I).- Sobre gustos y colores primarios. Patria del azar y la arbitrariedad, la escritura con frecuencia se piensa soberana, dueña de sus orígenes y destinos, criatura autogenerada, fruto del matrimonio casto entre la razón y su traductor, el escribiente.
Opino que quien escribe debería ser siempre consciente de la falacia soberbia que encierra esta idea. A poco que cualquiera de nosotros comience a ejercer la escritura, puede darse cuenta que las manos escriben palabras dictadas por un complejo enredo de recuerdos, sensaciones, prejuicios y deseos en los que la razón tiene, siempre, el papel de un actor de reparto. Creyéndolo así, encaro la disciplina de escribir descargando la responsabilidad en la mano que escribe, con conciencia, asumiendo el peso de cada palabra, y dejando la fuente de las ideas liberadas a la ventura de lo que fluya.
Por ejemplo: me gusta la palabra “favorita”. Es flexible, se arma y desarma en sílabas con una alegría parecida a la de un cuerpo de mujer caribeña, caderas anchas, pechos bamboleantes al son de una música rítmica, festiva y colorida. Es una palabra luminosa, que invita a la alegría y al encuentro colectivo.
He meditado sobre este caprichoso gusto mientras trataba de ordenar mis ideas para escribir acerca de La favorita; y este tránsito me ha llevado a descubrir que mi gusto por aquella palabra se remonta a la infancia; cuando caminaba las pocas cuadras que separaban mi casa, de las calles del centro de mi pueblo. Ir de la casa al centro era un viaje desde la tranquilidad comedida de mi cuadra hasta el bullicio relativo de la plaza, los autos, los dos bancos, la gente y los negocios; entre ellos La favorita, una tienda que vendía cortes de tela y ropa de confección. La favorita era para mí, por la mera sonoridad de la palabra, el símbolo de toda aquella euforia de metrópolis en miniatura, agrandada por mi percepción de chico provinciano. La casa, el barrio eran en cambio el territorio quieto del que emanaba una difusa tristeza pastoril que me ha acompañado durante el resto de mi vida.
II).- Suspensiones e incredulidades. La cuestión es que, por estas ínfimas razones u otras que no he de considerar aquí, fui a ver La favorita prejuiciado a su favor ¿El resultado? Nada de spoilers, sigan leyendo hasta el final, asómense a esta experiencia de suspenso extremo, conozcan el peligro de la lectura. O, si no les interesa, lean otra cosa. Hay una enorme variedad en las redes.
III).- Los favores recibidos. La favorita se propone apabullar al espectador, deslumbrarlo con la inmersión en un mundo ajeno al de la mayoría, el de la nobleza europea en los finales de la Edad Moderna. Inglaterra, reina Ana, la última de los Estuardo, escocesa, presbiteriana, rige un país en guerra contra Francia. Reina pero no gobierna; a Ana, gotosa, bulímica, su cuerpo atacado por eczemas y escaras, neurótica extrema, no le interesan las cuestiones del gobierno, le producen aburrimiento o angustia. Las deja entonces a cargo de Lady Sarah, su favorita primigenia, esposa de Lord Marlborough que está dirigiendo los ejércitos ingleses en Francia. Las cuestiones del poder, la política y la guerra atraviesan la relación de ambas mujeres, pero esta se establece sobre todo en las disputas domésticas y de alcoba entre Reina Ana y Lady Sarah, sus vidas confinadas por elección en el castillo real. A donde llega Abigail, de origen noble pero pobre y descastada, prima desconocida de Sarah, quien pronto la toma bajo su protección; como era de esperar Abigail se gana el favoritismo de Reina Ana mientras Lady Sarah lucha por recuperarlo. Un triángulo otro, como dirían los críticos culteranos, fotografiado con esplendor y detalle por Robby Ryan. Un huis clos inmenso que apenas se abre a la luz de alguno de los jardines del castillo, o a la noche de los bosques y las aldeas campesinas, en donde se pierden sucesivamente Abigail y Lady Sarah. Salvo esas escapadas al aire libre, todo lo demás son interiores barrocos fotografiados hasta el vértigo con grandes angulares y lentes ojos de pato; las paredes recargadas de volutas, rebordes, molduras y estucados amenazantes que parecen caer sobre las gentes que circulan entre ellas. También sobre el espectador. Todo el horror vacui del barroco se abate desde la pantalla hacia la platea. Pero es una provocación y también una maniobra de distracción, ya que mientras la puesta en cámara desprecia al realismo, sobrecargándose de luces y ángulos de remota pretensión wellesiana, derivando el barroco de los escenarios a una especie de neo expresionismo fotográfico, la historia de los seres humanos encerrados en su interior es de tono realista-psicologista, y la película en su conjunto no se hace cargo de esa contradicción cargada de arribismos e histerias; al contrario, se limita a dejarla en las magníficas manos del trío protagonista. Superficies lujosas de hermosos cuerpos bien vestidos, frialdad y determinación en las dos jóvenes; decadencia y dolor en el cuerpo y el alma emperifollados de la reina. Yorgos Lanthimos descarga el peso del relato sobre los capaces hombros de sus actrices y se va a sacar fotos en la galería del castillo, como un turista japonés. Este desajuste entre el continente y el contenido es un hijo tardío y espléndido del cine de qualité, ya lo hemos visto muchas veces y parece destinado a volver una y otra vez en el devenir del cine, cada una de ellas más magnificada; un arco pretencioso que une a Barry Lyndon con Amadeus, La favoritay otras tantas.
IV).– Belleza robada. La esquizofrénica división practicada por Lanthimos es también una muestra de inseguridad. El director necesita recargar cada elemento argumental y de la imagen porque no confía en el poder y en la verdad de aquello que cuenta, sobreabunda en detalles de verosimilitud para hacerle entender al espectador actual las diferencias entre entonces y ahora; la suciedad mísera en el entorno pobre del castillo, la sangre y los desechos orgánicos montando su espectáculo. Los vómitos del trío femenino se suman y suceden, en plano general, sobre el piso, en bacinillas, floreros o cualquier otro recipiente improvisado; son vómitos reales, provenientes de la realeza pero también cargados de realismo en su sentido más básico, verdaderos y asquerosos pero alejados del primer plano, como para que no perdamos de vista ni la belleza del conjunto ni la miseria de los protagonistas, el juego dialéctico entre los lujos y la pobreza, los enroques de poder entre los bandos de la corte explicados didácticamente por sus protagonistas; las caracterizaciones maniqueas: los hombres son unánimemente estúpidos, las mujeres –con la sola excepción de la reina- son manipuladoras e inteligentes; unos y otras son crueles y guardan una relación estática y forzada con el trío principal, apenas un elemento más del decorado para realzar a este. Pero tal maniqueísmo también se traslada a las protagonistas; la necedad de la reina es reiterada y machacada de principio a fin, la amoralidad inescrupulosa y despiadada de sus favoritas también. Una regla básica de la construcción dramática impone que los personajes secundarios deben caracterizarse con pocos trazos y repetir siempre los mismos rasgos; en cambio el espesor humano, la complejidad psicológica y sentimental, quedan reservados para los protagonistas. Si este regla es válida, las tres heroínas de La favorita parecen personajes secundarios, aferradas siempre a un solo rasgo, sin evolución interior, la curva dramática registra solo movimientos ascendentes, más fuerte, más alto sin desvíos ni alteraciones, una Eva tonta y dos Adanes decididamente hembras luchando sin pausa por el poder. El poder pasa por el cuerpo lacerado de la reina, entonces ambas favoritas deben transitar ese cuerpo, sexo funcional, erotismo ausente en cada vértice del triángulo, más allá de la lógica del relato que parece justificarla en el carácter arribista de las favoritas, esta ausencia suena a un vacío que se hace notar, un impulso de vida ausente en la pantalla.
IV).- Finale sin brío. Debo una conclusión que resuelva el suspenso prometido, parecería obvia para quien haya llegado hasta este punto. A riesgo de ser contradictorio debo decir que pese a todas las objeciones La favorita no es una película desechable que uno puede verla con la distancia tranquila que a esta altura le concede a estas películas. Sosegado el hervor de las iras juveniles, los rasgos de cine arte que la constituyen, el notable protagonismo de sus actrices, los deslumbrantes cuartetos de Schubert que de a ratos la modulan, son disfrutables en sí y por sí mientras no se busquen profundidades ni innovaciones. Con películas como La favorita, el cine es más pequeño que la vida, pero no importa si uno lo sabe y no espera de ella alguna otra revelación.
Acá puede leerse otra crítica sobre la misma película.
La favorita (The Favourite, Gran Bretaña/Irlanda/Estados Unidos, 2018). Dirección: Yorgos Lanthimos. Guion: Deborah Davis, Tony McNamara. Fotografía: Robbie Ryan. Montaje: Yorgos Mavropsaridis. Elenco: Olivia Colman, Rachel Weisz, Emma Stone, Nicholas Hoult, Joe Alwyn, James Smith, Mark Gatiss. Duración: 119 minutos.
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