al realismo). Gracias a su don, Vicky puede descubrir con precisión y describir de manera exhaustiva olores de una sutileza extrema. Y Joanne recién lo descubre en la película, en el mismo momento en que lo hacemos nosotros, los espectadores. ¿Es creíble que un don de esa naturaleza sea descubierto por la persona con quien pasa todo el tiempo recién cuando tiene nueve años? Surgen opciones: o Joanne no le presta atención a su hija hasta que se hace una película sobre ellas o estamos ante la introducción forzada de elementos que solo existen porque sin ellos la historia sería inexistente. Ambas posibilidades son incómodas puesto que  dificultan la identificación y podríamos sentirnos subestimados. La inverosimilitud comienza a sobrevolar en la película. Tras un inicio y un desarrollo realista, de pronto surgen elementos del thriller y del fantástico con el fin de crear suspenso que, siendo artificial, nos distancia.Y no alcanza con las sinceras actuaciones de un elenco equilibrado y generoso.

El misterio de Julia y lo sucedido en el pasado se irá descubriendo a partir de una serie de flashbacks vehiculizados por el olfato de Vicky. Sí, así como se lee. Su olfato la lleva al pasado de su madre mientras que ella, niña, es espectadora. Y nos lleva a nosotros de la nariz al armado del rompecabezas por un recurso que, si bien es original no parece ser más que una demostración de ingenio autoral.

Hay, sin embargo, una pregunta importante que introduce la niña: la maternidad en personas con identidad de género queer. Esta pregunta fundamental, que se ancla en un fragmento realista de la propuesta y tiene una relevancia, contundencia, y urgencia innegables, se ve ahogada en -literalmente- pócimas de cuervos hervidos, pelos quemados, pis caliente, desmayos, presencias fantasmales y profusiones simbólicas de los cuatro elementos. Entonces, las cuestiones de género, sexualidades disidentes y maternidades posibles devienen mensajes moralizantes, un poco inentendibles y ajenos. Y el final es un capítulo aparte con sus transformaciones enormes y repentinas, sus redenciones y sus reagrupamientos libidinales.

El universo diseñado por la autora amalgama el realismo (donde se ubica el planteo principal) con lo fantástico (cuando el realismo no alcanza para hacer avanzar la historia). En esa mezcla el resultado hace agua. Agua que apaga el fuego de la promesa inicial.

Los cinco diablos (Les cinq diables, Francia, 2022). Dirección: Léa Mysius. Guion: Léa Mysius, Paul Guilhaume. Fotografía: Paul Guilhaume. Montaje: Marie Loustalot. Elenco: Adèle Exarchopoulos, Sally Drame, Moustapha Mbengue, Swala Emati. Duración: 103 minutos.

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