
Hay una imagen del japonés prototípico, de aquellos que llegaron a la Argentina en las primeras décadas del siglo pasado. El imaginario los sitúa en las ciudades, dedicados a la tintorería o con trabajos en el área de servicios. Si el relato sobre el que trabaja El amo del jardín (Krapp; 2025) es el de la apropiación de un lugar que les resultaba extraño, las fotos que sobreviven de aquellas épocas, vienen a ratificarlo. La puesta en escena de un espacio que de esa manera podían construir como propio. Esas imágenes del pasado están fijadas, fechadas: construyen un espacio que no admite demasiadas variantes. Yasuo Inomata no está en ellas. No está en esos lugares. Sus ambiciones eran otras: convertirse en paisajista. Yasuo Inomata termina validando su identidad japonesa distanciándose de ese lugar común, construyendo un espacio propio diferente del que le ofrecían los miembros de su propia comunidad.
La pregunta es de qué manera un japonés nacido en Kamaishi, que habla español con dificultad, pueda parecer –o no- un japonés. Inomata construye una relación tensa con la institucionalización de lo japonés, incluso en su área de conocimientos. Utiliza técnicas diferentes para elaborar y planificar los jardines y para el traslado de los árboles. El punto más concreto de esa distinción está situado en el proyecto para el Parque Japonés de la Ciudad de Buenos Aires. El diseño original de Inomata fue alterado, modificado, en medio de las disputas internas dentro de la Asociación Japonesa, en la que una nueva administración desplazó a Bonpei Uno, quien había encargado la tarea. “No es un jardín japonés”, dice en el presente, sobre lo construido, que según Inomata atenta contra la experiencia del jardín. El Jardín Japonés inaugurado en el año 1979 es, entonces, el resultado de la intrusión de lo monetario (a partir de la necesidad de autofinanciamiento) en lo artístico.
El amo del jardín intenta establecer por qué eso que sí parece un jardín japonés, para Inomata no lo es. Lo que parece, en principio, una cuestión relacionada con la autoría, rápidamente se desplaza a lo conceptual. La voz en off articula las preguntas que le hacen a Inomata para comprender qué es lo que hace a un jardín japonés. Las respuestas parecen elusivas. Pero revelan la profundidad del concepto que las guía. “Para entender algo así se necesita toda una vida”, dice. Y también que “si quieren entender, tienen que viajar a Japón”. La voz de una de sus clientas, remarca el concepto: “Antes que hacer cualquier cosa japonesa, tenés que vaciarte”.
Entonces, la cámara viaja a Japón, junto con Inomata, que regresa después de largos años. En algún punto, la mirada de la cámara procede a vaciarse intentando comprender: el registro de las angostas calles vacías -que recuerdan tanto al cine de Hong Sang Soo o al de Naomi Kawase- es una muestra acaso superficial de la decisión de dejar atrás los motivos originales del documental. Se deja guiar por las actividades de Inomata: el homenaje en la Universidad de Agricultura, la reunión con sus viejos compañeros de estudio, una entrevista, el encuentro con un joven fotógrafo y con un estudiante de paisajismo. Como intentando comprender algo de esa razón de ser de lo japonés, que siempre se escapa. A cambio de eso, lo que encuentra es la concepción de una cultura como una construcción sostenida a lo largo de los siglos y que no puede explicarse más que a partir de los propios hechos, de las acciones que la sostienen y la hacen avanzar.
En la visita al fotógrafo que está restaurando las fotos recuperadas tras el tsunami que cubrió Kamaishi, aparece la curiosidad formulada desde el otro lado. Le pregunta cómo fue que le propusieron filmar un documental. La respuesta de Inomata es sencilla y práctica: solo fueron a su casa y le pidieron permiso. Hay en esa respuesta una modestia que implica no entender por qué podría ser él, objeto de un documental. Sin embargo, ese gesto de aceptación incluye dos elementos que exceden la respuesta más obvia -haber sido el diseñador no acreditado del Jardín Japonés de la Ciudad de Buenos Aires. La primera es la decisión de Inomata de no guardar de sus trabajos más que aquello que “salió bien”. La escena en la que tira los bocetos descartados en un enrome tacho, mientras dice que los usa para encender el fuego, parece resumir tanto su desapego por la conservación de su obra (¿quizás como un correlato de ese concepto que manifiesta más de una vez, respecto de que su vida “ya terminó”?) como de la necesidad de su hija por preservarlo (la escena en la que ambos hablan sobre la posibilidad de conseguir el video de la entrevista realizada por la TV japonesa es reveladora de esas diferencias). El documental parece situarse del lado de la hija, filmando a Inomata no para tratar de reponerlo en un lugar, sino para que permanezca, para que su imagen y su voz no se pierdan (la carencia de material documental, salvo por las imágenes del trabajo realizado en la General Paz, revela ese hueco que solo puede subsanarse parcialmente).
El otro elemento surge de una idea que subraya en algún momento. Cuando un japonés le muestra a un no japonés su álbum de fotos, lo que ocurre allí es la afirmación de una confianza que se reserva para unos pocos. Inomata se deja filmar en Argentina y en Japón, quizás porque entiende que puede dejar en imágenes esas obras que “salieron bien” (el Jardín de Escobar, el de la mujer de 25 de Mayo) y testimoniar la disputa sobre el de la Ciudad de Buenos Aires que permita establecer una resistencia y persistencia de los valores del espíritu japonés. Pero sobre todo es la aceptación de una confianza en esos realizadores. Inomata abre las puertas de su vida porque confía en ellos y porque sabe que podrá contar su historia, plantear sus ideas delante de la cámara. Esas que lo hacen ver como un japonés que no lo parece -y que fue lo que parece haber atraído a los realizadores. Pero eso no es más que una ilusión que se desvanece completamente al llegar al final del documental, donde la imagen de Inomata ahora sí, se pierde entre la de otros japoneses, tan iguales a él y a la vez tan diferentes.
El amo del jardín (Argentina, Japón; 2025). Guion y dirección: Fernando Krapp. Fotografía: Joaquín Neira. Edición: Pedro Barandiaran, Germán Sarsotti. Elenco: Yasuo Inomata, Techan Hirose, Yoko Inomata, Keigo Inomata, Cecilia Onaha. Duración: 86 minutos.
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