Casi siempre uno se enfrenta a una película con un preconcepto (entiendo al preconcepto no como un prejuicio, sino como la idea previa que nos hacemos de algo) que parte de la información que se posee, de conocimientos previos o de cualquier referencia que influye en la elección de una película y no de otra. Después, en todo caso, lo que veamos reafirmará o negará aquel preconcepto. Después de las primeras imágenes de Foto Estudio Luisita –algunas tomas antiguas de la noche de Calle Corrientes, otras actuales de la misma calle pero diurnas- uno se siente un tanto desconcertado. Lo que sigue son imágenes de un departamento, un pequeño patio, un pájaro al que una mujer le corta delicadamente las uñas. Nada que se escape del registro cotidiano de una casa habitada por tres señoras mayores. Hay, sin embargo, una imagen que aparece pronto para corregir ese desconcierto. Como en un juego de cajas chinas, la perspectiva se va focalizando en el desplazamiento que va de la totalidad (un living de un departamento) hacia algo más puntual. Una mujer joven abre una cortina, cierra una pantalla de proyección que está detrás. Detrás de esa pantalla enrollada aparece ahora una puerta. Al abrirla, lo que se alcanza a ver es una multitud de cajas. Dentro de las cajas, un prolijo ordenamiento de sobres. Y dentro de los sobres, negativos y fotos.

Lo primero que deja en claro el documental es el movimiento previo –aunque lo vemos en presente- a lo que se relata: el descubrimiento de un tesoro oculto durante más de tres décadas. La casa de las hermanas Escarria es como una fachada detrás de la cual –o para decirlo con mejor criterio, debajo o dentro de sus muebles- se encuentra lo impensado: una suerte de historia fotográfica de la cultura popular argentina situada entre los 50 y los 70, focalizado en lo que podría considerarse el star system teatral y cinematográfico de esos años.

Es entonces que sobreviene la segunda etapa del desconcierto. Uno espera que el documental se detenga en la exploración minuciosa de ese tesoro encontrado a metros del Obelisco, que devele los misterios de su construcción como tal, que ponga en el centro ese recorrido por rostros representativos de una época. Pero no. Ese presupuesto queda reducido a la imagen de Luisita sentada en ese living y rodeada por una increíble cantidad de fotografías; a un collage en el que los cuerpos se alinean como si estuvieran en un escenario (y hay que ver juntas en su esplendor y una al lado de la otra a Moria Casán, Gogó Rojo y Nélida Lobato…), a la sucesión de imágenes en los títulos del final.

Se tarda un poco más en descubrir que el registro de los rostros y los cuerpos no es el objeto, sino el punto de partida, el motor que lleva la historia hacia lo que interesa mostrar. A través del relato de la historia de Luisita, de la forma en que su familia viajó de Colombia a Buenos Aires, de la manera en que ella siguió –y potenció- el trabajo de fotografía aprendido de su madre, el documental explora, más que el archivo, la idea que la sociedad construye sobre su propia memoria histórica. Un primer acercamiento preciso a esa idea está en la visita de las hermanas Luisita y Cheli al Teatro Maipo. Si el candor de las hermanas se pone de manifiesto en la visión sobre la forma en que cambió el lugar y en el comentario que deslizan a la encargada de la boletería –“Nosotras hacíamos las fotos para las marquesinas hace mucho tiempo”-, lo que aparece como respuesta inmediata es la forma en que el pasado ha quedado sepultado. No se trata solo de que la chica no sepa de ellas, sino de un sistemático borrado de las huellas históricas de uno de los teatros más emblemáticos de nuestra historia. Apenas una foto en blanco y negro, sin ninguna referencia, se sostiene en el prolijo, aséptico, espacio de pasillos y paredes –y no es casual que las hermanas identifiquen a quienes están en la foto-. Luisita y Cheli no son solo las depositarias de la memoria por la construcción de un archivo, sino porque esos espacios forman parte de sus recuerdos y se hacen presentes, como en el momento en el que en el interior de la sala, Luisita dice que se va a desmayar, porque eso es muy fuerte para ella.

El valor de los personajes, entonces, radica en su representación como memoria viva. No como memoria que se estructura bajo la forma de recorrido histórico por el teatro argentino, ni como una cabalgata por nombres propios que anclen también en la memoria emotiva del espectador. Lo que importa es el relieve que le da el trabajo de la fotógrafa. La forma en que logra captar ese momento especial que sale de la pose desnaturalizada para trabajar sobre lo imprevisto y lo espontáneo. De allí que las fotos tengan un valor que escapa a la persona retratada y que acerca el documental a la visión de quien tomó la fotografía. En verdad, más que el reconocimiento de esos rostros, lo que descubrimos que interesa es algo que subyace en la imagen. Una cierta luz que rodea esos rostros o esos cuerpos del pasado que parecen no ser afectados por el paso del tiempo. Hay, en esas fotos, una atemporalidad que no está signada por el simple hecho de congelar una imagen del pasado: son fotos que parecen tomadas ayer, hoy mismo (solo los detalles de la ropa o lo que sepamos de cada personaje nos indica su tiempo pasado). La luminosidad de esas imágenes son el sostén principal de la idea que subyace en el documental: las fotos de Luisita Escarria parecen captar el momento para que nunca envejezca. Y en ese procedimiento, el gran contraste se revela en relación con las imágenes fílmicas. Mientras las fotos mantienen un brillo y un glamour que traen al presente, los archivos fílmicos son opacos, difusos, lavados, imágenes en las que no es posible definir con claridad lo que estamos viendo. La gran paradoja es que la imagen detenida tiene más vida –por decirlo de alguna manera- que la imagen en movimiento.

Es entonces que todo desconcierto desaparece. El tesoro no es esa multitud de objetos que Sol Gramuglia desentierra con el amor de una nieta de la vida (en todo caso, como vemos en una escena en la que proyecta a las hermanas las fotos de las marquesinas de los 40 años del Maipo, el hallazgo del tesoro es también para ellas). El tesoro son esas mujeres que construyeron, quizás sin saberlo, una obra para la posteridad, en tanto visión imposible de degradar de un momento histórico y cultural. El verdadero rescate es también el que en paralelo desarrolla la muestra en el Centro Cultural San Martín: el de la mujer que hizo desde el espacio de su departamento, las fotos que a todos los artistas les gustaba tener. Esas en las que se los ve mejor que nunca, desde los ojos de Luisita.

Calificación: 7.5/10

Foto Estudio Luisita (Argentina, 2018). Dirección: Sol Miraglia y Hugo Manso. Guion: Hugo Manso. Fotografía: Sol Miraglia. Montaje: Celeste Contratti. Duración: 74 minutos.

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