Vi Una noche en la ópera a mis ocho años en un ciclo proyectado en la sala Leopoldo Lugones. En esa época no entendía al humor como la fabulosa herramienta de crítica social que (entre otras cosas) es. No imaginaba en ese momento que una comedia popular pensada para que chicos y grandes se rieran a carcajadas podría contener una mirada personal y crítica del mundo en el que vivimos. Tampoco por esas épocas conocía el concepto de «cine de autor». Todavía hoy no tengo muy claro qué significa eso. No conocía a Jerry Seinfield y no había visto películas de Woody Allen. Sabía que Jacques Tati y Buster Keaton hacían reír a mis viejos pero no mucho más. En la década del 80 yo me divertía con películas de Chevy Chase y Los cazafantasmas, hasta que un día me encontré con eso que Fabián Casas llama «un acontecimiento», entendiendo por acontecimiento algo que modifica nuestra vida para siempre.

Recuerdo hasta el día de hoy el momento en el que la sala quedó a oscuras (una de las grandes felicidades que tuve en mi infancia. Cualquiera fuera el género de la película que fuéramos a ver con mi vieja, el encuentro con la sala a oscuras siempre representaba una promesa de alegría), todo auguraba entonces una buena tarde cinéfila pero nunca hubiera imaginado lo que esa película significaría en mi vida. Desde el primer momento en el que Groucho Marx aparece en escena seduciendo a la señorita Claypool, una ingenua millonaria interpretada por Margaret Dumont, tuve en claro que los hermanos Marx eran algo grande. Desde ese primer monólogo y hasta el final feliz donde la bondad y el amor triunfan, Una noche en la ópera funciona como el paradigma de la comedia total, alternando entre el humor verbal y el físico -siempre con maestría- y por momentos conjugando ambos registros. El film de Sam Wood y Edmund Goulding (no acreditado) trabaja la idea del boicot y del complot como muy pocas veces se volvió a ver cristalizado en una pantalla de cine. Al igual que lo que hacían Los Tres Chiflados por esa misma época (década del 30), las películas de los hermanos Marx funcionaron como una gran crítica social a ese capitalismo que estaba reconfigurándose luego de la crisis de Wall Street en 1929. La pobreza que ese capitalismo generó se puede observar nítidamente en las comedias filmadas a fines de la década del 20 y durante toda la década del 30 del siglo pasado. El mundo que salvó Keynes con sus políticas económicas, pensadas desde el paradigma de un estado de bienestar, fue radiografiado de modo notable por la comedia de la época que podía reírse del drama de la pobreza como no podía hacerlo ningún otro género. En este sentido hay en Una noche en la ópera una escena extraordinaria que permite entender la época citada en toda su dimensión: Harpo y Chico, junto a Ricki Baroni (interpretado por Allan Jones), se encuentran encerrados en el camarote de Groucho. Él los recibió y los escondió en el barco en el que viaja. Ellos están de incógnito, intentado llegar a la ciudad en donde se estrenará la ópera en la que canta la prometida de Baroni, que no es otro que el galán de la trama. En un momento los polizontes salen del cuarto y se dirigen al salón comedor de la embarcación. Agarran sus platos y empiezan a llenarlo de comida. El humor se vincula con la crítica social de un modo sutil. En ningún momento hay algún parlamento que refiera a la situación social que se vivía en Estados Unidos en la década del 30, pero al igual que en un icónico corto de Los Tres Chiflados en el que los protagonistas se quedan congelados mirando cómo un pollo se rostiza, la pobreza es el aspecto central de la historia que acá se cuenta. Una noche en la ópera, como muchos films de Chaplin y otros de los propios hermanos Marx, no puede entenderse por fuera del contexto situacional en el que la película fue concebida.

Esa crítica subterránea está construida a partir de un humor anárquico que por un lado nace desde la lengua desencadenada de Groucho, acompañado en su dialéctica por Chico, pero también desde el humor físico de Harpo. Por otro lado, hay escenas musicales de una belleza hipnótica que a más de 80 años de su estreno siguen resistiendo sólidamente el paso del tiempo, como aquella en la que luego de llenar sus estómagos de la comida necesaria, Chico y Harpo se ponen a tocar el piano y el harpa y juegan mientras los niños los miran encandilados. Por un momento todo ese arsenal de humor disparatado se detiene. El humor anárquico le da paso a la comedia blanca para luego volver con todo.

El momento célebre de la película, y quizás el más icónico de la filmografía de los hermanos Marx, es la escena del camarote en el barco. En un cuarto muy reducido comienza a entrar una cantidad inverosímil de personas -la mayoría es personal de la embarcación-, hasta que llega el turno de la señorita Claypool. Cuando ésta intenta ingresar al cuarto todos salen despedidos del mismo. Allí la película se vale del absurdo para elaborar una crítica feroz a las instituciones y a las convenciones sociales usando la ópera para reírse de la alta cultura de la época, en lo que es un gesto provocador para ese tiempo (1935).

Hay en la película de Wood y Goulding toda una elaborada teoría sobre el complot. Los tres hermanos Marx no son otra cosa que boicoteadores de ese orden social afectado y pomposo que no los representa. Es como si elaboraran en el cine una reversión lúdica de la lucha de clases que el otro Marx famoso relatara un siglo antes. La escena en la que Groucho y Chico van haciendo literalmente trizas un contrato es una muestra cabal de este orden de cosas en el que sucede la historia. Nada importa en ese papel que, se supone, ambos deben firmar para que Ricardo Baroni sea finalmente el cantante de la ópera reemplazando al pedante y creído Rodolfo Lassparri, interpretado con solvencia por Walter Woolf King. Obviamente la trama de la película de Wood y Goulding es solo una gran excusa para que los hermanos Marx desarrollen esta sofisticada teoría del complot.

Además de la mencionada escena del camarote, hay tres escenas trascendentes en las que esta teoría se hace evidente. La primera de ellas sucede cuando Chico, Harpo y el tal Baroni intentan dar un discurso que resulta totalmente disparatado. No saben lo que tienen que decir porque están reemplazando a los oradores reales, que se encuentran secuestrados (por ellos mismos). En el caso de Harpo, ni siquiera puede hablar; por lo cual se limita a tomar agua hasta que en un momento el líquido le saca la barba postiza y todos tienen que salir corriendo del lugar. Otra escena memorable sucede cuando los hermanos Marx boicotean la presentación de Lasparri la noche de estreno de la ópera, en la escena final. La tercera escena, que es el clímax de la película, es la que sucede en el cuarto de Groucho Marx cuando un oficial de policía entra resuelto a encontrar a Harpo y Chico para bajarlos del barco. La escena se da en dos espacios, el comedor del cuarto de Groucho y el dormitorio. Allí, Groucho y Chico comienzan a trasladar por una ventana que conecta ambas piezas todos los muebles (incluidas las camas) que se encuentran en la habitación requisada. El oficial termina enloquecido, no entendiendo lo que sucede a su alrededor En ese pasaje está todo el universo Marx concentrado. Humor físico y verbal en su máxima potencia (mientras Harpo y Chico trasladan todo el arsenal de muebles de una pieza a la otra, Groucho no deja de disparar sentencias mordaces a velocidad ultrasónica).

Volver a ver Una noche en la ópera a 86 años de su estreno nos permite entender la grandeza de los hermanos Marx en la historia del cine y a su vez nos hace pensar en la trascendencia que su obra tiene en comediantes de la actualidad, en un recorrido que abarca desde Jerry Lewis a Woody Allen y que desde Jerry Seinfield llega sin problemas hasta Seth Rogen y Will Ferrell, entre otros. Sin dudas el legado más importante que los hermanos Marx nos han dejado, a casi cien años de haber concebido una obra monumental, es que el humor, además de ser una herramienta que nos puede hacer pasar un buen rato, también puede servirnos como una herramienta sofisticada para pensar y entender el mundo en el que vivimos.

Una noche en la ópera (Estados Unidos, 1935) Director: Sam Wood y Edmund Goulding (sin acreditar). Guion: George S. Kaufman y Morrie Ryskind. Fotografía: Merrit B. Gerstad. Música: Herbert Stothart. Reparto: Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, Allan Jones, Walter Woolf King, Margaret Dumont, Kitty Carlisle, Sig Ruman. Duración 95 minutos

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