1.El desafío es mayúsculo. Se trata de cómo poder abarcar lo inabarcable. Nora Cortiñas, con su pequeña estatura, y apelando a un lugar común inevitable, era mucho más grande que su tamaño. Como ocurre con la mayor parte de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pero especialmente con las que tuvieron una mayor exposición pública (Hebe, Estela), su historia se multiplica, se convierte en una intervención continua y consistente en el espacio público. Más de cuarenta años de lucha en la calle, en actos, hacen que Nora Cortiñas aparezca con una dimensión que excede cualquier limitación. El problema con el que, a priori, uno se imagina que deben haber encontrado los realizadores es qué seleccionar. Cuál de sus perfiles concurrentes priorizar, aún a riesgo de que en el camino se pierda algo valioso. Hay mucha Nora Cortiñas en la historia de la Argentina como para reducirla a una hora y media de documental.
2.Una primera pista la da el título. Como sucede con Bonafini o Carlotto –todas, curiosamente, han trascendido por sus apellidos de casada- sus nombres se han convertido en marcas identificatorias. Hebe o Estela, como nombres, remiten inevitablemente a sus figuras. Pero en ellas no aparece el diminutivo como en Nora Cortiñas. El diminutivo que implica una cercanía, una apelación a lo cariñoso, a una relación de cierta intimidad que permite pasar del nombre propio a su transformación en algo que puede pensarse como un apodo (o un alias). Y de nuevo, curiosamente, lo diminutivo que no pretende disminuir ni dar cuenta de la tarea y el lugar que ocupa una persona.
3.En todo caso, lo que entiende el documental es que hay una Nora Cortiñas y una Norita. Que las dos son la misma, que habitan el mismo cuerpo, la misma casa, el mismo país. Que son complementarias, incluso en el espacio público. No hay un momento preciso en la historia en el que Nora se vuelve Norita, y el documental se despreocupa por encontrarlo: hay que pensar que tal vez esas animaciones que sugieren la costura de la que Cortiñas vino como afición, es una forma de unir a las dos, de mantenerlas como una pieza única. Sin embargo, hay elementos que parecen sostenerlo de manera implícita. Las imágenes del pasado, las que traen de vuelta las marchas en la calle y el trabajo en Madres Linea Fundadora en las décadas del 80 y del 90, construyen la imagen de Nora, una fuerza arrolladora en el frente de una batalla continua en la búsqueda del destino de los desaparecidos y el reclamo de justicia. Las imágenes de los últimos años, en cambio, remiten a Norita. La misma fuerza, el mismo espíritu de lucha, pero ahora diversificando las batallas –tal vez nadie como ella encarnó el compromiso en cada lucha popular de los últimos 30 años- y sobre todo con el cariño de la gente, para quienes, sí, ya no era Nora, sino Norita.
4.Otra dimensión sostiene esa intimidad que la protagonista sostuvo en las últimas décadas de su vida. El documental empieza en el living de la casa de Norita, que hasta se permite plantearles a los directores qué es lo que quieren hacer. Otras escenas van a volver sobre esa dimensión para no olvidarla. No se detiene únicamente en la relación con el hijo desaparecido, sino que Norita expone el resto del espacio familiar de manera consciente. Si es la hermana quien articula los recuerdos de infancia y juventud, luego Norita restablece el lugar que ocuparon su esposo, los reclamos de sus nietos y la compleja y amorosa relación con su otro hijo (que se reserva dos de los mejores momentos: uno, resuelto a partir de la animación como forma de reponer una conversación íntima que no podía ser filmada; y otro, en una charla, cuando revela, entre risas, la forma de actuar de Norita ante cada viaje que debe hacer). La síntesis de esa cercanía está en esa imagen cerca del final: ver a Norita cocinando sus buñuelos para la familia, no desmonta su imagen de luchadora, sino que la completa, la vuelve absolutamente cercana.
5.El procedimiento que llevan adelante McNamara y Tortonese es interesante, a partir de la recurrencia de materiales disímiles, en tanto ello implica una puesta tan compleja como la de reducir la vida de un personaje en 90 minutos. Esa relación establecida a partir de las decisiones de montaje, organiza lo que en apariencia puede parecer caótico. Pero es allí justamente donde reside la estructura del documental, que insiste en que la estructura no sea la del personaje. El cruce de esos elementos no unifica, no reduce a Nora Cortiñas a una bidimensionalidad que la aplastaría. En la puesta en juego del material propio –las filmaciones que fueron realizando en los últimos años de Norita- y el ajeno –un profuso archivo que revela la existencia de una zona de imágenes pocas veces vista-; entre los archivos que sirven como documentos y el uso de la animación para reponer esa intimidad pasada que no puede recuperarse de otra manera que no sea como una representación, Norita se construye a la medida del personaje, como fragmentos de telas que se van cosiendo para dar lugar a una prenda. Como ese saco que Norita exhibe con orgullo de costurera. Como la prenda que es propia y que la cubre de todo riesgo (¿acaso no podría pensarse al pañuelo de las Madres de la misma manera?). Como algo que fue elaborando pacientemente en el transcurso de los años, con paciencia de madre y resistencia de Madre. Las costuras de la animación final son las de esa prenda terminada, pero sobre todo las de la historia y la vida de una mujer que transformó una parte de nuestra historia como país. Y que, a la vez, transformó a todos los que pudimos conocerla: eso que la transformaba, y que ya no fuera Nora Cortiñas, sino, simplemente, Norita.
Norita (Argentina, 2024). Guion y dirección: Jayson McNamara, Andrea Carbonatto Tortonese. Fotografía: Francisco Villa. Edición: Ana García, Julia Straface. Duración: 88 minutos.
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