La primera escena de Shiva Baby (2020), opera prima de la realizadora nacida en Canadá (y radicada en Los Ángeles) Emma Seligman, funciona como una suerte de prólogo. En una toma distanciada, vemos a una joven llegar al clímax sexual sobre el regazo de un varón en un sofá. El orgasmo es claramente fingido, en vista de lo rápido que se levanta del sillón para comenzar a vestirse y escuchar el mensaje de su madre en el teléfono, recordándole que la espera junto con su padre en un funeral. La directora coloca en primer plano a Danielle (Rachel Sennot), de quien pronto sabremos que es una estudiante universitaria, y deja en fuera de foco al varón, del cual al acercarse a ella advertimos que es un hombre ya adulto. A partir del brazalete que él le regala, del dinero que le da y de su manifiesto entusiasmo por apoyar a una joven universitaria, la situación se configura como un vínculo entre una sugar baby y su sugar daddy, al cual recurren algunas estudiantes a través de plataformas de internet. Se trata de una relación, con acuerdo entre las partes, donde a cambio de sexo o simplemente compañía, las jóvenes reciben una compensación económica que les permite costearse los gastos, la universidad o incluso el alquiler del piso en el que viven. 

Que en la siguiente escena la directora filme a Danielle caminado de espaldas por la vereda de un suburbio, camino a encontrarse con sus padres para asistir a la Shiva (ritual de condolencias hacia los familiares del difunto, posterior al entierro, en la tradición judía), da cuenta de la escena del comienzo como algo que se mantiene oculto. Y el encuentro de Danielle con sus padres, fuera de la casa donde tiene lugar la shiva, ya nos pinta las particularidades de esa familia: un padre que siempre está perdido entre sus cosas y desatento a su esposa y a la vida familiar, y una madre que denosta a su esposo frente a su hija y que se muestra preocupada por su aspecto personal y por las buenas formas ante la comunidad, aunque aparente ser comprensiva y abierta respecto a su hija.

La película se desarrolla emulando el tiempo real del transcurso de la Shiva, en un tono de comedia con elementos paródicos y provenientes de la farsa (de ahí que el título del film sea un irónico juego de palabras). Asistimos entonces al develamiento de las imposturas de los semblantes de la moral, de las buenas costumbres, de la hipocresía en torno a ese tipo de reuniones sociales -a las que hay que asistir para quedar bien, sin que se sepa en realidad muy bien quién es la persona que falleció- y del control que los mayores de la comunidad ejercen sobre las mujeres.

La realidad se dibuja entonces como una ficción de cartón pintado, donde el fingimiento está a la orden día. El discurso que Danielle arma en la reunión, con el acuerdo de sus padres, es que está rindiendo exámenes, muy pronta a graduarse, que trabaja temporariamente como niñera, que está manteniendo entrevistas de trabajo para conseguir un empleo más estable y que por ahora no tiene novio. Pero en realidad a lo largo de la película se va a ir desnudando que cursa Estudios de Género, que se asume como bisexual y que, por supuesto sin que sus padres lo sepan, se postula en un sitio de internet como sugar baby. Al mismo tiempo, vemos a las mujeres mayores, siempre chismorreando negativamente, a espaldas de otras mujeres, cuando de cara a ellas halagan lo maravillosas que son ellas o sus respectivas familias.

La mentira que Danielle debe sostener ante los demás, para ser aceptada por su comunidad y su familia, está siempre al borde del derrumbe al encontrarse en la Shiva con su amiga Maya (Molly Gordon), con quien tuvo un romance durante la secundaria (y cuya resolución no se encuentra aclarada del todo), y con Max (Danny Deferrari), el sugar daddy con quien estuvo esa misma mañana. En este punto, Seligman construye muy bien la Shiva con un clima sofocante, siempre al borde del inminente estallido. También es notable lo bien que consigue crear tensión en el espectador al incorporar a la trama diversos elementos que complican a la protagonista en el ocultamiento de su verdad, de clara inspiración hitchcokiana (con reminiscencias a La soga) como por ejemplo: la llegada de la esposa de Max con su beba (que descubre que ambas llevan el mismo brazalete); el olvido y la desaparición de su celular desbloqueado que podría caer en manos de cualquiera, o la sorpresiva irrupción de algún personaje que bloquea su paso preguntando banalidades en medio de una situación desesperante o que podría llegar a ver o escuchar alguna indiscreción, todas muy bien puntuadas por la música de suspenso inquietante que las acompaña.

Las preguntas que las distintas mujeres, con quienes se topa en la reunión, realizan a Danielle giran siempre en torno a tres tópicos: su cuerpo, sus estudios y su situación sentimental. Se dibuja así un tipo determinado y estandarizado de mujer en la comunidad judía: debe estudiar algo que brinde rédito económico, tiene que tener buena contextura física (signo de apariencia saludable) y aspirar a un buen partido en la comunidad con el cual formar una familia. En este contexto, al estudiar una rama de lo social de dudosa salida laboral, al ser vegana y delgada y sostener una sexualidad bisexual, Danielle intenta romper con el estereotipo de mujer judía. La fijeza de estos mandatos sociales que pesan sobre la mujer no admiten excepciones o disidencias. Incluso a pesar de que Debbie (Polly Draper), la madre de Danielle, se muestre para con ella como una madre canchera y liberal que comprende la sexualidad de su hija (ya que sabe de la relación lésbica que tuvo con Maya), en  realidad lo toma como una fase de “experimentación” transitoria y busca en los diálogos con otras mujeres a un candidato en la comunidad para su hija. De esta manera, la directora muestra cómo un orden social tan cerrado y estricto puede forzar a sus miembros a vivir su sexualidad de manera clandestina.

En esta línea, la directora logra transmitir la sensación de opresión y coacción que experimenta Danielle para ajustarse al ideal de mujer que plantea la comunidad, no sólo al situar casi toda la película en un entorno interior, sino también a través del predominio de los planos cerrados sobre ella. El tironeo interno de Danielle entre los estrictos ideales socio-familiares y sus díscolos deseos emparienta a Shiva Baby con la miniserie Poco Ortodoxa (María Schrader, 2020) y con la película Desobediencia (Sebastián Lelio, 2017).

Por otra parte, Danielle en tanto joven estudiante universitaria es un personaje que aún se encuentra en construcción de su identidad y de su autonomía. En esta línea, la película puede leerse como un coming of age. Siendo una sugar baby encuentra en su sexualidad un poder sobre los hombres como  manera de subvertir el orden del patriarcado y en el cual sostener su autoestima. Al mismo tiempo, mediante los beneficios que recibe consigue forjarse cierta independencia respecto de sus padres. Durante el encuentro con Max y su esposa Kim, sus padres mendigan un trabajo para ella y la avergüenzan porque la tratan de manera infantilizada. Entonces, la escena en que Danielle busca seducir a Max en el baño es el intento de recuperar la imagen de mujer adulta y segura de sí misma que había proyectado para él. Incluso se juega para Danielle, más allá de su deseo de otra cosa respecto del ideal de familia, el tironeo con la demanda de ser querida y aceptada, especialmente por su mamá. Así, ante cada avance de los padres por imponer sus ideales, se abre para Danielle el desafío de poder decir no, como instancia separadora para afirmar su identidad.

En el personaje de Kim (Dianna Agron), que no tiene ascendencia judía, se reflejan las múltiples y estresantes exigencias que pesan sobre la mujer contemporánea: ser bella, buena esposa, buena madre, buena amante y además empresaria exitosa.

A través de esta ficción, la directora visibiliza el fenómeno de las sugar babies, la instrumentalización de los vínculos que se deriva de las redes sociales y los riesgos que pueden derivarse para las jovencitas cuando no se cumplen los términos o condiciones de lo acordado (como es el caso de Danielle, que se entera en la misma Shiva de que Max está casado y tiene una hija), pero al mismo tiempo, tiene el tino de evitar el sesgo de un juicio de valor moral respecto de estas prácticas.

Hacia el final, asistimos al desenredo del malentendido entre Danielle y Maya y al triunfo del deseo por sobre la hipocresía de la vida edificada sobre moral de las buenas costumbres. De esta manera, Seligman nos muestra que la pulsión sexual sólo por corto plazo o a un alto costo subjetivo, consigue ser domeñada para acomodarse a las convenciones que imperan en una determinada época o comunidad.

Los novedosos recursos formales que emplea Seligman, evitando el activismo panfletario o el patetismo dramático innecesario, y la lograda labor del elenco actoral hacen de Shiva Baby una propuesta diferente e interesante, que logra trascender la idiosincrasia meramente judía, para plantear la cuestión de cómo arreglárselas frente aquello que la sociedad en general espera de una mujer. 

Calificación: 8/10

Shiva Baby (Estados Unidos/Canadá, 2020). Guion y dirección: Emma Seligman. Fotografía: Maria Rusche. Montaje: Hannah Park. Elenco: Rachel Sennott, Danny Deferrari, Molly Gordon, Fred Melamed, Polly Draper, Dianna Agron. Duración: 77 minutos. Disponible en Mubi.

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