BvS-dawn-of-justiceAtención: Se revelan detalles importantes del argumento.

“Debo encontrar una verdad que sea verdad para mí”.

Soren Kierkegaard.

Dos desaciertos enmarcan la nueva y esperada película de DC Batman versus Superman. El origen de la Justicia. El primero tiene que ver con el procedimiento de desterritorialización que sufren todos los personajes: ninguno habita un espacio, todos transitan, se mueven, enuncian desde cualquier  no-lugar sin anclaje ni pertenencia. En cierta medida, este planteo define una estética en la que el artificio queda expuesto permanentemente: los fondos y las utilerías son accesorios, los actores podrían decir su parlamento tras un decorado blanco o vacío por lo que da igual si se enuncia desde Ciudad Gótica, Metrópolis, África, un tribunal o la baticueva; el espectador, frente a tantas elipsis, debe acomodarse a la dinámica del ya-acá- ahora mismo.

El continuo movimiento en la disposición espacial hace vislumbrar, aun con más virulencia, los  bruscos cortes y las ediciones, dando lugar a viñetas desprolijas y desprovistas de aura. Frente a tal realidad,  la falta de sensibilidad, tanto ética como estética, de una verdadera matriz épica es notable. No se trata, como afirmaron varios críticos con soltura, de la carencia de chistes, de lo mal planteado del  humor o de la  ostentación de una solemnidad exacerbada, si no de lo que se constituye como un problema estructural en la puesta en escena: la reducción  de lo trágico a una sumatoria de fórmulas fácilmente reconocidas y  trasplantadas  brutalmente de cualquier manual de construcción heroica –desde Propp hasta Jung o el remanido Campbell- con la profundidad de una pantalla flat. Snyder construye una sucesión de eventos cuya conexión y lógica no solo pende de un hilo sino que cada uno de ellos resulta desprovisto absolutamente de entendimiento empático o racional, y se convierte en un truco efectista,  un mega trailer de lo que verdaderamente está por venir.

Y el segundo inconveniente es que la película fracasa rotundamente en el intento de dar vida a la polifonía de voces que pretende abarcar ya que no se respetan los turnos para tomar la palabra, las apariciones son caóticas y el guión se detiene en lo accesorio en lugar de dar paso a lo esencial. Esto produce cinco historias unidas con poca pericia y graves problemas argumentales. Se nos muestra a los cachetazos por qué Batman (Ben Affleck) desarrolla su enojo con Superman (Henry Cavill)  –aunque los motivos son muy recusables para el héroe más inteligente de DC- pero se omite torpemente la construcción de uno de los villanos más interesantes, encarnado por Alexander  Luthor (Jesse Eisenberg). Si bien en El hombre de acero (2013) se muestran los destrozos que el superhombre, en su batalla con Zod, provoca para LexCorp, no es suficiente razón para justificar tanto odio. Más concretamente: ¿Qué es lo que convierte a este cerebrito en uno de los principales opositores al kryptoniano? Esto no resulta, en ningún sentido, una cuestión menor. Si bien la gente esperaba a Lex Luthor y no al joven psycho encarnado por Eisenberg, sin la correspondiente fundamentación del personaje, todo se reduce a un cúmulo de poses. Superman es a Manhattan lo que Alexander Luthor es al Joker pero en la más vana apariencia.

maxresdefaultDesde otro punto de vista, el asesinato de los Wayne parece ser el fantasma que recorre la mente de todo director que incluya a Batman en su haber. Ese dato, en sí mismo, no es intrínsecamente bueno ni malo. Sin embargo, el mandato de filmar aquí el crimen resulta muy forzado. ¿Para qué contar lo que se ha retratado tantas veces si no es para afrontar el reto de mostrar una veta diferente o peculiar al personaje? Es claro que dentro de la psicología del encapotado, el crimen y la exposición de su dolor vuelve, una y otra vez, en forma de síntoma, pero… ¿cuál es la necesidad de hacernos permanecer bajo el halo de esta orfandad a efectos narrativos? La fijación del murciélago con su vivencia traumática en la madurez –etapa que retrata la película- no agrega ni aporta ninguna impronta destacable en lo que a introspección del personaje se refiere, porque no hay una dialéctica entre el conflicto interno y las acciones que el héroe toma en el mundo. Se nos muestra que ahora Batman mata con absoluta liviandad y debemos asumirlo así, con total naturalidad, amparándonos en que existen líneas argumentales de  los cómics en donde se muestra lo dicho. Sin embargo, no existe  nada en la película que nos permita determinar qué intenciones lo mueven en su madurez, cuál es la ética que construye, qué es lo que le pasó a lo largo de todos estos años y a qué se opone en el presente. ¿Y a qué se debe esa recurrencia con los sueños? ¿Ahora Batman tiene poderes de oráculo? Se aprecia la potencia interpretativa de Affleck, pero frente a tal guión incluso su buena performance se desdibuja en una marea de imprecisiones.

En esa misma línea caprichosa, Diana Price (Gal Galdot) está abordando un avión y sale lista para la acción, dispuesta a combatir, cuando ve la amenaza de Doomsday por televisión. ¿Acaso no había visto ya la pelea de Superman contra Zod y sus huestes antes? De forma violenta, en la escena inmediatamente posterior, explica haber decidido, hace años, no intervenir más por la humanidad. Entonces cabe la pregunta: ¿de dónde le surge ese imperativo urgente que cambia su decisión bruscamente? Omisiones que cuestan caro a la coherencia y hablan de un intento de narración que fracasa al emular una serie de viñetas inconexas.

Un párrafo aparte merece la total desidia respecto a la identidad secreta de los superhéroes. ¿Por qué y cómo Alexander Luthor conoce la identidad de Superman? Este interrogante es absolutamente pertinente a la trama y a la verosimilitud del personaje. No hay ningún trabajo de investigación, solo se da por sentado. El casco de Batman modifica incluso los rasgos faciales, entonces… ¿cómo es posible que Lex llegara también a la identidad del encapotado? De la misma forma brutal, Superman, al escuchar el intercambio entre Alfred (Jeremy Irons) y Batman, concluye que es el mismísimo Bruce Wayne quien está detrás de la máscara y, tras un par de escenas, el alienígena va a increparlo en medio de una persecución para exigirle que deje de ser el guardián de Gótica. La secuencia es sencillamente inexplicable.

wonder-woman-gal-gadot-vs-doomsday-in-batman-v-sup_a55rPor otro lado, la saturación que se ejerce en las reiteraciones solo delata la pobreza estética de la película. La permanente alusión a cierta tópica de tradición filósofico-literaria, a saber: Dios versus Hombre, Apolo versus Dionisio, Prometeo versus los dioses, resulta exasperante, como si se hubiera activado un loop de “Nietzche para principiantes” que desemboca en el mismo abismo, porque no concluye en nada. Superman imita permanente y  grotescamente los manierismos del Dr. Manhattan desde una superficialidad evidente porque no es capaz de asumir la desintegración moral que conllevaría la asunción –en todo el sentido del término- de su singularidad.

Las repeticiones ampulosas y poco ingeniosas no equivalen a ninguna ambición semiológica: no hay señales, no hay índices y, mucho menos, verdadera vocación por poner en conflicto los interrogantes que rudimentariamente se despliegan.

La frutilla del postre de todo una cadena de inconsistencias se produce cuando Superman está luchando contra un Batman enardecido y dispuesto a todo. El alienígena está a punto de expirar y entonces balbucea con esfuerzo el nombre de su madre: “Martha”. En ese mágico momento, la ira de Batman se disipa cual humo de Osvaldo y Superman gana la confianza del murciélago (porque tal era el nombre de su madre muerta también, y eso basta en este mundo tan  ridículamente planteado). A partir de ese acto de “introspección psicológica”, los otrora rivales comenzarán a luchar juntos a la par contra los verdaderos villanos de la historia, aunque usted no lo crea.

En la pelea final, lo único destacable es la presencia de la Mujer Maravilla que despliega, para furor de los fans, todos sus artefactos: lazo, escudo y espada. Artefactos indispensables que aportan a la credibilidad del personaje y ayudan a digerir esa pelea profusa en explosiones pero carente de magia y épica.

Los funerales de Superman, el execrable panegírico y la pomposidad del luto funcionan, en realidad, como verdadera alegoría de una película en la que, a fin de cuentas, estamos frente a la ausencia de cuerpo, alma o corazón alguno y sencillamente pervive en  el vacío y  en el simulacro, al igual que la tumba del superhombre.

Batman versus Superman: El origen de la Justicia (Batman V Suporman: Dawn of Justice, EUA, 2016), de Zack Snyder, c/Ben Affleck, Henry Cavill, Amy Adams, Jesse Eisenberg, Diane Lane, Laurence Fishburne, Jeremy Irons, 151′.

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