*Un recuerdo puesto en escena que se parece a una ensoñación. Son otros tiempos y el sol se refleja dorado en el mar, mientras una madre y su hija comparten el tiempo como si no hubiera otra cosa en el mundo (la playa vacía refuerza ese recorte). Al sueño que envuelve el recorrido (esa escena se repetirá sobre el final, como si el recuerdo de la hija no pudiera despegarse de ese momento), le sigue un corte abrupto que devuelve la realidad, pero desde un lugar de extrañamiento. Una casa vacía –la cámara recalca esa situación en cada espacio- y un televisor encendido sin nadie que esté mirándolo. Allí aparecen las imágenes de un programa de televisión en el que entrevistan a Analía del Carmen Amarilla, psiquiatra, especialista en tecnología sanitaria. Comienza a hablar y repentinamente, la TV se apaga. La casa queda en silencio. Las imágenes de esa mujer se vuelven memoria mediada. El apagón implica la posibilidad de la pérdida, el pasaje al olvido.

*Lucía Paz filma a su madre con la conciencia de la enfermedad. Es la propia Analía, la que, a poco de comenzar, la menciona (“cuando me agarró el Alzheimer”) como interrupción, como frontera (imagen que se simboliza en el plano aéreo de la represa, que parte en dos la pantalla entre la calma del lago y el tumulto del agua del otro lado del dique). Dejar el trabajo, perder las ganas. La enfermedad que se va llevando lo que fue en algún momento. Queda lo que va quedando. Lucía parece advertir que su madre es un conjunto de piezas que se van desarmando y perdiendo lentamente. La filma a Analía, pero con ella, en los viajes, en las conversaciones, en su cumpleaños en la casa de la costa de la abuela Puqui. No parece casual que lo primero a lo que enfrenta a su madre es la biblioteca repleta de libros relacionados con la psiquiatría –y que a la vez evocan los miedos infantiles de la hija- que ya no toca, que ya no recuerda. Una memoria perdida definitivamente y que ni siquiera la presencia de los libros –objetos muertos sin nadie que los lea- puede recuperar.

* “Hay tantas cosas de las que quiero hablar con vos” le dice Lucía a su madre en un momento. La frase no apunta a un proyecto a futuro, sino que revela en toda su dimensión la imposibilidad: allí está contenido lo que ya no se puede hablar porque no hay recuerdo que lo sostenga, que lo permita. El trabajo emprendido en Oda amarilla es el del esfuerzo por sostener esas piezas que todavía no se fueron del cuerpo de la madre, aunque los límites se vayan imponiendo una y otra vez, entre la mirada perdida de Analía, los gestos que ponen en primer plano su situación (por ejemplo, la dificultad para escribir) o las frases que aparecen en su relato (“¿Quiénes son estos?”; “Ya no me acuerdo, hija”). Lucía registra las charlas en la cámara, pero también las fija en las fotos. Los álbumes de fotos son elementos esenciales. Recuperan el entramado familiar del pasado entre la imagen y las anotaciones laterales. Y a la vez, se plantea hacia el presente como sustituto de la memoria: Lucía y Analía organizan las fotos de esos viajes compartidos poniéndoles el contexto como recordatorio explícito. La memoria de Analía, endeble, lábil (es notorio cómo se contraponen sus recuerdos con el de su hija o el de su propia madre) solo parece contenerse en las fotos y luego en las filmaciones de su hija.

*Pero es también la puesta en pantalla de un proceso que atraviesa la hija en la relación con su madre. Cuando le dice “todos los días me cambiás tu historia” más que exponer la fragilidad de su madre, pone en escena la propia: su necesidad de aferrarse a algo que no cambie, en el intento de fijar una historia que al menos desde la primera persona no puede fijarse. Hay, en esa escena, un principio de ese abismo de angustia y desesperación que sobrevendrá en el diálogo en off cerca del final. Lo que allí es la perspectiva de no tener un lugar al cual aferrarse, se vuelve conciencia de la posibilidad de un olvido sin retorno. Oda amarilla es el intento de fijar unas pocas certezas, de que las imágenes sostengan un vínculo que pende del hilo del avance de la enfermedad y de instalar y sostener esos instantes breves, iluminados, en los que la madre sigue siendo la que fue (como el momento en el que recuerda por qué le pusieron Lucía a la hija y canta los primeros versos de la canción de Joan Manuel Serrat) y no la de esos primeros planos en los que la mirada parece perdida en otro mundo diferente al de su hija.

Oda amarilla (Argentina, 2024). Guion y dirección: Lucía Paz. Fotografía: Emiliano Charna. Edición: Kevin Kogan. Duración: 67 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: