El comienzo de Los Indalos plantea una situación de una densidad inesperada. El contrapunto entre las imágenes de archivo del pasado y las tomas del presente de un mismo lugar establecen algo más que el pasaje del centro de la escena al abandono. Hay, en esas imágenes del espacio que ocupaba el Regimiento de La Tablada, un signo del olvido, de cómo las malezas fueron cubriendo la historia encerrada en esos edificios de una guarnición militar. Entre unas y otras imágenes median 30 años. En ese tiempo, el intento de copamiento del Regimiento por parte de integrantes del Movimiento Todos por la Patria –con el declamado objetivo de prevenir un supuesto golpe de estado militar contra el gobierno de Raúl Alfonsín, dato del cual nunca se supo si tenía algún asidero o si fue “plantado” por los servicios de inteligencia- quedó registrado, en el mejor de los casos, como un recuerdo impreciso y manipulado: es, para la historia oficial, un intento subversivo fallido ejecutado por un pequeño grupo de hombres organizado por un referente de la guerrilla setentista, Enrique Gorriarán Merlo. El juicio, que finalizó este mismo año, desmontó las versiones oficiales, poniendo de manifiesto un plano más oscuro y denso: el asesinato de algunos de los militantes cuando ya se habían entregado, la desaparición de los cuerpos de algunos de ellos y el hallazgo, hace unos años, de los restos de uno de los militantes desaparecidos, enterrado en una fosa común como NN en el Cementerio de la Chacarita.

Esos restos corresponden a Roberto Sánchez, cuya historia intenta recuperar el documental, como si quisiera despejar el terreno de esas malezas del comienzo que conllevan el olvido, apelando a la centralidad que impone Aurora, la hermana de Roberto. El intento de Los Indalos es establecer un hilo generacional que pone a la familia Sánchez como una cristalización del espíritu revolucionario. Aurora es el vértice en el que se articulan las historias de los revolucionarios ausentes. Su padre, voluntario en la Guerra Civil Española, llevado luego al campo de refugiados en Algeres y finalmente artífice de un recorrido familiar que lo traerá de Francia a la Argentina del primer peronismo en 1950. Roberto, desde joven militante del PRT-ERP, exiliado a comienzos de los 80 luego de haber pasado años detenido desde 1975 y regresando a la Argentina después del tiempo de lucha y trabajo en la Nicaragua sandinista. Y su hijo Iván, que siguió los pasos de Roberto en Nicaragua primero cuando aún era adolescente, y en La Tablada después. En todo caso, esa articulación en función de la voz de la mujer, que funciona como hija, hermana y madre de los personajes evocados, implica una dimensión problemática para el trabajo sobre lo político y sobre lo familiar, sobre todo porque su posición se vuelve más relevante que aquello que se pretende narrar.

Como si el documental funcionara como un territorio de disputa entre la voz de Aurora, que monopoliza grandes tramos del relato –el resto de los entrevistados (la mujer y el compañero de militancia de Iván; el autor del libro sobre el MTP, Hugo Montero; la ex militante del MTP; el fotógrafo Eduardo Longoni) terminan resultando piezas muy secundarias- y la figura de Roberto, que insiste en aparecer con otro relieve desde el segundo plano, Los Indalos se muestra en un balanceo permanente entre ambos. Cuando prevalece Aurora, se pierde un poco de vista que Roberto es el hilo conductor real de ese entramado revolucionario familiar. Cuando es Roberto quien asume el protagonismo, el documental crece. Y no es casualidad porque la potencialidad del relato está en ese personaje ausente que es recuperado en su imagen (desde los archivos familiares principalmente, pero por sobre todo desde lo que implica la lectura de las cartas que enviaba desde la prisión o desde París y desde las imágenes de la conferencia de prensa a su llegada a Francia o de la reunión del MTP en Managua). El relato histórico de la familia establece eso que el peso del personaje muestra: Aurora siempre iba detrás de Roberto, de la Argentina a Francia, y de allí a Nicaragua y entonces de vuelta a la Argentina. Es ese desenfoque del centro del relato lo que deja a Los Indalos navegando por momentos en una deriva poco atractiva: es Roberto, el “Che Gordo”, el objeto que reclama la focalización de la mirada documental, imponiéndose no solo sobre su hermana, sino incluso de su lugar como continuidad de las acciones de su padre y como constructor del legado para su sobrino. La preponderancia de Aurora impone al documental un recorrido que alterna lo sentimental con lo político y un contraste demasiado marcado con el peso de los restantes entrevistados. Esa sensación implica no conseguir nunca la distancia justa entre la mirada y el objeto, lo cual conduce a una alternancia despareja entre momentos de gran intensidad (Aurora ante el monolito en Francia dedicado a los refugiados españoles; la lectura de algunas de las cartas de Roberto; el abrazo entre Aurora y su hija Maira) con situaciones en las que predomina lo impersonal y generalizado (el caso más notorio es el relato en el tramo final de los sucesos de La Tablada).

Sin embargo, más allá de algunas ideas interesantes que se pierden en el camino (en especial el título del documental que alude a Roberto e Iván como una suerte de protectores espirituales de Aurora), el mayor hallazgo de Los Indalos es un personaje secundario. Maira, la hija de Aurora, la sobrina de Roberto, tiene una mirada sustancialmente diferente y contrapuesta a la de su madre y que llega a cobrar más peso incluso que la voz del hijo de Roberto. Maira, que no cuestiona ni las ideas ni los métodos que guiaron a su tío y a su hermano, funciona como una cuña en el relato que intenta construir su madre desde el recuerdo. Si su mirada se vuelve particularmente interesante es porque implica la aparición de matices que en el resto parecen estar relegados a un segundo plano o directamente negados, pero que le dan un relieve a los personajes para sacarlos de la maqueta del revolucionario. El recuerdo de su infancia en París como una etapa en la que no fue feliz, contradice el discurso inicial de la madre hasta hacerle reconocer que por la militancia política, dejó que su hija se criara prácticamente sola. La referencia a la etapa nicaragüense contrasta con el entusiasmo de los otros (la madre que creía que era el lugar ideal para criar a sus hijos, la forma en que Iván se involucró rápidamente a los 15 años en las brigadas sandinistas) con la observación del incremento de la agresividad en el carácter de su hermano y su intención de trasladar al interior de la familia el régimen estricto que imponía su condición militar. Y hasta su decisión de no buscar el cuerpo de su hermano –que permanece desaparecido desde los hechos de La Tablada- mientras su madre esté viva, parece establecer una zona de conflicto incluso con ciertas constantes de los movimientos relacionados con la defensa de los derechos humanos. Es esa disonancia aparente la que despeja a Los Indalos de una construcción con cierta tendencia al retrato monolítico y unipersonal y le confiere otro peso, menos idealizado, menos romántico a la semblanza de los personajes y a los exilios que sufrieron y los intentos revolucionarios en los que se cobijaron.

Calificación: 6/10

Los Indalos (Argentina, 2019). Guion y dirección: Roberto Persano, Gato Martínez Cantó, Santiago Nacif. Fotografía: Emiliano Penelas  Música: Nicolás Esperante  Montaje: Omar Neri. Duración: 78 minutos.

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