Atención: Ninguna imagen de esta película afectará su sensibilidad.
Podemos afirmar que la filmografía de Yorgos Lanthimos presenta ciertas dificultades para personas susceptibles a imágenes fuertes o tramas perturbadoras. Un cine provocador, lleno de alegorías y metáforas, que imprime tensión a través de una mirada reflexiva que incomoda no tanto por la habilidad de erigir una narración coherente pero que olvida toda razón o lógica, sino por poner a prueba la máxima tolerancia del espectador. A pesar de lo extraño y grotesco de sus reiteradas representaciones, es inevitable sentir que esas construcciones no están muy lejos de la realidad cotidiana.
La favorita, sin dejar de lado esa recurrente crueldad que (de)muestra como inherente al ser humano, es la película más ATP del director griego, quizás también la más disfrutable, y sin lugar a dudas la más hollywoodense. Luego de El sacrificio del ciervo sagrado (2017), cuyo oscuro camino de thriller psicológico puede llevar a colapsar hasta al espíritu más predispuesto, es casi un respiro su rotundo viraje a retratar los albores del siglo XVIII. Recordemos que la recién mencionada ya en su primera escena muestra una impactante operación de corazón, tan potente como la autoextracción dental en Dogtooth (2009). Si bien su última creación, la tercera en habla inglesa, ejerce cierto tipo de violencia, está lejos de que alguien llegue a sentirse vulnerable por las imágenes; es una comedia, algo que nunca faltó en las anteriores, pero que acá se presenta como tal.
Más allá de lo gráfico e inquietante de su cine, junto a su habitual guionista Efthymis Pilippou – ausente en La favorita-, Lanthimos crea mundos alternativos en los que expone a los personajes como si fuera un experimento científico cuya hipótesis se centra en llevar al paroxismo las instituciones, para ver qué ocurre si las cosas fuesen de la forma que él propone. Lo hace para demostrar de lo que es capaz el individuo bajo otros parámetros diferentes a los habituales, dejando en claro que ningún camino conduce a la libertad. Su cometido, en definitiva, es poner en evidencia la frialdad de la naturaleza humana a través de una invención que desenmascara ciertos aspectos de la sociedad. En La favorita, esta vez con guion de Deborah Davis y Tony McNamara, sigue haciéndolo pero deja de lado lo distópico de Langosta (2015) y lo morboso de Alps (2011) -es decir, lo extremo de sus atormentados universos supuestos-, para retratar un pasado real (en ambos sentidos de la palabra), aunque siempre con ciertas licencias poéticas que confirman su calidad de autor. Si bien sigue desafiando a los géneros, creando híbridos que evitan su encasillamiento, logra que este retrato de época sea más tangible, manteniendo su estilo e inquietudes.
La configuración de los personajes, a pesar de la distancia, parece contemporánea, aunque sin llegar al nivel de la María Antonieta en zapatillas All Star de Sofía Coppola. Lo hace sin cuidar demasiado las expresiones ni los movimientos de los personajes, gesto que queda evidenciado en los bailes, siempre exagerados y notorios, recurso también presentes en toda la cinematografía del ateniense. Una reina puede tirarse al piso a llorar como un infante o danzar ridículamente con un bastón. El aire que respira el palacio y sus alrededores cercanos, aún abusando de los excelsos decorados y suntuosos trajes, se siente cotidiano, sin preocuparse por retratar modos de antaño. De esta forma logra que los mismos puedan ser traídos sin esfuerzo al presente, para dejar claro que el humano es lo que fue y será: un ser con instinto salvaje, cegado por lograr su cometido a cualquier precio. Es así la participación infaltable en su cine de diferentes animales, en algunos casos hasta en los mismos títulos de sus obras, donde persiste en su uso simbólico haciendo hincapié también en la soledad y el aislamiento del humano como una criatura más, a pesar de su capacidad de raciocinio. Aquí se manifiesta de forma notoria con los diecisiete conejos que reemplazan a los hijos de la reina y cuya participación será definitoria en más de una oportunidad.
El protagonismo en La favorita está condensado en tres mujeres, representadas a través de una ambigüedad que oscila entre su búsqueda por utilizar/aprovechar/alcanzar el poder y la vulnerabilidad que poseen respecto a la otra. La Reina Anne (Olivia Colman), la Duquesa de Marlborough, Sarah Churchill (Rachel Weisz), y su prima lejana caída en desgracia, Abigail (Emma Stone). Este terceto, que además tiene un duelo paralelo en sus roles interpretativos (en el cual todas triunfan, vale aclarar), queda expuesto en los primeros minutos, para ir desarrollando su psicología enrevesada a medida que transcurre el argumento. Cada una de ellas llega hasta dónde puede llegar, y pone en juego sus posibilidades, debilidades, astucia, y sobre todo su maldad, que no será exclusiva de ellas sino también de muchos de los que conviven a su alrededor. La recién llegada Abigail no parece, en principio, tener otra meta que reincorporarse en las altas esferas de la sociedad. Sin embargo, después de conocer el gran secreto de ese “reinado compartido”, y cuando empieza a entender cómo se mueven las piezas en la partida, encuentra un claro objetivo que se desvive por cumplir hasta encontrar su lugarcito especial en ese mundo, convirtiéndose en la pieza desequilibrante fundamental.
Lady Sarah, aunque deja ver a simple vista su interés por manipular a la reina (quien vale aclarar, no tiene descendientes) y así obtener el poder de decisión de ella, sostiene una dualidad que va desde imponer una punzante sinceridad a ser totalmente condescendiente cuando le conviene. Pero con Abigail como la tercera en discordia se le suma un nuevo frente de batalla al que ya tenía con Lord Harley (Nicholas Hoult), líder de la oposición que siempre termina perdiendo sus contiendas discursivas y haciendo berrinches ante el triunfo de la susodicha. Esos dos potenciales aliados ponen en peligro el estatus de Sarah que, hasta el momento, parecía inquebrantable. Por último Anne, entre sus dolencias y sus falencias mentales, parece no tener ya ningún interés en llevar a cabo las funciones que le corresponden al mando de la corona. Una reina caprichosa, celosa, desequilibrada, que ante su solitaria realidad se aferra a sus impulsos, que hace puchero y llora o se enfurece y grita, que se deja maltratar pero que también puede ser despiadada. Sin recalar demasiado en la responsabilidad que tiene como madre de Inglaterra, actúa con énfasis cuando se enfrentan o refieren a sus hijos-conejos. Así, cada una tendrá diferentes estrategias para llevar su lucha y vida; aunque diferentes, las tres se mueven gracias a una gran pericia en el arte de la manipulación.
Podemos deducir una satisfactoria mirada revisionista/feminista de Lanthimos, que pone en el centro de la narración a las mujeres como ejecutantes líderes y aguerridas, empoderándolas para ser tan despiadadas como sus homólogos masculinos, a quienes deja en evidencia con sus estupideces, torpezas, actos de violencia mediante la fuerza y el aprovechamiento sexual histórico, ridiculizándolos en sus reiteradas actitudes (no por nada el ganso ganador de las carreras se llama Horacio…). Al parecer, quedaron estos alfeñiques en el palacio, mientras otros, como el marido de Lady Sarah quien parece desentonar con sus camaradas cuando visita las instalaciones de la reina, están al frente en la guerra con Francia. De esta contienda no sabremos mucho más que su parte burocrática, que se continúa según la voluntad arbitraria de Lady Marlborough y que se discute desde una corte de grandes pelucas y demasiado maquillaje. Los hombres, en definitiva, son personajes molestos para las mujeres, secundarios para la película, a quienes no necesitan, desprecian y utilizan a piaccere.
La puesta en escena pone el énfasis en la atmósfera sofocante, un recinto opresor con un afuera incierto, así como otras de sus películas se componen de un gran espacio cerrado y un exterior con límites marcados y donde es peligroso cruzar hacia el otro lado. Como homenaje al recurso de Kubrick de recrear la luz natural en Barry Lyndon, los grandes ventanales por donde entra la luminosidad de día y se asoman las velas acompañando la noche, le dan a la construcción de los espacios un halo diferenciado y un suspenso adicional. Por otro lado, al contrario del mencionado director estadounidense que busca en su representación el máximo realismo, el griego ejerce un estilismo exagerado, coherente con el resto de su filmografía. En este caso, hace participar al espectador como un voyeur, con largos planos seguimientos por detrás de los personajes, o múltiples contraplanos para que no se pierda nada, también dándole a través del ojo de pez una perspectiva completa del encuadre, o mismo con las cámaras por lo general bajas en contrapicado ofreciéndole un punto de vista amplio. Esta decisión de distorsionar el campo visual hace a la vez más absurdo el entorno donde se desarrolla el drama, y al mismo tiempo esta continua variación en el uso de lentes imprime una sensación surrealista, intensificando el aislamiento de la reina y lo opresivo de su corte. Por otro lado, la utilización del ralenti -por ejemplo, en la carrera de gansos- revela el interés del director griego en desenmascarar al poder. Visualmente gana en originalidad, pero su configuración sonora no queda atrás. Anticipando a través del montaje lo que vamos a escuchar en la próxima escena antes del corte, la película desconcierta a la vez que crea un ritmo que no decae. El contrapunto musical inquietante, con un chelo cuya combinación alternada de pellizcar la cuerda y deslizar del arco, crea un acompañamiento que carga a las imágenes de sentido.
En La favorita Lanthimos destaca lo lúdico que definió a toda su filmografía, tanto en los juegos de poder como en la exploración del límite que puede llegar una persona para ganar. Con esto revela que en la competencia por el poder no hay reglas válidas. De esta forma también él entra a jugar en las grandes ligas de la industria, ya quizás “cansado” de participar en festivales o en rubros como mejor película extranjera. Ahora, junto con la polémica Roma de Cuarón, es la película más nominada a los Óscars, en ternas obvias como Mejor diseño de producción, vestuario, Iluminación, pero también a mejor película y dirección. El maestro de las realidades alternativas, de la extrañeza, caminado en las primeras filas de la alfombra roja.
Acá puede leerse otra crítica de la misma película.
La favorita (The Favourite, Gran Bretaña/Irlanda/Estados Unidos, 2018). Dirección: Yorgos Lanthimos. Guion: Deborah Davis, Tony McNamara. Fotografía: Robbie Ryan. Montaje: Yorgos Mavropsaridis. Elenco: Olivia Colman, Rachel Weisz, Emma Stone, Nicholas Hoult, Joe Alwyn, James Smith, Mark Gatiss. Duración: 119 minutos.
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Kubrick era inglés, no americano.
Fe de erratas.