El hombre a quien en el comienzo del documental vemos caminando con dificultad por las calles, llegó a ese mismo pueblo un día, sin que nadie supiera de dónde venía. No podía hablar en español ni escribir, apenas hacer algunas señas que los habitantes de Ingenio Lules pudieron identificar. Más que pensar en la referencia obvia con L’enfant sauvage (1970) de François Truffaut, podría pensarse en relación con The brother of another planet (1984) de John Sayles: un hombre que proviene de un lugar desconocido, con el que se establece contacto y que con el tiempo termina adaptándose al lugar que le dio cobijo.
Ese hombre, que está en el centro del documental, no tiene nombre ni documento de identidad. Esos elementos, que podrían haber derivado hacia el registro de un personaje curioso en un pueblo de provincia –como algo que se corre de lo que se entiende habitualmente como “normalidad”-, aquí lleva hacia otro lugar. La carencia de identidad y la imposibilidad de narrar su historia lleva a que sean los habitantes de Ingenio Lules quienes reconstruyen al personaje desde una mirada exterior. La historia de ese hombre al que llaman Pedro –porque intuyeron que ese podría ser el nombre a partir de los sonidos que podía articular- o Chechereche es la de sus años en Ingenio Lules: sus 17 o 18 años previos –nadie sabe cuántos años tiene hoy ni cuántos tenía cuando llegó- permanecen como un enigma que habilita las conjeturas de los habitantes del pueblo. El dato específico –Pedro tiene la lengua cortada y eso es lo que le impide hablar como los demás- deriva en diferentes hipótesis sobre su origen. Pero lo que queda es la falta de certezas; si nació así o se la cortaron termina volviéndose una anécdota, casi una distracción para el pueblo.
Pedro es entonces, un hombre sin identidad real, sin familia, sin historia, sin palabra propia. El esfuerzo de los habitantes del pueblo por reconstruir su historia no la restituye por completo. Pero obra como un estímulo para que, a partir del personaje, se reconstituya la historia del pueblo. Y desde allí, la posibilidad de señalar el contexto en el que la llegada y permanencia de Pedro se inscribe. En ese punto, Chechereche se transfigura. Porque el mérito mayor del documental es construir un relato que desde lo personal, lo particular, se configura como relato colectivo. El que va entrelazando las voces de los habitantes de Ingenio Lules recupera una época no del todo precisa, pero que puede situarse entre los años 1975 y 1977 y donde se encuentra el origen de lo que le ocurrió al personaje. En lo que todos parecen concordar es que la gestualidad de Pedro les permite elucubrar que el corte de lengua se relaciona con el temor que evidencia ante la presencia de la policía o de gente con armas. Dos ideas se desprenden de allí. Una, la de Pedro como metáfora de una sociedad, como configuración de lo que los militares de la dictadura pretendían: cortarle la lengua, impedirle hablar y contar lo que ocurrió (es poderosa en ese sentido, por su polisemia, la pregunta que se hace una vecina, cuando dice “¿Qué será que se acuerda?”). La otra, la de Pedro como una inversión espejada de los desaparecidos. Ya no se trata, en su caso, de recuperar la identidad de unos restos, como hace el Equipo Argentino de Antropología Forense, sino de una vida cuya identidad ha sido sustraída, a tal punto que ni siquiera fue posible identificarlo por el cotejo de sus huellas digitales. La inversión es tan fuerte que aquí no aparecen madres o hermanos que lo busquen, sino el extrañamiento del otro, de ese que piensa que “es raro que no lo busquen los familiares”.
Pero a la vez que se construye al personaje, se va modelando la forma en que el pueblo de Ingenio Lules se percibe. Un pueblo cuyo nombre fue dado por la cercanía de la planta azucarera cerrada desde hace años y que parece oscilar entre la aceptación de la vieja denominación y su agregado del “ex”. Un pueblo de calles sin nombre y casas sin número, reconocible por las referencias geográficas de cercanía: su carencia de identidad propia, el deterioro tras el abandono de la empresa lo muestran como el lugar indicado donde podía recalar alguien como Pedro. Aceptarlo no es solo un gesto de humanidad popular, sino, en el fondo, el reconocimiento de alguien como un par con una pertenencia inesperada. Esa escena que lleva hacia el pasado sitúa al pueblo en dos instancias de dominación. En principio, la supervivencia de una estructura medieval que implica no disponer de la tierra en la que se vive, la que le pertenece a alguien que se las concede (“Cuando a usted le pidan la casa, la entrega porque no es suya” dice una mujer) y que subsiste con los traspasos de titulares (hoy, de la misma manera que en el pasado, dependen de la Finca Privada Nougues). Como correlato de esa construcción desde abajo surgen las sombras del Operativo Independencia. Una mirada que, despojada de lo ideológico, logra poner en otro lugar a los “extremistas” (“El guerrillero es el que hace la guerra por el pueblo” dice quien estuvo más involucrado en la lucha): los que los ayudaban con lo que tomaban en sus ataques, para paliar parte de la miseria y el hambre del pueblo. Una mirada que se detiene en los militares, en su modelo de actuación en la zona: imposición de reglas restrictivas –horarios, habilitaciones para trabajar, restricciones de salidas-, irrupción en las casas –para llevarse gente, para amedrentar- y una sutil reducción a la servidumbre –obligarlos a lavar sus ropas y a prepararles comida. En esos elementos que parecen correr por debajo de la anécdota central, Chechereche logra insertar al personaje en un contexto para darle sentido a la necesidad de contar su historia. El hombre mutilado, imposibilitado de contar, llega a un pueblo esclavizado, sometido por una ocupación militar y despojado de todo derecho. La historia de Ingenio Lules y de Pedro es la reversión de la historia contada desde una perspectiva hegemónica de la guerrilla urbana y de las formas que tuvo la intervención militar y plantea de manera concreta el germen de lo que sobrevendría poco tiempo después en todo el país.
Chechereche (Argentina, 2024). Guion: Paula Romero Revit, Pablo Gallo, Roberto Leonardo. Dirección: Roberto Leonardo, Pablo Gallo. Fotografía: Roberto Leonardo. Edición: Lucas Di Primo. Duración: 75 minutos.
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