Érase una vez una película que iba a llamarse El Negro Olmedo. Comenzó a filmarse en el año 2013, con un elenco que incluía a Martín Bossi, Romina Ricci, Melina Petriella y Jorge “Carna” Crivelli, entre otros. Al poco tiempo de comenzar el rodaje y con la mitad de las escenas realizadas, comenzaron a circular versiones de que la filmación se suspendía porque no había presupuesto para continuar. Abandonada definitivamente, el año pasado se filtraron algunas fotos de rodaje, pero no se volvió a hablar de la película salvo por un cuestionamiento a Bossi por haber utilizado al personaje en sus shows teatrales.

Seis años después se estrena, con una casi nula promoción, Olmedo, el rey de la risa. Aquella y ésta son proyectos de Mariano Olmedo, uno de los hijos de Alberto. En una y en otra está presente un espíritu de homenaje personal de un hijo a un padre convertido en ícono de la cultura popular argentina. Pero si aquello parecía un proyecto encaramado sobre la búsqueda de un público amplio, éste, aún a pesar de su título, parece mucho más modesto en sus pretensiones.

Y es que el salto de una ficción poblada de actores conocidos a un documental, aunque gire alrededor de un personaje popular, implica un corrimiento en el público al que se apunta. Un documental puede ser muy superior a una ficción, pero el público no los acepta de la misma manera: piénsese si no, en las diferentes recepciones que tuvieron la serie televisiva Sandro de América y el documental Yo, Sandro, ambos difundidos durante el año pasado.

Ese mismo desplazamiento es el que parece haber condicionado la estructura de la película. La sensación es que Olmedo no se resignaba a abandonar la ficción alrededor de su padre. De allí que haya recuperado algunas de las escenas de aquel proyecto trunco, descartando lo que hubiera de los actores mencionados en el primer párrafo –lo cual también constituye una forma elegante de evitar conflictos- y quedándose con lo relacionado con los años de su padre en Rosario, hasta su partida a Buenos Aires. La consecuencia es que si exceptuamos las imágenes iniciales –el propio Olmedo en el inicio de una temporada de su programa televisivo-, los primeros 25 minutos de película son pura ficción –y eso involucra también la forzada inclusión de una “entrevista” al director que va articulando el relato-. En ese lapso, es posible entrever cómo hubiera sido de haberse concretado aquel proyecto original: Olmedo es, en la visión reconstruida por su hijo, el niño sin padre, el que tuvo que sacrificar su infancia para trabajar y ayudar a su madre, el de la adolescencia divertida y el de la predestinación a la fama y la gloria. Nada que se salga de los lugares comunes con los que se construye a los ídolos populares en una biopic.

De allí en más, Olmedo el rey de la risa, se convierte en un documental que abreva tanto en el material de archivo televisivo –entre el cual hay algunos hallazgos como la entrevista que le realiza Jorge Masetti en 1960, algunos fragmentos de su programa del Capitán Piluso, las imágenes del entierro de Humberto “Coquito” Ortiz-, como en la entrevista a cómicos y actores que referencian la importancia de Olmedo en la cultura popular. Es justamente el caso de éstos últimos el que revela las limitaciones del material documental disponible –y quizás, me atrevo a decir aun a riesgo de equivocarme, una búsqueda bastante limitada del mismo-. Cuando Diego Capusotto, Dady Brieva o Guillermo Francella señalan sus personajes preferidos de los construidos por Olmedo en su trayectoria, se advierten las ausencias de imágenes de algunos de ellos como El Yéneral González o el mismísimo Rucucu. Aun cuando resulta evidente que un documental no puede –no debe- tender a agotar las líneas de representación del objeto sobre el cual se trabaja, la ausencia de esas imágenes revela ya no solo el problema de los archivos, sino una dificultad para trabajar con aquello con lo que se dispone. Eso que diferencia la mera acumulación de imágenes de un documental que explora al menos una concepción del objeto que estudia.

Olmedo, el rey de la risa parece entonces apuntar a la memoria emotiva del espectador. Construye una ficción inicial de tono claramente biográfico–presumiblemente por la ausencia de imágenes- que trabaja sobre la empatía sobre un personaje que se sobrepone a las carencias. Cuando apunta a lo documental, la línea biográfica se abandona y se le escapa a los elementos conflictivos o contraproducentes: su vida privada a partir de la fama desaparece por completo del radar de la película y su muerte es directamente omitida incluso como mención. Cuando inserta en esa instancia nuevas situaciones de ficción –el planteo de Manuel Alba para que haga Piluso, la discusión con Alejandro Romay en la negociación del contrato con Canal 9-, lo hace dejando al personaje no solamente fuera del campo visual, sino también del auditivo: Olmedo pierde su cuerpo y su voz y se convierte en un mero receptor de lo que dicen sus interlocutores. Lo que queda en ese tramo documental es un recorrido por personajes y situaciones de sus programas televisivos de la década del 80, desde Alberto y Susana con Susana Giménez a No toca botón, pasando por Alberto y César, con César Bertrand, que se vislumbra como rescate de la memoria para el espectador. Pero El Manosanta, el Dictador de Costa Pobre, Borges y Álvarez, Chiquito Reyes o Perkins, quedan reducidos de esa manera a la repetición del breve sketch seleccionado y ni siquiera se apuesta por una puesta en relación entre esos materiales. La importancia de Olmedo –y sus contradicciones- en la cultura popular argentina requerían de otro esfuerzo, de otro trabajo: de la mirada de alguien que desde afuera del círculo cercano pueda pensar e interpretar los motivos por los cuales Olmedo fue quien fue.

La dimensión que le falta a Olmedo, el rey de la risa es la de dar ese salto que supere el mero recuerdo evocativo y familiar y que responda a la trascendencia del personaje. Hasta queda en un plano inferior en comparación con el documental que se hizo hace unos años para History Channel. Desde la perspectiva del homenaje pretendido, el trabajo falla al no resolver sus propias contradicciones, por su imposibilidad de decidirse por el camino de la ficción o del documental y por no lograr ponerse casi en ningún momento a la altura del personaje retratado.  

Calificación: 5/10

Olmedo, el rey de la risa (Argentina, 2018). Dirección: Mariano Olmedo. Duración: 81 minutos.

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