Aprendiendo a volar es la segunda película del director holandés Boudewijn Koole. La primera fue Trage liefde, una historia de temática queer realizada siete años atrás. La mención no responde únicamente a un repaso filmográfico por su incipiente carrera (también lleva realizados un documental, un telefilm y un cortometraje) sino a que estas historias se encuentran conectadas. Sin existir una relación directa entre una y otra, los personajes y las situaciones dadas se van desplegando sobre lides similares. El punto neurálgico de los relatos es la relación padre/hijo ante una figura materna ausente, y en las dos existe un grado de tensión sexual manifiesta que en más de una oportunidad suscita una descarga física violenta. Si las hubiera visto en el orden cronológico correspondiente, Aprendiendo a volar habría tomado un sentido absolutamente distinto, revalidado por elementos de puesta en escena que se repiten significativamente.
En ambas los protagonistas (un niño de diez años en Aprendiendo a volar y un joven de veintitrés en Trage liefde) son presentados mediante planos prácticamente idénticos, realizando la misma tarea y con un mismo elemento: lavando los platos con guantes de hule rosa. Los dos son huérfanos de madre y se encuentran en la búsqueda incesante de un amor paternal truncado por la pérdida. En este combate íntimo se figura la ambigüedad sexual que en ellos radica. Rick Lens, el nene de Aprendiendo a volar, tiene una belleza angelical de semblante andrógino; Emiel Sandtke, en Trage Liefde, tiene toda la impronta del rebelde sin causa, con actitud marcadamente masculina, pero haciendo gala de un evidente homoerotismo. Estas características se vuelven más evidentes en contraposición a las figuras paternas. El padre de Jo Jo (Lens) es un urso con una tremenda tara emocional que, para colmo, choca una y otra vez contra el muro de un hijo que no logra aceptar la muerte de su madre. Jo Jo intentará suplantar esa ausencia asumiendo las tareas domésticas, adoptando a un pequeño cuervo para conformar su cuadro familiar soñado, e intentando generar cercanía física con su padre, que la elude firmemente. Félix (Sandtke) tiene como padre a un homosexual asumido de exquisito gusto, ex músico de jazz, habitúe de las zonas rojas de la ciudad y dueño de un bar al que el chico acude para hacerse el guapo a bordo de su moto. En estos jóvenes sensibles, pero aguerridos y errantes, se patenta la figura del cowboy con la que juega el título original de Aprendiendo a volar, héroes solitarios tras la conquista de una identidad que los conforme como hombres.
La puesta en escena de las dos películas pareciera corresponder a una contraposición intencional. Mientras que Aprendiendo a volar es absolutamente solar, suele desarrollarse en espacios abiertos y las escenas en interiores son claras y luminosas, Trage Liefde transcurre mayormente en la nocturnidad, y en los interiores puede verse un trabajo de iluminación más sombrío. En la primera, la banda sonora rebosa con la dulce melancolía del country interpretado por una voz femenina que le otorga mayor suavidad. En la segunda predomina un free jazz pasional y atormentado. En Jo Jo pareciera evocarse el despertar emocional y sexual que termina por hallar su punto de maduración en Félix, teniendo los dos a chicas de similares características físicas (y por qué no también íntimas) como compañeras, que más que novias o amantes son guías fundamentales para el ritual de iniciación de los protagonistas, capaces de comprender la sensibilidad femenina que esos muchachos encierran así como de provocar la aparición de su masculinidad. Ninguna de ellas busca amarrarlos. Para las dos películas, el amor y la muerte deben ser formas de la libertad.
Uno de los gestos más notables del cine de Koole son los sentimientos nobles que encierran todos sus personajes. Es imposible resentirse con cualquiera de ellos. Como espectador, uno se identifica con los protagonistas sin dejar de sentir empatía y hasta cierta complicidad con aquellos otros que los rodean, incluso con quienes cumplen el rol de antagonistas, como en el caso de ambos padres. Los gritos y los golpes no son más que expresiones emancipatorias que posibilitan el equilibrio, la cercanía y la cicatrización de todo lo reprimido no verbalizado. Koole no aborda el carácter terapéutico de las historias con frivolidad y, evitando remarcaciones melodramáticas, logra calar más hondo. Pese a la cuidada estética de su imagen y la dulzura con la que cimienta los vínculos entre sus personajes, parece ir delineando un estilo que no elude crudezas de ningún tipo, bordeando algunas controversias sin hacerse el transgresor.
Aprendiendo a volar (Kauwboy, Holanda, 2012) de Boudewijn Koole, c/ Rick Lens, Loek Peters, Cahit Olmez, 81′.
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