1. Hay una escena, a poco de comenzar El cuidado de los otros, que parece banal por su carácter prototípico y reiterativo: Luisa (Sofía Gala Castiglione) sale del departamento en el que trabaja cuidando a Felipe (Jeremías Antún), para sacar una bolsa de basura. Previsiblemente, cuando regresa, la puerta se ha cerrado y la llave está del lado de adentro. Luisa recurre a lo que tiene a mano para tratar de resolver el problema, teniendo en cuenta que Felipe duerme: la vecina, la empleada de la vecina, el encargado de seguridad. Todos le ofrecen ayuda en la medida de sus posibilidades: prueban abrir con llaves alternativas, con una radiografía, le prestan el celular para hacer un llamado. Su novio Miguel (Mariano González) finalmente llega con la llave que ella tiene en su casa, logra abrir y comprueba que Felipe aún sigue durmiendo. Pero esa escena que ha sido utilizada una y otra vez, especialmente en situaciones de comedia, está aquí retorcida en su formulación. En principio, porque no hay comedia en la situación: el cierre de la puerta implica una situación angustiante, dramática, en la que de un lado y del otro de la puerta, quedan dos personas que deberían estar juntas. En segundo lugar, porque a la vez despoja a la escena en el conjunto de su significación dramática. La situación en sí misma se convierte en anecdótica, en tanto no tiene consecuencias directas sobre la acción narrada. Se puede entender que funciona como un momento previo de la situación central –la intoxicación de Felipe- en relación con la forma en que el personaje central ejerce su función de cuidarlo. Pero en realidad, la escena del cierre de la puerta se desplaza de esa relación directa para establecer otra más elusiva en principio, pero que es lo más interesante de la historia: es justamente la relación con los otros, los que la rodean, lo que justifica la escena, esa determinación de ayudarla en una emergencia que va a entrar en contraste directo con la reacción que tendrán en la instancia más compleja que enfrentará Luisa.

2. El gran mérito de esa otra emergencia es la de no plantear en primer lugar el motivo, sino mostrar las circunstancias. Felipe empieza a sentirse mal, se esconde en un placard, tiene fiebre y no parece reaccionar. Luisa lo lleva, visiblemente angustiada y desesperada, al hospital en el que trabaja Carla (Laura Paredes), la madre. Durante un lapso de tiempo no sabemos qué es lo que ocurre, estamos situados en el mismo lugar que Luisa. Todo ocurre fuera de nuestros ojos y oídos, y allí está para certificarlo la escena en la que Carla habla por teléfono con Miguel para saber qué es lo que puede haber generado la intoxicación. A partir de ese momento, no solo deja de importar los motivos que llevaron a esa situación, sino incluso la forma en que se resuelve: Felipe, su madre, el hospital, van a quedar  en fuera de campo. Ese fuera de campo remarca los cambios que se producen alrededor de Luisa: aunque ella espera novedades en el hospital, no es Carla quien aparece, sino su marido que solo va directo a golpear a Miguel. Pero es aún más notable la forma en que la película construye las reacciones de los demás, de ese núcleo que era cercano a Luisa mientras trabajaba en la casa: la familia niega estar en la casa, el encargado de seguridad que antes la había invitado a un torneo del que participaba, ahora no la deja entrar; la vecina del departamento de al lado no la mira; la empleada de la vecina apenas le contesta cuando le pregunta al verla salir del edificio. Hay una disociación clara, evidente, entre lo ocurrido y la reacción de Luisa: para los demás, lo que importa es ese descuido que llevó a la intoxicación de Felipe, no la desesperación posterior de Luisa, ni pensar en que si no hubiera actuado como actuó, quizás el riesgo hubiera sido mayor.

3. Lo que aparece allí es la puesta en escena de un lazo que parece definitivamente quebrado –se ayuda al otro cuando sucede algo que podría ocurrirle a cualquiera, pero no cuando se piensa que lo ocurrido solo puede pasarle a esa persona-, pero también es la puesta en pantalla de un momento social específico en donde de manera sutil y sin subrayados se recrea la oposición tajante entre dos modelos de convivencia social. En Luisa aparece la idea del “cuidado del otro” como un elemento que excede lo laboral. Sin necesidad de remarcar la complicidad que establece con Felipe en el comienzo, está claro por su reacción y por los gestos posteriores, que lo que importa es la relación que se establece con el otro. El cuidado no es tanto el permanecer con el otro, sino el de contribuir a salvarlo, protegerlo como si fuera ella misma. El otro es lo que importa, incluso poniéndose a sí misma en un segundo plano. El otro soy yo, parece estar diciendo una y otra vez Luisa, no solo al llevarlo al hospital: lo es también cuando facilita los datos de su pareja incluso a sabiendas de que será posiblemente acusado; o cuando intenta averiguar por diferentes medios cómo está Felipe. Hay un detalle que no es menor en esa construcción: en ningún momento Luisa reclama por su trabajo. El trabajo deja de interesar. No solo firma los papeles que Sebastián le lleva por su despido, sino que no quiere el dinero que le correspondía. Pero por sobre todo, lo que ocurre con Luisa, es que el hecho la paraliza, la detiene en un lugar en donde se vuelve definitivamente improductiva. La parálisis la lleva a desistir de todo intento de seguir produciendo, como ocurre cuando decide no seguir cuidando a otro chico, Rómulo, argumentando su trabajo en el taller. En el taller, la vemos a partir de ese momento, como si estuviera perdida, como si eso que ocurre allí delante de sus ojos, fuera parte de otra realidad.

4. A cambio de ello, el resto del entorno constituye el otro modelo en pugna. Allí la producción no se detiene, sigue a pesar de lo ocurrido. Vemos a la vecina yéndose del edificio con la maqueta de una casa llevada en el auto por su empleada. Al encargado de seguridad cumpliendo las órdenes de no dejarla entrar. A Sebastián, incluso a pesar de que su cara evidencia tristeza, casi una destrucción anímica, ir a buscar a Luisa para cumplir con la legalidad impuesta por el sistema (no es ocioso remarcar que cuando le da el dinero y Luisa lo rechaza él insiste para que lo acepte, “para no generarnos complicaciones”). Pero donde más se siente esa diferencia es en Miguel. Es su “descuido” el que genera el problema, pero en ningún momento parece sentir que deba asumir una responsabilidad: a diferencia de Luisa, que parece abandonarse a sí misma, él sigue juntándose con sus amigos para jugar en la plaza, sigue trabajando de la misma manera en el taller, y por sobre todo, no parece capaz de entregar a Luisa una sola palabra de acompañamiento. Para esos personajes no hay Otro. En todo caso, el Otro es el que representa una amenaza a su estabilidad (laboral, familiar, económica). Se desentienden, cada uno a su manera, de Luisa. Incluso lo hace el dueño del taller que le reclama por haber dado la dirección sabiendo que no está en la legalidad. El Yo como lo único que pesa e importa. En ese punto, en el que se funde el desprecio por el otro y la naturalización de la meritocracia como forma de relación social (solo uno mismo puede progresar y salvarse; el que no lo logra, como Luisa, no solo pierde su trabajo, sino que se convierte en desclasado), El cuidado de los otros emerge como la representación más cabal del país construido por el macrismo durante cuatro años, ya no como un fondo de pantalla para desarrollar una historia, sino como parte de la historia en sí misma.

5. Pero a la vez representa también a la resistencia a ese modelo. Luisa no solamente se resiste a cortar el lazo que la une a Felipe, sino que en el camino por lograrlo, burla lo establecido, desenmascara un juego en el cual la apariencia parece más importante. Lo hace cuando aprovecha el ingreso al edificio para verificar que el auto familiar está allí, para que no le nieguen la presencia. Lo hace cuando dialoga por el portero eléctrico con Felipe, restaurando al menos desde la voz, esa necesidad mutua que solo la mezquindad del mundo adulto establece como frontera. Pero sobre todo lo hace en el final, cuando vuelve a quebrar esa frontera establecida por la familia para ir al encuentro de Felipe. En ese punto, la resistencia del personaje a lo impuesto emparenta a El cuidado de los otros con Alanis. No solo por la presencia de Sofía Gala (a estas alturas, una de las pocas, sino la única actriz argentina que puede sostener por sí sola una película), sino  porque ambos personajes pierden sus espacios de pertenencia –y casualmente, también una puerta juega un rol esencial en el caso de Alanis– y deben reencauzar su mundo bajo la amenaza de la supervivencia. En ambos casos, las reglas impuestas –del trabajo capitalista, ya se trate de una mujer que cuida a un niño o una prostituta- parecen querer dejar al personaje fuera del sistema. Son los resquicios que se van encontrando, los lazos afectivos que no se rompen sino que se recomponen –de la prostituta con otras en su misma condición, de Luisa con Felipe- los que hacen que los personajes tengan puntos de contacto. En ambas, son esos lazos los que establecen las formas de la resistencia de los cuerpos ante una sociedad que ha olvidado la importancia del Otro.

Calificación: 7.5/10

El cuidado de los otros (Argentina, 2019). Guion y dirección: Mariano González. Fotografía: Manuel Rebella. Montaje: Delfina Castagnino, Susana Leunda. Elenco: Sofía Gala CAstiglione, Mariano González, Laura Paredes, Jeremías Antún, Edgardo Castro. Duración: 72 minutos.

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