La experiencia de la ceguera es intransferible. No alcanza con cerrar los ojos, porque sabemos que en algún momento vamos a volver a abrirlos y ver de nuevo. Lo mismo ocurre en la situación inversa: para un ciego de nacimiento, la idea de ver resulta incomprensible. Lo que se produce en ese caso es un corrimiento: la ausencia de un sentido es reemplazado por la agudización de los otros. En la adaptación de los cuerpos al entorno que les toca en suerte –o desgracia-, la ceguera lleva al desarrollo del olfato, del oído, del tacto de una manera que aquellos que poseen la visión posiblemente nunca alcancen. El mundo se transforma: es invisible a los ojos, pero no al resto de los sentidos.
El mar invisible no busca transmitir al espectador la experiencia de la ceguera. En todo caso, pone el acento en la historia de tres personas ciegas que viven en la ciudad de Mar del Plata. Parte de lo que los iguala (la imposibilidad de ver) para luego recuperar las diferencias. Pablo se quedó ciego a los 5 años –pero el relato no hurga en el posible recuerdo de lo visto hasta ese momento; Alejandro es ciego de nacimiento y vivió y trabajó en el campo con su familia hasta los 25 años; Micaela, en cambio, pudo recuperar parte de la visión de su ojo derecho gracias a una operación (de los tres, es la única que puede ver algo, lo que le sirve incluso para acompañar a Pablo cuando camina por la calle). Esas diferencias, en todo caso, son de gradación: lo que importa está en otro lado, en la forma en que la limitación impuesta no implica un recorte de la vida personal (y el ejemplo más notorio está en la escena en que Alejandro aconseja a su amigo que tiene una discapacidad y que se siente cansado de esa situación). Entonces, se trata de enfocarse en la búsqueda del camino que cada uno emprende. Hacer equilibrio continuamente para no caer en la visión de los personajes como parte de una normalidad que no existe, ni de una excepcionalidad que sería exagerada.Ese camino personal está marcado por el deseo de hacer algo que ponga distancia de la condición de ciegos. En Pablo es la posibilidad de subirse a una tabla para surfear en el mar; en Alejandro se cifra en escalar una montaña, incluso el Aconcagua; en Micaela en convertirse en cantante. El documental los registra en esa búsqueda, a partir de los entrenamientos que encaran y que decantan en la obtención de los primeros objetivos en ese sentido. Más que la superación de la limitación, lejos de cualquier conmiseración, El mar invisible se construye logrando un pasaje de la mirada que va disolviendo la discapacidad hasta volverla invisible para que el relato se sostenga sobre los personajes.
Para ello, se recurre a dos procedimientos confluyentes. El primero es la decisión de enfocar, en varias tomas, a los protagonistas de espaldas. Hay allí una voluntad de inscribir la mirada ausente de los personajes en el ojo de la cámara, pero, sobre todo, la anulación de la discapacidad visual. Cuando están de espaldas, lo visual queda fuera de campo y la imagen de los personajes se iguala con la de cualquier otra persona. Es en esos momentos, incluso antes de derivar hacia los logros personales, que el documental inscribe su propia mirada sobre el sujeto al que observa. Más que las acciones, es el cambio de perspectiva lo que se instala en un espacio diferente, similar a quien observa.
El otro elemento que usa y que se constituye en el centro de las acciones es la fijación de la cámara en las manos de los tres personajes. Desde las pruebas de nado en la arena de Pablo a los dedos deslizándose por los restos paleontológicos, las manos adquieren la centralidad que no pueden tener los ojos. Describen, en su movimiento, el objeto que se tiene delante. Lo recorren como si se tratara de una suerte de mapa hecho de relieves, de llanuras y rupturas. Y en ese detalle, establece lo que unos y otros pueden hacer con ellas. Micaela da clases de lengua de señas –una discapacidad que se liga con otra-; Alejandro se aferra a la cadena o al palo que lo une a los guías que lo acompañan en su entrenamiento o en el ascenso en la sierra en Tandil; Pablo escribe en braille a una velocidad que nos parece asombrosa. En cada uno de esos momentos, la cámara abandona los planos medios para concentrarse en primeros planos que incluso logran despegarse del resto del cuerpo. Algo en esos detalles atrae la mirada: constituyen el movimiento más complejo y la habilidad con la que se reemplaza aquello que falta. La cámara descubre por dónde pasa el mundo de los personajes, lo focaliza, dota a esas manos de una centralidad que las quita del lugar de “normalidad” que pueden tener para los personajes. En esas manos, aunque a veces no se vean las caras es que los personajes, paradójicamente, encuentran su identidad y son, más que en ningún otro momento, Pablo, Alejandro, Micaela.
El mar invisible (Argentina, 2024). Guion y dirección: Lucas Distéfano. Fotografía: Diego Gachassin. Edición: Lucas Distéfano. Elenco: Pablo Martínez, Alejandro Rodríguez, Micaela Rosales. Duración: 65 minutos.
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